A los jóvenes sin culpas de hoy
Fotografía: Ailén Montañéz
Por Daniel Hernández
Hace algunos meses, tanto a mi viejo como a mi vieja, en dos charlas distintas sobre coyuntura, les dije que era culpa de ellos, de su generación, el embrollo del presente político, económico, social. Háganse cargo, les dije riéndome. Usé esa palabra: culpa. Y esas otras: ustedes, su generación. Exculpándome por el sólo hecho de tener 30 años. El día del cumpleaños número 60 de Martín Caparrós leí su artículo hablando de lo mismo: la culpa de su generación por el país que tenemos. Pero en esa oportunidad no podía creer lo que leía. Días después leí la respuesta de Eduardo Blaustein y encontré algunas de las críticas que también le habría hecho.
Que es meter en la misma bolsa a Macri, Cristina, lxs desaparecidxs, a toda la dirigencia política, empresarial y social que existen. Que en esa generación indefinida podría entrar el Indio y Charly, Graciela Alfano y —estirando un poco más— Susana Giménez, Ricardo Forster y Mauro Viale, Luis Majul y Victor Hugo Morales, y cientos de maestrxs, de médicxs, de periodistas, de todo. También me enojo con Caparrós porque cada vez que lo leo, sabiendo que escribe desde otro país, en uno de los diarios que integra el abanico de la prensa conservadora global, lo imagino viviendo en un departamento que en vez de paredes tiene espejos para no dejar de mirarse en ningún momento. Blaustein lo describe como “narcicismo, un eterno afán adolescente, entre provocador y dandy”. Me enojo, además, porque hice lo mismo con mis viejos y, aunque una cosa es una charla intrascendente y otra escribir en un medio, todavía no les pedí disculpas. Y otra vez, la culpa.
La palabra culpa, a pesar de haberla usado, me revuelve el costado católico del que hace años decidí renegar: ¿por qué sentir culpa, por qué echarnos la culpa? ¿No es una forma de esquivar responsabilidades, de tapar las causas, de sólo indignarse con las consecuencias? ¿No es la culpa un sentimiento de carga que sólo castiga y no resuelve nada? En la culpa que Caparrós se echa a sí mismo y a sus coetáneos, ¿la única y factible solución es dejar a los de las generaciones siguientes hacerse cargo de todo?
Caparrós vuelve a errarle. ¿El subsecretario de juventud Pedro Robledo (25) es lo mismo que quien ocupó un lugar como directora en el Banco Nación, la economista Delfina Rossi (28)? ¿Quién se acuerda el escándalo que se armó por lo joven que era, que la obligó a renunciar? ¿Y cuando se propuso al joven abogado Roberto Carlés (35) para ocupar una banca en la Corte Suprema? En veinte años, ¿meteremos en la misma bolsa al jefe de gabinete Marcos Peña Braun (40) y al abogado responsable de ATAJO e hijo de desaparecidos, Julián Axat (41), al ministro de Educación Esteban Bullrich (48) y a Roberto Baradel (50)? ¿Los pibes y las pibas que salieron a la calle a lo largo de marzo con las movilizaciones —del 24, de la CGT, de lxs docentes— y a lxs que salieron el 1 de abril? Con más o con menos años, siendo parte de generaciones más o menos iguales, más o menos distintas, formados la mayor parte de su vida pos dictadura, después de aquella derrota que marca Caparrós, como marcaron otros desde otros lugares, ¿es justo seguir mezclando? ¿Decir que aquella generación eran todos lo mismo, no es decir que las siguientes también lo serán?
¿Tendrá la misma culpa el pibe que encontró la forma de ocupar un lugar en el Estado, que rosquea con unos y con otro según convenga para mantenerlo, que el pibe que exigía un paro general en el acto de la CGT? ¿Las víctimas de gatillo fácil o lxs pibxs que hacen cola para inscribirse en las escuelas de policías? ¿Quienes los sábados dan ayuda escolar en los barrios (como muchos de aquella generación derrotada) son lo mismo hoy que quienes multiplican las matrículas de las universidades privadas?
Pero, en vez de ver qué “culpas” cargarán en veinte o treinta años nuestras generaciones, se puede preguntar: ¿qué estamos haciendo distinto a lo que nos enseñaron? ¿Mejor no aprender nada de aquella generación derrotada a sus veinte, veinticinco años? ¿Maxi (22) y Darío (21), al ser asesinados por la policía en junio de 2002, también son parte de los derrotados que no deben servir de ejemplo? La enorme movilización por Ni Una Menos que remueve las bases de la sociedad en la que vivimos, ¿sólo involucra a mujeres jóvenes? ¿Desde cuándo se viene buscando lo que hoy vemos con tanta fuerza? Los jóvenes de hoy que se volcaron a la creciente militancia estudiantil, barrial, sindical de estos tiempos, ¿en qué se parece o se diferencia de aquella?
¿Es lo mismo La Cámpora que la Juventud del PRO, el Movimiento Evita que la Franja Morada, Quebracho que quienes integran la ONG Un Techo? Las disputas en los territorios que tiene de protagonistas a la juventud de hoy, desde barrios hasta universidades, pasando por juntas internas y espacios institucionales, son justamente eso: disputas de sentidos sobre un espacio para el que se busca determinada dirección que, en pocas palabras, se pueden pensar a favor o en contra de quienes conviven en esos territorios.
Nuestras generaciones, los que se formaron o los que nacimos sobre todo pos dictadura, “heredamos” sociedades aún más desiguales que las generaciones anteriores, con una globalización asentada y profundizada, con un solo mundo gobernado por el neoliberalismo, sin grandes muros que lo dividan, con enormes monopolios mediáticos y diversos mecanismos de control —físicos, subjetivos, ideológicos— cada vez más sofisticados. Sin embargo, no hay agrupación nutrida de juventud que reniegue de los más grandes. Ser joven o ser “viejo” no pueden ser una virtud o un defecto en sí mismo. No hay una guerra del cerdo, sino la lucha de clases con la que Blaustein le sacude a Caparrós, que parece haberla olvidado. Desde principios de siglo, las juventudes acompañaron, se formaron, ocuparon lugares, colaboraron en la conducción de los procesos de liberación sostenidos por Evo Morales, Lula Da Silva, Hugo Chávez, Rafael Correa o Néstor Kirchner, convencidos de que había en esos horizontes una sociedad mejor. Como lo hicieron aquellos militantes de los ’70, como otros jóvenes y viejos antes, como lo hacemos en la actualidad, como con seguridad se hará en el futuro, más allá y más acá de las culpas que seguro alguien pretenderá cargar sobre nosotros mismos. Aún no hay una receta precisa y no sabemos si la habrá. Sabemos, en cambio, que se trata de ser mejores cada vez con lxs otrxs y que estamos obligados a no resignarnos.