Los reguladores libertarios
Quién será el judas en este convite, en el que no hay vino y lo que se va a masticar es al pueblo. Vuelvan a mirar el video del anuncio del DNU, un documento sin necesidades ni urgencias. El nuevo cuadro, que imita a la Última Cena de Leonardo Da Vinci, aparece “un líder” y varios judas impávidos a los que no se les advierte emociones. Las caras secas, de la cadena nacional, hacen pensar la existencia de varios traidores, pero no solo en esa mesa. Sin embargo, se presentan como la gente de bien. Del otro lado de la pantalla, los orcos, la gente del mal, nosotros, seres dignos de los castigos que a recibir. ¿Cómo se sale de esa encrucijada?
Hasta de reojo se parecen mucho a todo lo que critican, pura y dura casta. Los conocemos por el hundimiento de la Argentina, en sus gestiones. Desde Luis Caputo, el mayor endeudador de nuestra historia y ministro de Economía, hasta Patricia Bullrich, una mujer que no sabe de escrúpulos ni ética y es capaz de mandar a tirotear trabajadores de prensa, o Federico, el autor del monstruo.
Esta banda no es libertaria. Se supone que ser libertaria/o, implica apoyar todo aquello que sume libertad, que no interfiera en derechos, decisiones, formas de vivir, de pensar. “Etimológicamente, la palabra libertario significa partidario de la libertad», así de simple. Un antónimo de autoritario, de determinista, o de esclavista. Dependerá del significado de la palabra «libertad» que se esté usando.” No es difícil, estos datos están en Google.
Quién no es libertario, en el fondo. Quién no quiere ser dueño de su cuerpo; de su vida y su muerte – ante una enfermedad terminal-; de la no injerencia de la Iglesia sobre el Estado; de defender sus derechos, interrumpiendo el tránsito, si fuera necesario; de un trabajo sin sujeciones a horarios descontrolados, malos sueldos, vacaciones inalcazables. Puedo seguir. Todo lo visto hasta ahora parece darse de bruces con la idea de libertad. Más que libertarios parecen su antónimo: totalitarios. Arrogarse la mesiánica fundación de un país nuevo, cuando muchos estamos muy conformes con el que tenemos.
Estos libertarios inciden (y necesitan) en y (del) Estado con más fuerzas que cualquier otro gobierno precedente. Quieren regular que los inquilinos pacten con los propietarios, en una relación desigual; que las medicinas prepagas aumenten cuando quieran; que las tierras se vendan sin mirar a quien; que vuelvas a pagar ganancias y más por la luz, el gas, la internet, el celular; que vayas al supermercado a mirar las góndolas como antes mirabas vidrieras. ¿Esta es la libertad se votó? Dijeron que era por el precio de los alimentos, y los salarios a la baja. Lo llamaron el “descontento”. Pero en el 2015 abandonamos un país con más virtudes que defectos, algunos aduciendo al cansancio de las cadenas nacionales. Abandonábamos los sueldos más alto de la región, las vacaciones, el PROCREAR, el Fútbol para todos, hasta nos quitaba el sueño que, Starbucks, no pudiera importar “vasitos”. Y hasta hace nada, estábamos preocupados porque no se conseguían las figuritas del álbum del mundial. Porque críticas merece el anterior gobierno, pero de no ser por su gestión de la pandemia estaríamos todos muertos.
El 2015 fue el huevo de la serpiente. Sembramos y recogimos ésto. Regular por el opuesto, porque la organización social ha alcanzado una complejidad que ya no podemos dejar de organizarnos, de tener reglas. La desregulación total “son los reyes”, y el Estado imprescindible. El Estado se achica solo cuando no hay políticas públicas en marcha, en el presente, y diseños para el futuro. Y a pesar de despreciar el Estado, los libertarios se aprovechan y regulan tu vida, en su nombre. Regulan para que “los grandes grupos empresarios” no dejen de ser “grandes grupos empresarios”. Y regulan la vida de los ciudadanos a los que les dicen que tienen que soportar ser más pobres mañana un poco más que hoy, bajo la amenaza de cachiporra, si estan disconforme y se juntan tres o más personas. El filósofo y escritor Ernst Jünger dice: “¡Cuéntame qué es para ti el dolor y te diré quién eres!”. Todo depende entonces de cuánto soportemos. Byung-Chul Han habla de la relación con el dolor revela el tipo de sociedad en la que vivimos. “Los dolores son señales cifradas. Toda crítica social debe desarrollar la hermenéutica del dolor”. Estamos en esa etapa. Descifrar dolores.
No comprendo, quizás sea una de mis discapacidades, cómo se puede estar más contentos (según Caputo cuando la gente que lo para por la calle y le dice… (¿?)) cuando anuncia, con alegría, el despido de compañeros estatales, escena que recuerda al gobierno del otro liberal. Y los periodistas aclaran: maestros, policías, médicos, no sea que los confundan con los empleados de las reparticiones, que no gozamos de buena reputación desde que Antonio Gasalla estigmatizó a la “empleada pública”. Como se puede estar contento cuando van a vender la línea de bandera y, “es una suerte”, que hasta emociona al presidente, que nos vengan a comprar el litio para nosotros comprarle lo que van a fabricar con él. Por favor, que alguien me lo explique.
Necesitamos nos expliquen en qué, esta sociedad, no se parece a la de la novela 1984, de George Orwell, o a Gilead, de Margaret Atwood. Solo les falta un paso para, como en el mundo de 1984, creen el “ministerio de la verdad”, porque “la policía del pensamiento” la ejerce el propio presidente, con un promedio de 300/400 twist y retwis, por día. Cada palabra señala por dónde deberá ir tu inclinación política, moral, estética. Y en ese camino correcto radica tu destino.
Son libertarios asombrosos. Si vas a marchar, dicen los reguladores, tenés que hacerlo por la vereda y si necesitas abortar, no podes porque son provida, ni siquiera tenemos derechos a la música, a la pintura, a la literatura (1984). En qué tipología podríamos incluirlos. Da la impresión de que, más que libertarios son mercaderes, odiadores, antis, nada dentro de las instituciones, todo fuera de la República. Un constructo del marketing, que los vende mediante slogans, y frases hechas. Unos que se valen de lo tradicional de la política para llegar al poder. Hay ejemplo en todas las derechas, no es el nuestro el único, pero es el mejor.
La edificación del “orco” es su fuerte. En el libro 1984 existe lo que denominan los “dos minutos de odio”. Se reúnen, les proyectan la cara del enemigo y la gente arroja lo que tiene sobre la pantalla: insultos, piedras, lo que sea. La participación no es obligatoria, cuenta Orwell en la novela, pero ellos no pueden dejar de participar.
Pienso en ese señor de saco celeste (atuendo que me lo imagino en Antonio Banderas, y estoy segura le queda pintado), que durante la cena de los judas le cubrió las espaldas al presidente, mientras presentaba la ley ómnibus. Pasando en vuelo rasante desde Banderas a Isabel Perón, y si escarbo un poco la memoria, este ángel de la guarda me recuerda al que andaba detrás de la ex presidenta.
Solo un grupo de personas sienten alegría, dentro y fuera del continente. Las que se están adueñando del país, de sus recursos naturales, de sus tierras y de una riqueza que nadie discute. ¿Otra vez están ensayando con nosotros la burguesía desclasada? Da la sensación de que hay aspiraciones de pertenecer a algo que no es a lo que pertenecen. Como un aspiracional utópico que nunca los deja conformes. Igual sus votantes. Pero a diferencia de éstos, ellos sí llegan y se reparten el país en porciones. Dejan protocolo de lado, y esperan con cuchillo y tenedor en mano, como si fueran mástiles. En cambio, hasta los que los votaron son regulados, y les sacan lo poco que les queda para también quedárselo ellos. Y nos quieren convencer de que no es un problema de distribución.
Quizás el objetivo sea que en vez de 40 millones con el tiempo esa cifra se reduzca, ya que el envejecimiento y los pocos nacimientos en la población a nivel mundial, dan cuenta de un problema conplejo. Mientras menos coexistamos más y mejor.
Y dentro del motivo macro hay uno que se considera micro, muy pequeño, insignificante: la discapacidad. Es un fenómeno muy interesante. Desde el 10 de diciembre, fecha en que asumió el presidente Javier Milei, no se habló de las personas con discapacidad. Sabemos que lo que no se nombra no existe. Se las canceló. ¿Están saludables y gozan dichosas? No. Las obras sociales están demorando las autorizaciones de los tratamientos de rehabilitación, ningún papel es suficiente ni está correcto, por lo que los trámites se reinician como si caminaran en la rueda de un hámster. Unión Personal, Obra Social del Personal Civil de la Nación, distribuyó una carta, durante el día de ayer anunciando que “se encuentra trabajando para preservar la calidad prestacional que le brindamos desde siempre. No obstante, ciertos servicios y/o prestadores de nuestra red asistencial podrían momentáneamente verse interrumpidos hasta normalizar la situación”. Los traslados, a los centros educativos o a los hospitales de día, piden aumentos de tarifas. Las farmacias suministradoras de medicamentos crónicos obligan ratificarlos y los desautorizan sin motivo; en la misma bolsa entran las solicitudes de pensiones, y los magros montos. Era indudable la persecución a las minorías, de sus derechos y de su identidad. Por si fuera poco, y entretanto, el presidente viralizó foto del gobernador de Chubut, Nacho Torres, retocada en su rostro, para simular una persona con Síndrome de Down. Ya había calificado de “mogólico, tarado” a Roberto Cachanosky. El Inadi, leé bien: Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo existe, pero es impensable que actúe. ¿Y la sociedad? ¿La justicia?
A cambio regalar el litio, el gas, el agua ¿qué recibe el presidente y todos los de su gobierno. ¿Es solo por dinero? ¿Solo por poder estamos así? Perdidos. Tenemos que cumplir con un DNU que continúa vigente, y “hay más”, prometió. ¡Madre mía! ¡Qué regulación libertaria! un oxímoron que no previmos. No volvimos mejores. ¿Podemos volver más sanos, más organizados, más decididos, más revolucionarios?
No escuchar por ejemplo que el éxito de tu gobierno es “haberse enfrentado a quien te llevó al poder”. La pelea desgastó porque tampoco en ella estuvo el pueblo. Nos desgastó a todos, mucho más a los que estábamos dispuestos a la lucha que no se llevó a cabo. La que no dimos. Porque entre los que no pudieron o no quisieron; entre los trapos lavados a cielo abierto y la inacción ganaron, los libertarios reguladores. Se colaron por la grieta y el león asomó su cabeza. Y aquí estamos, clamando a los gritos que no nos echen del trabajo, que no nos suban el pasaje de colectivo, que las universidades no sean pagas, que las diez empresas que manejan los alimentos se apiaden, que no nos dejen en banda las obras sociales. Nada de libre mercado, los monopolios pactarán (regularán), entre los dos o tres de siempre, lo que van a cobrar, anulando así la competencia que tanto pregonan. En qué lío nos metimos por no querer dar el brazo a torcer. Cuatro años de plantarse y medirse, total ahora el ex se fue a España. Y nosotros que no nos vamos a ningún lado no sabemos si nos pasará lo que en la época de Macri que tuvimos que buscar una pieza en lo de un familiar o un amigo, o dormir en la calle. Y no exagero una pizca, se los aseguro.
Nunca vivimos bajo libertarios a los que les gusta regular y se creen un poco humanos y un poco dioses, y son los únicos que tienen en claro todo lo que necesitamos. A la desigualdad, hay que agregarle escuchar de boca de sus militantes “algunos tendrán que ajustar dejando Netflix o haciendo una comida fuerte al día”. Pobres nunca salieron del polo gastronómico de Palermo.
A estos “gauchos” libertarios, estos libertarios nativos, que se les nota haber copiado mal o espejarse en un vidrio partido, les contamos, que según la historia nuestra, la respuesta siempre la da el pueblo cuando harto sale a la calle y no le importa nada. Leí por ahí que en política hay dos errores que no se pueden cometer: invadir Rusia en invierno o provocar a Argentina en diciembre, y agrego, enero, febrero, marzo...
Algo me llama a la reflexión y, a la vez, me da esperanza y es lo siguiente: necesitábamos una lucha, un horizonte, un objetivo, una unidad nueva, algo que nos haga sentir vivos, despiertos, que nos lleve a pensar que volveremos a ser felices, a adueñarnos de una alegría nueva. Porque lo dice Liliana Bodoc, en La Saga de los confines, y/o Leonardo Favio, cuando le preguntan por qué es peronista: no se puede ser feliz en soledad. Y quién nos dice que terminemos agradeciéndole al, despertador a cuerdas Milei, por una unión que no sea un rejunte y que hasta el momento veíamos imposible. (¿Sirve como marca de reloj, Milei, no?)