Manifiesto desclasado (fragmentos)
(Es al pedo, el juego está arreglado: convenceremos solo a los convencidos. Se trata justamente de perturbar este sentido común)
En la Argentina la derecha en un sentido amplio (la derecha propiamente dicha, el centro-derecha, el centro y hasta también el centro-izquierda —basta recordar las declaraciones de Binner sobre las elecciones en Venezuela) siempre recurrió a la violencia porque no tiene argumentos con los que enfrentar un debate político, y aunque se hiciera de estos argumentos, probablemente no tendría la capacidad de esgrimirlos. Su proyecto es denunciar y desestabilizar, difícil desentrañar un empate histórico a martillazos.
El problema real es con la izquierda. La izquierda-izquierda también está fuera del debate, pues vive en un mundo ideologizado, avanza dos casilleros y espera las consecuencias. A veces la estrategia termina en tragedia. La izquierda progresista, en cambio, no se cansa de debatir eternamente sobre el bien y el mal de cada acto y de cada palabra. Esta izquierda intelectual, le guste o no, pertenece a la clase media, la clase hegemónica tanto en lo político como en lo cultural. Ésta es una clase social con mala conciencia, pues llega a percibir la diferencia entre lo que piensa y lo que vive, aunque le cueste actuar en consecuencia. Como se instituyó como el modelo cultural que hay que seguir, invita a las clases populares a incorporarse a sus rutinas y prácticas: el auto, las nuevas tecnologías (celular, ipod, ipad, plasma), la ropa de marca, la cocina más o menos gourmet, el turismo internacional. Los estratos populares que de alguna manera fueron económica y socialmente “formalizados” se suman hasta donde pueden a los hábitos pequeñoburgueses (por supuesto, hay otra clase social, la del capital concentrado, que no se aflige por estos dilemas: un individuo que compró un auto que cuesta un cuarto de millón de pesos no puede preocuparse porque le aumenten el ABL).
El modelo es la socialdemocracia europea, el hombre y la mujer blancos que miran 678 o Soñando por un sueño (programas que responden a la misma lógica invertida), que viajan o les gustaría viajar por el mundo, y consumen sin pestañar la primera mercancía que encuentran en oferta. Creen que con el precio en SALE le están ganando algo al capitalismo.
Todo este proyecto está en crisis. En el primer lustro de la década del setenta esta crisis se enfrentó de modo radicalizado: había que proletarizarse y compartir la suerte de los desamparados. La experiencia de esos años vedó este camino. Cuando las clases bajas ascienden y comienzan a circular por las mismas calles que las personas “normales”, se tolera (con más o menos bronca: ¡la ciudad es un caos!). Cuando llega la hora de resignar y sacrificar ciertas prebendas y gustos, la cosa se complica. Las clases populares tienen que participar del mundo burgués, la burguesía no tolerará descender hasta las rutinas lastimosas de las clases populares. En última instancia, ¿para qué se hizo el curso de degustación de aceitunas?
Este proyecto se está poniendo en cuestión. La clase media tiene miedo de su destino (este miedo, por otro lado, le da culpa: ¿no era ella la que llegada la hora se pondría el overol y saldría a tapar zanjas o a romper parabrisas con los adoquines?), porque ese destino, mal que le pese, se funda en el sufrimiento de los otros. El kirchnerismo está entablando esta batalla.
Quizás lo está haciendo mal. Quizás no pueda torcer la muñeca de esta clase consolidada. Quizás está dinamitando todos los puentes que lo comunican con el mundo real. Quizás no encuentre al sucesor de este proyecto. Quizás lo que creemos sea falso —los abalorios de colores de siempre— y la realidad sea aquello que no podemos creer, hecha de corrupción, estafas y egoísmos. Ahora, de este juego no vale retirarse. No podemos dejarle las palabras a los charlatanes.
* Los autores son docentes de UBA