No es Télam, es Macri
Por Gonzalo Carbajal*
La Agencia Télam es su gente y el gobierno nacional se ha desprendido de casi la mitad de su personal. Sus directivos lo saben y han decretado su muerte, al tiempo que han comunicado a la otra mitad el nacimiento de una Nueva Agencia Télam.
Necesitan que la sociedad los apoye en esta cruzada, para eso apelan a fórmulas conocidas. La primera sería que quienes quedan en "Disneylandia”, como la apodaron ellos mismos, son los que se ajustan a postulados profesionales que la gestión encabezada por el eterno ajustador Hernán Lombardi, habría establecido como filtro. Esto es falso como moneda de madera. Primero que se desconocen esos criterios, segundo que estos son tan buenos trabajadores como los otros, con el mismo nivel de compromiso, seriedad y responsabilidad que cualquiera de los despedidos.
Otro de los voceros del ajuste, el presidente de la agencia Rodolfo Pousá adjudicó los despidos a la ideología de los echados. O sea que los despedirían por tener determinada ideología. Eso en mi barrio se llama “persecución política”, pero además pónganse de acuerdo entre ustedes, muchachos. Es ideología o carencia de idoneidad?
Un repaso por la identidad y antigüedad de muchas de las personas despedidas desmiente esa especie. En Télam hay empleados ingresados en todos los años de la democracia, y se convive en esa heterogeneidad. Lejos de ser un algo negativo, en esas "capas geológicas" —como algunos denominan esa composición, con desprecio— está la salvaguarda de la amplitud ideológica que contiene la agencia.
Aún si fuera así, si los hubieran elegido una identidad política, no se puede despedir a una persona por sus ideas. La dirección periodística tiene la potestad de establecer una línea editorial, para eso se hace responsable de la edición final y la distribución del contenido. Y en todo caso la cabeza periodística se hará cargo de las formas de encarar un tema, pero no tiene ningún derecho a hacer una "limpieza ideológica" de la redacción.
La fruta envenenada: hay muchos empleados
Se afirmó que una agencia noticiosa no necesita la cantidad de personal que tenía Télam. Como es un meme muy instalado respecto del Estado, rápidamente voceros de mucho "volumen" mediático como Nicolás Wiñazky y Mario Pergolini lo distribuyeron. Ahora que se nos acabó el mundial todo el mundo cree saber cuanto personal necesita una agencia de noticias.
La idea de los supernumerarios no es nueva, en todo el mundo precede y justifica los despidos en el Estado. El individualismo estimulado por el neoliberalismo es la autopista por donde esas zonceras corren a la velocidad de la luz: "les pagamos con nuestra plata" "mantenemos vagos" "no hacen nada" "no hacen falta". No solo hacen falta, en una agencia de cobertura nacional y alcance regional son indispensables para mantener un servicio de calidad, y sin duda se necesitarían más.
Es un mérito del trabajo conjunto haberse constituido en referencia regional por la diversificación y amplitud de servicios —que dicho sea de paso, desde el arranque de la gestión Cambiemos comenzaron a menguar—. Así supo tener servicio en inglés, portugués y una agencia y portal de noticias de la región, realizado en coordinación con otras agencias públicas que conformaban la Unión Latinoamericana de Agencias de Noticias (ULAN), de la que Télam tuvo la primera presidencia. Hasta ayer nomás era, sin dudas, la segunda agencia de noticias de habla hispana en el mundo, por volumen y por prestigio. Y eso están destruyendo.
Se cuestiona el aumento en la planta de personal en el período kirchnerista sin tener en cuenta que la Agencia había llegado a 2003 produciendo casi lo mismo que en sus primeros años de vida: cables y fotos. Es cierto, hubo una decisión política, la de aumentar el alcance de los servicios y la cobertura de hechos noticiosos al interior del país y por fuera de la frontera.
Para dar información en todos los soportes conforme la evolución del mundo de la comunicación fue necesaria la incorporación de personas que pudieran reportar, escribir, crear, editar, distribuir, programar, diseñar y producir contenidos para la era digital: un sitio web, infografías, ilustraciones, contenidos de audio y video, informativos radiales y para televisión, suplementos gráficos, programas de radio, podcasts. La digitalización del archivo histórico de cables y fotos será más valorada conforme pase el tiempo.
Pero además del cambio tecnológico está la política, que no es mala palabra para muchos de nosotros. La sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual abrió el corralito de la información mantenido por décadas para privilegio de los medios más grandes. A partir de ella muchísimos nuevos medios pudieron desplegarse, lo que hizo más necesaria una agencia que pudiera ser fuente de contenidos de calidad en todos los soportes.
Y eso no es todo, porque Télam no es solo una agencia de noticias. Es, por ley, la agencia publicitaria del Poder Ejecutivo. El hecho de que la Jefatura de Gabinete haya duplicado (y tercerizado) tareas que hacía la agencia no puede condenar a sus trabajadores al desempleo. Si se dice que no tienen tarea, que empiecen por aclarar que es porque no se las asignan y han contratado personal en otros organismos para reemplazar el que se hacía muy bien aquí. Y que continúen por asignárselas, que en momentos de crisis es necesario mucho más Estado y no menos.
No es solo en Télam
En el bienio macrista los medios de comunicación habían sufrido el mayor proceso de cierres y despidos que se recuerde: más de 3 mil puestos perdidos en el sector audiovisual y de prensa. Los de Télam, ahora, representan más del 10% de esa cifra. De un saque y en una sola empresa. Al cerrar Diarios y Noticias (DyN) a fines de noviembre pasado —propiedad de La Nación y Clarín— quedó solo una agencia con cobertura nacional: Télam. Porque la otra grande, Noticias Argentinas (NA) apenas tiene un corresponsal fijo en La Plata. Si logran debilitar a Télam caerá a pique la producción y circulación de información nacional, en el país y en el mundo.
En el mismo período hubo sospechosas salidas del aire de espacios periodísticos exitosos cuya línea editorial molestaba al gobierno. Son conocidas represalias contra comunicadores por el ejercicio de su oficio. A eso se suma la negativa de pauta publicitaria oficial para ahogar económicamente a medios pequeños y medianos, y productores de contenidos. El caso de Indalo es paradigmático, con un proceso judicial amañado directamente intentar apropiarse de sus medios.
De los datos publicados por el mismo gobierno se desprende que además de pagar trolls, como informa TN, deriva sumas importantes a los grandes monopolios digitales: Google y Facebook. De los grupos mediáticos locales el más favorecido sigue siendo Clarín, y son públicos los vergonzosos auspicios individuales a periodistas para sus blogs casi sin audiencia.
En los medios públicos, antes de Télam, despidieron en Radio Nacional, Paka Paka, Canal Encuentro y DeporTV. Mientras tanto se niegan a arreglar aumentos en la TV Pública y desaparece la producción propia de ese y los otros canales públicos. Con Radio Nacional pasó algo parecido, la programación local en sus 40 filiales quedó oculta debajo de las prioridades de Buenos Aires.
Con la excusa del déficit fiscal subejecutaron el presupuesto que la ley destina a producción de cine y audiovisual. Al mundo del cine lo tuvieron de aquí para allá durante dos años, y ya no pueden ocultarlo más. ARSAT y la TDA languidecen sin planes. También en el Incaa hubo despidos.
La concentración de medios, canales, radios, señales y frecuencias en pocas empresas fue facilitada por el desguace temprano de las leyes de Servicios de Comunicación Audiovisual y Argentina Digital. Fue al inicio del mandato y con la complicidad de la "oposición responsable" en Diputados, que levantó la mano para convalidar el DNU. Se eliminaron representaciones sociales y sectoriales de los órganos de control y desaparecieron los eventos deportivos de las pantallas abiertas y gratuitas, como el fútbol gratuito televisado.
Por estos días en el Senado, Cambiemos y el “peronismo responsable” se aprestan a continuar ese camino con una "ley corta" que pondrá más recursos en las mismas pocas manos. Una devolución de favores a las telefónicas para compensarlas porque durante más de dos años solo se atendieron llamadas del Grupo Clarín. Nunca nadie vio ni verá el tan meneado proyecto de "ley de convergencia" con el que el gobierno le mintió hasta a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
¿Y todo esto para qué?
Para entender el proceso hay que mirarlo todo junto. Los despidos de esta semana no son ajenos a una política que busca controlar el contenido que fluye por los medios y dispositivos personales. Y eso es para impedir que el enojo de la sociedad se escuche. Saben que buena parte de la ciudadanía se les aleja un poco más cada día, por eso evitan a toda costa que asome la voz de dirigentes que puedan constituirse en referencia opositora.
El FMI ya estuvo acá en tiempos de recesión y ajuste. Sabe que a las consecuencias de sus exigencias hay que invisibilizarlas. También en los ´90 provocaron un proceso de concentración similar. Para eso es todo aquello. Y a decir verdad, en parte lo vienen logrando, la oposición está subrepresentada en los espacios periodísticos si nos guiamos por variables como rating, circulación, lectores y audiencia. Ni siquiera aparecen referentes sectoriales o sociales que puedan crear problemas al relato oficial.
Mientras el gobierno tenga el favor de los medios más grandes, mientras la narrativa oficial no tenga una confrontación fuerte en ellos, mientras el Congreso se mantenga cerrado por decisión presidencial, nos queda el cuerpo a cuerpo de la calle para que circule la voz acallada. Tenemos también un puñado de medios pequeños y algunos medianos que resisten, a registrarlo.
Desde ahí hay que construir una nueva mayoría que ponga en la Presidencia otra vez a alguien que se parezca a su pueblo. Se hará disputando el sentido de palabras como "sinceramiento" "cambio" "diálogo" o "equipo", al tiempo que sumando voluntades para dar nuevamente la disputa por el marco legal de la comunicación.
Volviendo a Télam. Lo hecho, el modo en que se ha ejecutado, "el gradualismo" provocado por la demora del correo en entregar un telegrama, la perversidad de no mandar nada salvo un depósito indemnizatorio en el banco. La sobrevida laboral pendiente de un correo electrónico (solo faltó hacerlo por Snapchat). Es la perversidad máxima.
Si pasa esta vendrán por más. Porque no quieren medios públicos. Y vendrán por otros trabajadores de otras empresas estatales, de medios y de las otras. Porque quieren menos Estado. Y porque lo pide el FMI.
Todo el apoyo y solidaridad a las y los trabajadores de la vieja Télam.
PD: Para quienes quieran saber algo más de su historia, un incompleto repaso resiste (todavía) en esta línea de tiempo en su propia web.
* Ex Gerente de Área de Comunicación Audiovisual de la Agencia Télam