Peronismo y sindicalismo: más roces de los que se cree
Por Enrique de la Calle I A contramano de lo suele decirse, la tensión actual entre un sector del sindicalismo (el moyanismo) y un gobierno peronista tiene poco de extraordinario. Por el contrario, está bastante acorde con lo que ha sido la historia política argentina, desde la emergencia del peronismo a mediados de los años 40. En general, la relación estuvo marcada por una alianza estratégica referida al programa económico, aunque con tensiones constantes en diferentes momentos. En el plano político, una y otra vez afloraron diferencias que casi siempre concluyeron con derrotas de los dirigentes gremiales involucrados.
La historia de encuentros y desencuentros, puede remontarse a la primigenia del movimiento justicialista. Las movilizaciones populares del 17 de octubre de 1945 quebraron la política nacional al hacer emerger el liderazgo de Juan Perón. Desde el 43, el militar venía beneficiando a los trabajadores y había consolidado su diálogo con los sindicatos, gracias a la mediación de Domingo Mercante, amigo de Perón e hijo de ferroviario.
Dos dirigentes con participación en las jornadas del 17 de octubre, Luis Gray (telefónico) y Cipriano Reyes (carne), fundaron el partido Laborista con el que el caudillo ganó las elecciones del 46. Los dos confrontaron con Perón a partir de la decisión de este último de disolver el laborismo como herramienta política. Durante sus dos períodos el presidente electo optó para la conducción de la CGT por liderazgos cercanos a sus posiciones. Reyes permaneció preso desde el 48 hasta el 55, acusado de complotar contra Perón.
Más allá de la cercanía al Gobierno de los secretarios generales de la Central, eso no quitó que durante diez años la conflictividad social se mantuviera en un punto alto. Según describen Santiago Senén González y Fabian Bosoer en un libro de reciente aparición (“La lucha continúa…”, Editorial Vergara, 2012) entre 1945 y 1950 tuvieron lugar “422 huelgas que involucraron a más de 1,3 millones de trabajadores. La mayor cantidad se registró entre 1946 y 1948”. Entre 1950 y 1951, se desarrolló el famoso conflicto de los ferroviarios, el principal de esa etapa peronista. Duró varios meses, fueron arrestados militantes gremiales y cesanteados otros. La propia Evita intentó convencer a los huelguistas. El paro fue declarado ilegal por el Gobierno que incluso llegó a movilizar a los militares.
En resumen, durante el primer peronismo la conflictividad social estuvo al orden del día. Se pedía mayormente por mejoras salariales y de las condiciones de trabajo. En general, la CGT actuó en sintonía con el Gobierno, muchas veces interviniendo a los gremios más conflictivos. Esto posibilitó la formación de delegados sindicales y comisiones internas muy combativas. Ellos serían los dirigentes del sindicalismo peronista durante la resistencia después del golpe del 55.
Con Perón en el exilio emergió la figura de Augusto Vandor, de la UOM, como referente del nuevo gremialismo. Ambas figuras tuvieron una relación caracterizada por los cortocircuitos. Más de una vez, el “lobo” desconoció las instrucciones que el General enviaba desde el exterior y ya promediando los sesenta propuso “un peronismo sin Perón”. Al igual que Reyes y Gray, Vandor fracasó en su intento de saltar de lo gremial a lo político. Cuando fue asesinado en 1969 ya se trataba de un dirigente muy cuestionado por las masas peronistas (después de una trayectoria heroica en la resistencia). Entre 1955 y 1973, fecha de retorno del viejo caudillo, el sindicalismo peronista mostró diferencias en su interior que obligaron a diferentes fracturas durante todo el período.
Con Perón de nuevo en la Argentina, los sindicalistas volvieron a cumplir un rol protagónico. La CGT firmó junto a la CGE el Pacto Social, lo que la involucraba en el programa económico. Sin embargo, eso no restó conflictividad ya que las bases presionaban por aumentos salariales más allá de los pactados, lo que obligaba a los dirigentes a renegociar con el Gobierno. De nuevo, tuvieron una actuación destacada los delegados de base.
Ya muerto Perón y con Isabel a cargo de la presidencia, la CGT llevó adelante un paro general (el primero contra un gobierno peronista) como respuesta al programa económico del ministro de Economía Celestino Rodrigo. En las movilizaciones y durante las negociaciones, los sindicalistas apuntaron contra Rodrigo y sobre todo contra José López Rega, ratificando siempre el apoyo a Isabel. De este modo golpeaban contra un plan de ajuste pero conscientes de que la caída de la presidenta significaría un retroceso peor para el pueblo argentino. Tenían razón aunque no pudieron evitarlo.
Hubo que esperar hasta los 90, para que el peronismo volviera al poder, esta vez con un gobierno que traicionó sus banderas históricas. Las políticas neoliberales implementadas propusieron un desafío a las estructuras sindicales, en buena parte debilitadas por el accionar de la dictadura militar que las tuvo como principal objetivo. Un sector del sindicalismo acordó con el menemismo, negando así toda una historia de reivindicaciones obreras. Sin embargo, en el 91 se provocó la primera fractura de la CGT, con el desprendimiento de ATE y CTERA quienes confluyeron en la CTA (que incluyó a sectores no peronistas). En el 94 se creó el MTA, primero como sector autónomo dentro de la central y luego (en el 97) por fuera. Emergió allí la figura combativa de Hugo Moyano.
La conflictividad durante el menemismo fue muy alta y sumó como actor a las organizaciones piqueteros, integradas por desocupados, lo que construyó un escenario inédito en las luchas populares, hasta acá articuladas en buena medida alrededor del sindicalismo. El 8 de agosto de 1996, un paro nacional contó con las adhesiones de CGT, CTA y MTA. "Somos dialoguistas pero no vamos a ceder más", aseguró Gerardo Martínez, titular de la CGT. En diciembre de 1996, La Nación reseñaba que la administración de Carlos Menem enfrentaba “su séptimo paro de la CGT”.
La semana que viene habrá un nuevo capítulo en esta historia de vínculos entre sindicalismo y peronismo. Por primera vez desde la asunción del kirchnerismo en 2003, habrá “paro y movilización” convocados por un secretario general de la CGT que sin embargo no tendrá acompañamiento general del gremialismo. La mirada en perspectiva permite dimensionar ese hecho de otro modo.