“Ponga periodista”
Por Diego Kenis
Hoy se cumplen treinta y siete años del asesinato de Rodolfo Walsh, a manos de una patota de marinos y policías que lo acribilló cuando acababa de despachar un manojo de copias de su Carta Abierta a la Junta Militar, que Gabriel García Márquez describió luego como una “obra maestra del periodismo universal”.
También se cumple una semana de la declaración, como imputado por delitos de lesa humanidad, de Vicente Massot, dueño y director del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. Cuando el secretario preguntó a Massot por su profesión, mientras con pulso tembloroso guardaba su documento de identidad en su billetera, el acusado respondió:
- Empresario. Periodista. Ponga: periodista.
La definición de Massot, a quienes los fiscales Miguel Palazzani y José Nebbia imputan la orquesta y ejecución de operaciones psicológicas y de propaganda negra necesarias para concretar el genocidio, golpea a las puertas de todos los que hemos elegido e intentado desarrollar este oficio. Que haya optado definirse así repite la pregunta que se hace una vez en la vida y se responde cada mañana, en torno a cómo y para qué ejercer una profesión que se vincula con el valor esencial de comunicación, la “satisfacción moral de un acto de libertad” en la definición del propio Walsh al proponer una Cadena Informativa que circulase artesanalmente de mano en mano.
La historia dirá que Walsh recibió como respuesta mayoritaria la soledad de los justos, pero también que después de su muerte sus escritos siguen siendo tan actuales que se configuran en una réplica no sólo a los artículos mentirosos que se publicaban en fecha para maquillar y esconder la represión clandestina sino también contra los intentos de coartada de Massot, que no datan de hace tres décadas y media sino de la semana pasada.
La primera de las acusaciones que pesan contra el empresario, como se ha informado en AGENCIA PACO URONDO, refiere a su participación en el plan criminal a partir de operaciones psicológicas y maniobras de propaganda negra a favor de la represión, estigmatizando a los militantes y presentando relatos ficticios de lo ocurrido. Esa base (des) informativa se constituyó en el pilar sobre el que se produjo lo que la Red por la Identidad Bahía Blanca describió ayer como el martilleo constante y diario sobre la psiquis social, en procura de lograr identidades colectivas e individuales que el dictador Jorge Videla resumió bajo el inmejorable nombre de “la cría del Proceso”. “Nos preguntamos cuántos jóvenes habrían optado, en estos treinta años de democracia, por un camino de compromiso si el diario (de Massot) no hubiera martillado cada mañana con la idea de que la militancia juvenil merecía la represión más atroz”, reflexionó ayer la agrupación de derechos humanos bahiense en el acto que como cada año se desarrolló a metros del sitio donde se ubicaba el Centro Clandestino de Detención “La Escuelita” para conmemorar un nuevo 24 de marzo.
Treinta y siete años antes, Walsh se había anticipado a esa pregunta e incluso al planteo de los fiscales que hoy acusan a Massot. “Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras”, dice uno de los párrafos de la Carta Abierta a la Junta Militar. Desde el rigor de la lógica que aplicó a su praxis periodística a lo largo de toda su obra, y que lo llevó al ejercicio de honestidad intelectual de pasar del antiperonismo a la militancia en Montoneros, Walsh enfatiza en la que sería su última redacción completa que las cifras arrojadas por los “supuestos combates”, donde nunca las fuerzas represivas tuvieron bajas ni sus oponentes heridos, revelan que sólo eran construcciones narrativas destinadas a blanquear los asesinatos de las víctimas.
Otro periodista, Vicente Massot, que no escribía desde la clandestinidad obligada sino como dueño de un diario ya por entonces casi centenario y con hegemonía de feudo, jamás sospechó de las narraciones que La Nueva Provincia publicaba cada mañana, nutridas y ampliadas por coberturas especiales de los operativos y datos e imágenes que no se distribuían en comunicados oficiales. Por ello es que la fortaleza de la acusación del Ministerio Público en torno a la contribución del medio al genocidio mediante operaciones psicológicas, práctica que el represor Adel Vilas reconoció ya en 1987, crece día a día.
Pero hay otro hecho que evidencia de modo especial la distancia del periodista Walsh respecto del periodista Massot y que ilustra de modo patente cómo uno sigue desmintiendo a otro, en base a una conducta, aún después de treinta y siete años de perpetrado su asesinato.
Además de los aportes al genocidio en materia de operaciones psicológicas y propaganda, Massot está imputado por los secuestros y homicidios de Miguel Ángel Loyola y Enrique Heinrich, obreros gráficos y delegados sindicales que encabezaron medidas de fuerza contra la patronal antes de ocurrido el golpe del 24 de marzo. Las evidencias que pesan sobre el núcleo directivo del diario son muchas y fuertes, e incluyen documentos de Inteligencia de las propias fuerzas represivas y artículos donde la patronal les advertía que no se creyeran “una nueva raza invulnerable de por vida”. Pero durante su declaración del martes 18 Massot se defendió acusando: deslizó que ambas muertes podían ser responsabilidad de la organización Montoneros.
Cuando aparecieron los cuerpos de los trabajadores asesinados, La Nueva Provincia informó escuetamente a sus lectores que “son investigados dos homicidios”. Pero nunca más, en las tres décadas siguientes, el diario imprimió una línea más acerca de las investigaciones que había anticipado. Tampoco, ni durante la dictadura ni ya en democracia, el periodista Massot propició ni desarrolló nunca investigaciones que sirvieran para determinar la validez de su hipótesis de que habían sido los Montoneros quienes habían producido el hecho, pese a que explícitamente consideraba a la organización como enemiga a erradicar y a que las víctimas eran asalariados suyos y sus homicidios le causaron “estupor”, según narró hace pocos meses a la historiadora Ana Belén Zapata.
Lo diametralmente opuesto de esta conducta respecto de la que Walsh siguió durante toda su carrera, al investigar incluso el asesinato de adversarios políticos -como el sindicalista Rosendo García- para desentrañar la trama que se ocultaba tras el gatillo, deja en evidencia la endeblez de la táctica de defensa acusatoria planteada por el imputado al declarar, después de definirse “periodista” ante el tecleo de la Secretaría del Juzgado. Treinta y siete años después, Rodolfo Walsh sigue escribiendo.