Por quién doblan las cacerolas
Por Viviana Maestri*
Había transcurrido poco más de un año del Gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile, cuando a fines del 1971 las mujeres de la burguesía chilena instauraban el cacerolazo como forma de protesta: con el repicar de cacerolas, ollas y sartenes, mostraban su descontento ante la escasez de productos de primera necesidad. Efectivamente el desabastecimiento existía. ¿Y por qué no había productos, si la producción no había descendido? Bueno, porque los grandes grupos económicos concentrados, -vinculados a intereses norteamericanos-, en “guerra” con el gobierno por sus políticas nacionales y populares (especialmente la nacionalización del cobre) provocaron un profundo acaparamiento especulativo. Esto fue fácilmente comprobable después del golpe de Estado en que derrocaron a Allende: inmediatamente aparecieron todos los productos que “faltaban”
Los grupos concentrados del poder real tuvieron en las señoras caceroleras un gran aliado (no sabemos si siempre voluntario y consciente): eran la cara del “descontento popular”. El emblemático grupo folklórico chileno Quilapayún cantaba “la derecha tiene dos ollitas, una chiquita, otra grandecita. La chiquitita se la acaba de comprar, esa la usa tan solo pa' golpear”.
En nuestro país, en diversos momentos, hubo manifestaciones de protesta amenizadas por el ruido de las cacerolas, de distintos grados de relevancia. Pero sin duda fueron los cacerolazos del 2001 los que tuvieron un lugar protagónico en la historia. Se derrumbaba el gobierno de la Alianza al ritmo del quiebre de país: las políticas neoliberales lo habían llevado a la crisis económica y social más profunda de la que se tuviera memoria.
¿Quiénes golpeteaban ollas y por qué? La llamada clase media. El modelo les había “robado” todo. El 50% de la población, debajo de la línea de pobreza, hambreada y sin trabajo, se sumaba a las organizaciones sociales que implementaban los piquetes como práctica desesperada para hacerse escuchar. El Frente Nacional Contra la Pobreza (encabezado también por políticos y sindicalistas) movilizaba y militaba una asignación universal para que los menores de 18 años pudieran tener acceso básico a la alimentación. Pero fue el zarpazo a sus bolsillos (a sus ahorros) a través del llamado corralito, lo que impulsó a la clase media a sacar sus cacerolas a la calle.
Es cierto que hubo un momento de encuentro: “piquete y cacerola, la lucha es una sola” se cantaba mientras los comerciantes y los profesionales aplaudían a los piqueteros a su paso, y les daban agua para que se refrescaran en el agobiante verano porteño.
Pero fue, justamente, un “amor de verano”. Diversos y complejos avatares (cuyo análisis excede en todo a estas modestas líneas) produjeron rupturas y diferenciaciones, que en determinados contextos podemos ver exacerbadas ó atenuadas (pero nunca superadas)
Corría el 2008 cuando el gobierno de CFK intentó incrementar los impuestos sobre la exportación de productos agropecuarios. Más allá de aciertos ó errores en dicha implementación, la alianza estratégica entre los dueños de la tierra y los medios de comunicación hegemónicos (que, además, a veces pueden coincidir), lograron imponer la idea de que el gobierno le había declarado la guerra al “campo”. Y esa fue otra oportunidad en que ollas y cacerolas se hicieron oír ruidosamente en varios barrios de capital federal y en algunas ciudades grandes del interior.
Los utensilios de cocina hacían el fondo musical a la consigna “todos somos el campo”. Implacable victoria del sentido común construido política y mediáticamente, en un país que tiene una concentración agropecuaria alarmante: el 7% de los productores tienen entre 1500 y 10.000 hectáreas y producen el 37 %del total de producción, y el 1,08% de los productores (2473) tiene más de 10.000 hectáreas y recoge el 36% de la producción. Es decir entre los primeros y los segundos producen el 73 por ciento de lo que se siembra y cosecha. Son 20.000 personas (ciudadanos o personas jurídicas). En el país somos 45 millones de habitantes. Y las cacerolas decían algo así como “ todos somos ellos”
Y las cacerolas volvieron a hacerse sentir en los balcones de la ciudad, anoche.
En el marco de esta pandemia, a la que llamamos indescriptible aunque sea descripta a cada momento por todos los medios. En el marco de una situación desconocida, el aislamiento social obligatorio, que ha puesto al mundo patas arriba. En el contexto de nuestro país, con un gobierno casi recién asumido, que ya tenía bastante y más con hacerse cargo de una economía destruida, un país endeudado y empobrecido. Más un Estado deshilachado por las prácticas de arrasamiento y destrucción de sus principales áreas (entte ellas Salud) efecto de las políticas implementadas por el gobierno de Cambiemos.
Cuando estábamos supuestamente unidos y unidas contra el coronavirus, cuando la oposición se alineaba (incluso con presentaciones y expresiones públicas) respecto a las medidas del gobierno, y esa solidez era la única capaz de aliviar un poco la angustia y el temor general ante el llamado “enemigo invisible”. Cuando todas las noches a las 21 hs desde esos mismos balcones se aplaudía en agradecimiento a los trabajadores de la salud y a los servidores públicos en general por su tarea de protección sin descanso de la comunidad. Cuando incluso se llegó a escuchar el Himno Nacional qué mayor símbolo de unidad, ¿no?
¿Y qué pasó? Cómo se abrió otra vez la hendija de la grieta?
La cuarentena ha demostrado aquí y en el mundo ser la única forma de detener no al virus, pero sí su escalada vertiginosa, y la consecuente desvastación social producida por miles y miles de personas muertas que atraviesan antes de morir un sistema de salud inevitablemente colapsado por una demanda inédita.
Pero la cuarentena no se sostiene sólo con la decisión individual de quedarse en la casa (quienes pueden hacerlo). Se sostiene principalmente si un Estado organiza y distribuye los recursos para que la población que no sea atacada por el virus, no se muera de hambre y de desesperación. Y el Gobierno en las palabras de Alberto Fernández, hizo saber que estaba dispuesto. Implementó políticas de apoyo, cuestionó a los especuladores y les dijo a los grandes empresarios que iban a tener que ganar menos. Y pronunció la frase que empezó a sacarle la llave a las alacenas: “Todos nos hemos dado cuenta de la importancia del Estado en esta instancias”.
Esa afirmación, indiscutible, encendió las alarmas. Las grandes corporaciones económicas, financieras y mediáticas saben (por experiencia propia) que Perón tenía razón cuando afirmaba “la economía nunca es libre: o la maneja el Estado en beneficio del pueblo, ó la controlan las grandes corporaciones en perjuicio de éste”
Y en esta pandemia nuestro gobierno decide manejar las variables económicas (en el estrecho margen que la situación le permite) en beneficio del pueblo. Y eso significa, inevitablemente, tocar los intereses de esas corporaciones.¿ Les preocupa sólo eso? ¿Lo que van a perder? Sí, sin duda les preocupa, porque su ambición de poderío económico es desmedida. Pero mucho más les preocupa la pérdida del poder político: que un gobierno popular pueda llegar a demostrar que el Estado puede proteger y cuidar al pueblo de las peores consecuencias en las peores situaciones.
Y las alertas que se activaron pusieron en acción a diversos personajes del anterior gobierno, que “despertaron” a los trolls, y sumaron rápidamente a sus aliados mediáticos siempre dispuestos a ayudar con la puertas de la alacenas en las que reposan las cacerolas con el mismo argumento histórico, si hace falta re versionado, pero siempre eficaz: “si las cuentas no dan, la culpa la tiene la política”, “si falta plata, es la plata que tienen los políticos”. Conclusión: es la política la que nos roba la plata que necesitamos para los barbijos, para el alcohol en gel, para que la gente de los barrios pobres pueda comer.
Los culpables del sufrimiento de los pueblos, son los políticos.
No fueron en Chile los grupos concentrados aliados con EEUU. No fueron ni son los que gracias a la renta extraordinaria poseen la mayor parte de la tierra en nuestro país. No fueron los que implementaron las políticas de saqueo cada vez que la oportunidad política les permitió ocupar el Estado en beneficio de su clase y de su bloque de dominio.
Los culpables de las desigualdades, de las injusticias, de las pobrezas y los padecimientos de los grandes sectores de la población, no son los que se han enriquecido en cifras que ni siquiera podríamos comprender, históricamente, expoliando al Estado (al que dicen denostar). No son las corporaciones mediáticas y judiciales que les apoyan para ese logro.
No, la culpable de todo, para las cacerolas, es la política. La que hacen los políticos. Porque los empresarios, los ceos los financieros, los dueños de los medios…no hacen política…
¿Podrá el coronavirus ser, paradójicamente, nuestro aliado en esta batalla contra el caceroleo? ¿Podrá el habitante –hoy obligado- de los balcones porteños, comprender que ésta vez la cosa es de vida o muerte, de verdad, y que no le podés dejar la vida en guarda al mercado, porque el mercado no cuenta vida sino billetes?
¿Podrán las cacerolas entender, por fin, por quién doblan?
*Militante peronista