¿Qué Estado necesitamos para que no haya narcos?

  • Imagen

¿Qué Estado necesitamos para que no haya narcos?

02 Septiembre 2014
Por Norberto Emmerich

El gobierno de la ciudad de Buenos Aires está obligado desde el año 2005 por la ley 1770 a urbanizar toda la Villa 20. En lugar de ello la Gendarmería Nacional y la Policía Metropolitana, también por orden judicial que ahora sí acataron ambos urgentemente, se lanzaron el sábado 23 de agosto con topadoras y golpes al desalojo de 1400 vecinos del barrio Papa Francisco, mientras toda la prensa acataba el pedido de no brindar información en directo durante el desalojo.

El argumento fue el “combate a la delincuencia”, en virtud del asesinato de la joven Melina López, un eslogan que también aquí, como en Colombia o en México, tiene utilidades multipropósito. Son varias las voces que dicen que la zona estaba liberada desde hace varios meses, sin presencia policial, dejada en manos de punteros y mafiosos, con la finalidad de justificar un desalojo forzoso, en una lógica de acontecimientos que acompaña los procesos de privatización territorial, a los que se denomina “negocios inmobiliarios”, la cara agradable del narcotráfico.

“No veíamos topadoras en una villa desde la época del menemismo”, señaló un vecino. En el fondo de esta represión siguen operando los intereses inmobiliarios del Plan Maestro, un proyecto de privatización del sur de la ciudad, originado en el macrismo y apoyado legislativamente por el kirchnerismo.

El sector nueve, manzana 30, pasillo Corvalán, aledaño a Chilavert, quedó ileso frente a la patota de la seguridad porteña. Allí se asienta el control territorial de los “paraguayos”, los líderes del narcotráfico en el barrio, que lograron derrotar, merced a la intervención policial, a los “bolivianos”.

La propia jueza María Gabriela López Iñiguez, quien ordenó el desalojo, reprochó a las autoridades porteñas haber informado que el procedimiento se había completado, tras haber comprobado que el sector de los paraguayos no había sido allanado, en abierta negativa a sus órdenes y sin consultar ni informar al Juzgado al respecto.

¿Qué había sucedido? Cuando la policía se acercó al sector de los narcos, salieron corriendo por los disparos. Hay testimonios de que el jefe del operativo les ordenó regresar pero los subordinados no acataron esas órdenes. Sea como fuera, quedó claro quién manda en una cadena de autoridad que comenzó mucho antes del desalojo.

Los vecinos, que pasaron de vivir en zonas carenciadas a vivir en situación de calle, no comprenden la racionalidad primitiva con la que se hacen negocios en el sur de la ciudad. Pero intuyen que la falta de viviendas no será solucionada con la Villa Olímpica y el Distrito del Deporte.

Se dice que cuando aparece el Estado el narcotráfico desaparece, por más que la experiencia del barrio Papa Francisco lo desmienta. En primer lugar hay que afirmar que la Policía Metropolitana o la Gendarmería son instituciones del Estado, pero no son “el” Estado. Equivale a afirmar, con igual insistencia, que las políticas públicas que abrumadoramente emanan del Estado, tampoco son “el” Estado.

La presencia policial, armada, represiva y abiertamente ilegal, aunque sea con orden judicial, con objetivos económicos, en defensa de estrategias de acumulación primitiva, no son el Estado que queremos presente en nuestros barrios. El Estado democrático previene, consulta, debate, ejecuta y resuelve. Su fuerza no se basa ni en la ley ni en los aparatos, sino en el consenso y la legitimidad. Y su forma de organización no son los ministerios ni las secretarías sino la actividad política.

La capacidad de retención, recuperación y ejercicio del verdadero poder, es el insumo que se ha perdido en todo este arduo camino.

Si creemos que la alternativa es narcos pobres en el sur o narcos ricos en el norte, descubriremos con asombro y perplejidad en poco tiempo que la agenda de seguridad, los homicidios interpersonales, la convivencia vecinal y las formas de resolución de conflictos, estarán todas traccionadas por el narcotráfico. Y no habrá zona en la ciudad que sea segura, aunque sí proliferarán las grandes riquezas.

Y eso sucederá porque no hemos sabido resolver los problemas en nuestros barrios, porque en aras de los grandes negocios le entregamos al caos la capacidad de proveer orden.