Volver a las fuentes narrativas

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    Gaticia, el Mono-Leonardo Favio
    Fotograma de "Gatica, el Mono" (Leonardo Favio, 1993)
Crónicas del abismo

Volver a las fuentes narrativas

21 Octubre 2025

El principal elemento de resistencia debería ser no otorgar a lo vivido carácter de normalidad. La Argentina atraviesa el desgaste de una democracia que ha roto sus ilusiones, con el indispensable aporte judicial y mediático para el punto de quiebre de 2015. 

Una discusión para historiadores amateurs, en la potencia del término y sin peyorativos, podría ser el pesaje de elementos de entonces. Para un ejercicio contrafáctico que estime qué podría haber ocurrido, y en consecuencia qué habrá de evitarse la próxima vez, porque la evaluación no debería limitarse a actores externos de los que no cabría esperar otra cosa que lo que hicieron. 

Lo cierto es que 2015 ocurrió, entre errores no forzados y condiciones inevitables, inherentes a una economía periférica o una democracia encorsetada por premisas que limitan el voto popular: 

  • sucesión obligada por los límites republicanos (aquí sí puede leerse un tono peyorativo), lo que siempre obliga a precipitar el trámite;
  • la reclusión del espacio nacional popular hacia un carácter unitario en lo territorial y el vestido de camisetas en lo orgánico, con una lógica de luchas posicionales que excluía tanto de la representación identitaria como del acceso al empleo público;
  • la condena a la esterilidad de algunas conquistas que demandaron largos esfuerzos y refriegas, como la ley de regulación de los servicios de comunicación audiovisual; y
  • algunas variables económicas que ya habían comenzado su deterioro, aunque aquel gobierno se esforzaba por el control de daños, protegiendo a las grandes mayorías del impacto de la eterna fragilidad.

Esos aspectos, y otros que puedan escapar a la perspicacia de esta columna, resultan más difíciles de analizar que la simple elección de candidatos presidenciales. Se atribuye ese error a Cristina Fernández, que nunca decidió sola ni optó por una alternativa que no fuera reclamada antes o celebrada después. 

En todo caso, primó algo del viejo cursus honorum. Cuando no hubo posibilidad de reelección, el candidato fue el primer vicepresidente del ciclo. Ocho años después, al quedar descartados por bandeo o lawfare los siguientes vices, el encabezado correspondió al primer jefe de gabinete. 

Que fueron errores es una fácil conclusión, porque los resultados lo muestran sin demasiada apelación posible. Otra cosa es quedarse en la comodidad de adjudicarlos a una decisión individual, un facilismo que obtura todo análisis. En todo caso, lo equivocado o condicionante es la estructura. 

De cualquier modo, el balotaje de noviembre de 2015 marcó un punto de quiebre, porque el macrismo lo aprovechó para cambiar la cancha sobre la que se discutiría la política nacional por años. Llevamos diez, y la deuda y la timba siguen siendo los elementos centrales que golpean por múltiples vías las mesas argentinas

El colosal e injustificable endeudamiento y la fuga de capitales que financió destinan a Pueblo y suelo como pagadores de la aventura, con mayor efectividad que un gobierno de fuerza. Una dictadura está más cerca de provocar repudio que cualquier deuda de ser desconocida, aunque se avisó en tiempo y forma su naturaleza ilegítima. Es posible suponer que deconstruir el imperativo moral de que las deudas están para honrarse, cualquiera sea su condición de origen, llevará tiempo. 

Como en tantos aspectos, requerirá de la recreación de narrativas. Una es la del dato duro, que -pese al griterío habitual- no está ausente por completo pero suele centrar su mirada en ornamentos como la corrupción minorista o el conceptualismo academicista. Otra, la estética, que sí se extraña. No faltó en el medio siglo anterior a 2003, cuando el cine o la literatura eran generosos en la denuncia desde la ternura. Bastante daño ha hecho, aunque no como único factor, la utilización indiscriminada del término “romantizar” como si estuviera sujeto a plazos de amortización. No siempre que se narran las dignidades, noblezas y pequeñas felicidades de los y las pobres se está romantizando la pobreza. 

Quien más y mejor se encarga de empujar hacia una reconquista de esos viejos territorios es el oficialismo actual, con sus propias narrativas y escenografías. Que combinan el despojo contable con la crueldad impiadosa para hacérselo pagar a los sectores más vulnerables, cuyo volumen aumenta día a día.