Brasil: Temer y sus promesas neoliberales
Por Laura Brizuela
Desde Rio de Janeiro
Si hay algo que se viene repitiendo en Brasil desde hace año y medio es que el escenario político y económico, además de caótico, es una verdadera incógnita. Los rumbos institucionales que han apartado de la presidencia a Dilma Rousseff y al Partido de los Trabajadores (PT), y que en su lugar colocaron al ex aliado Michel Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), traen a priori diversos análisis.
En primer lugar, se debe resaltar que no es cierto que ahora haya en Brasil una “vuelta a la derecha”. No puede hablarse de vuelta cuando la derecha nunca se fue, nunca retrocedió. Lo que hubo en todo caso, lo que representó el PT –especialmente durante los dos mandatos de Luiz Inácio “Lula” da Silva – fue una reacomodación de pautas sociales y objetivos que fueron tolerados por la derecha en vista del aumento del consumo interno y de una coyuntura externa que colocó a Brasil en el sistema internacional dentro de las premisas del “Brasil Potencia” o “Brasil Grande”, famosos lemas del último régimen militar (1964-1985), y concepciones arraigadas en la oligarquía brasileña desde su más tierna conquista del poder, allá por el Imperio de Brasil.
Esta tolerancia de la derecha hacia las conquistas del PT, representada en gran medida por la Federación de Industrias de San Pablo (FIESP) y sus aliados en las cámaras alta y baja, así como en otras asociaciones vinculadas a los polos productivos del Sudeste, especialmente de San Pablo, Rio de Janeiro y Minas Gerais, llegó a su fin porque el “pacto” tácito – o no tan tácito- que el PT había firmado dejó paulatinamente de cumplirse durante el gobierno Dilma.
Entre las causas que explican ese desentendimiento podemos puntuar varias:
1) Mucho se acusó sobre la supuesta ineficiencia de la presidenta Dilma para negociar. Se murmuró desde siempre, primero en susurros después con indignación, en los pasillos de los ministerios, en las cámaras de Diputados, en Senadores, en el Itamaraty, sobre la poca paciencia y el evidente fastidio que expresaría Dilma para tratar la relación con los políticos y escuchar sus demandas. Demandas casi siempre vinculadas a los sectores productivos, tanto agrícola como industrial. Dilma, tan diferente de Lula.
2) La crisis global iniciada en 2008 fue esquivada en sus primeros años, en el segundo gobierno de Lula. Sin embargo, desde 2012 sus efectos en la economía nacional empezaron a sentirse. Sólo un año después de haber asumido su primer gobierno, Dilma enfrentaba presiones externas e internas apabullantes. Las internas – tal vez las más pesadas – exigían recortes de gasto público, aumento de tributación, mantenimiento del superávit fiscal, aumento de la tasa de interés, prioridad a los bancos y al capital financiero, y así, todas las exigencias comunes a la historia brasileña y comunes también al neoliberalismo.
3) Las medidas neoliberales de Dilma, llevadas adelantes por el entonces ministro de Hacienda, Joaquim Levy, tuvieron un evidente efecto negativo en las clases populares que confiaron en el proyecto del PT y en la elección de Dilma como sucesora de Lula. Por un lado, esa incipiente clase media sufrió el aumento paulatino de la inflación, la desvalorización del salario real, que si bien aumentó en relación a los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y fue varias veces corregido en paridad con la inflación, vio su poder de compra disminuido. Además, desde 2014 se observó un aumento en el recorte de los planes sociales, que eran la base discursiva de inclusión del PT.
Sólo para ejemplificar, ocho de los nueve programas sociales sufrieron algún tipo de corte. Cuatro de ellos de carácter nominal, y de la otra mitad, aunque recibieron financiamiento, éste fue corroído por la inflación. En ese sentido, el gobierno de Dilma se comprometió a preservar los tres planes más importantes: “Mi casa, mi vida”, “Bolsa Familia” y el “Fies” e inauguró la tercera entrega de casas del primero, hizo campaña sobre las familias que progresaron por recibir el Bolsa Familia y los estudiantes que ingresaron a las universidades a través del Fies. Sin embargo, no sirvió de mucho. La desaprobación popular fue creciente y se reveló en la segunda elección de Dilma. Ganó raspando.
4) El papel desempeñado por los medios de comunicación, liderados por el grupo Globo, de la familia Roberto Marinho, representó un verdadero obstáculo a la gobernabilidad del PT. Los casos de corrupción (mal endémico desde el primordio de la nación) que señalaban la ineficiencia y la voracidad del Estado y del PT, olvidando o desestimando la participación de políticos opositores al PT, dieron más fundamentos a la crítica hacia el gobierno Dilma, que paradójicamente, aunque ella no fuera acusada directa de corrupción fue alejada de la presidencia por maniobras fiscales en teoría corruptas.
Siendo así, los grandes medios, prácticamente la única prensa que hay en Brasil, en concomitancia con el sector agroindustrial y los partidos de oposición, en donde sobresale el rol del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y de su líder, también senador y excandidato a la presidencia Aécio Neves y del ahora alejado presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (PMDB), consiguieron polarizar aún más el núcleo endógeno de la sociedad brasileña. Las manifestaciones contra el PT y Dilma, y su contrarrespuesta de sectores universitarios y de sindicatos en manifestaciones en defensa del PT y de Dilma, hicieron de las calles, un campo de batalla, y de las casas, una pelea entre los verde-amarelos y los vermelhos, Toda esta situación desgató profundamente la política, paralizó la economía, cansó.
Finalmente, 5) Hubo desde el PT, y de los movimiento de izquierda y centro-izquierda en general, una subestimación de la oposición. El argumento de que a Dilma la votaron 54 millones de brasileños no lleva en consideración que no la votaron 51 millones de brasileños. Es decir, que casi la misma cantidad de ciudadanos no cree más en el PT, no quiere seguir ese modelo. La reflexión sobre qué se quiere, y por qué se llegó a esto, deberá ser una mea culpa del propio PT, de sus líderes y de los movimientos sociales. Su actuación tardía también. Además, no se puede ignorar más que hubo apoyo también popular para el golpe institucional de Temer y el PMDB. Por qué pasó eso, es otra pregunta en abierto.
Ahora bien. ¿Qué hará el gobierno del vice en ejercicio para sacar a Brasil del buraco en el que está?
La respuesta, lejos de un ejercicio de futurología, se encamina a lo que Brasil ha hecho desde siempre. La propia formación del gabinete de Michel Temer, el perfil de sus ministros: hombres blancos (no hay una única mujer, ni un solo negro o indígena), cristianos (apenas católicos y evangélicos en un país de muchas religiones y culturas) y adinerados (dinero que responde a intereses agroindustriales y de grandes corporaciones transnacionales) da una pista sobre las medidas económicas y sociales que se vienen. Corte de gasto público y planos sociales, aumento de impuestos, paralización de obras de infraestructura, desregulación de mercados, privatizaciones, etc. En relación a la política externa, una mirada deseosa hacia Estados Unidos, un enfriamiento de las relaciones con los países de América del Sur y las iniciativas como UNASUR, aunque la relación con Argentina probablemente será mantenida, más por ímpetu argentino que brasileño.
Los costos sociales que enfrentarán la mayoría de los brasileños de ahora en adelante son los mismos costos que enfrentan desde siempre. La entrada del PT a la esfera nacional fue lo novedoso y en alguna medida desestructurador de las antiguas y evidentemente presentes prácticas y redes opresoras del sistema nacional. Sin embargo, el PT no pudo modificar el núcleo estructural de la sociedad, no pudo educar sus masas, se paralizó y se dejó ganar por el gen neoliberal presente en toda la historia brasileña.
El hábito crea instituciones, las instituciones legitiman el poder. El golpe institucional que sufrió Dilma es la prueba de que estaba sola. Y ya se sabe, nadie gobierna solo.