Crónica de un golpe de estado

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Crónica de un golpe de estado

23 Junio 2012

Por Lorena Soler I Asunción amaneció extrañamente fría. También especialmente militarizada. Sólo algunos comercios se atrevieron a levantar sus persianas. La ciudad estaba silenciada, sin transporte ni caminantes. Los paradores de comida habían desaparecido. Sólo en las paradas de taxis, que conservan sus televisores colgados de viejas columnas, podían observarse manifestantes que pispeaban noticias en la procesión hacia la plaza. En ella, las campesinas reemplazaron la venta de chipá por viejas radios. Lo importe, sin duda, era la inmediatez de las noticias que corrían a un ritmo inesperado.

Para ingresar a la Plaza de Armas, la plaza de la “resistencia” frente al Congreso, era necesario atravesar varios controles policiales. Mayoritariamente, jóvenes y campesinos, con pancartas de cartón producidas bajo urgencia, expresaban odio, también de clase, contra los “senadores corruptos”. Los cánticos eran “Lugo, amigo, el pueblo está contigo”. Es que ese presidente es un hombre del pueblo campesino, origen privilegiado para ganar las elecciones en 2008.

En la Plaza se había improvisado un precario escenario con audio desafinado. Allí subieron varios ministros del frente político luguista, personalidades de la cultura y, paradojas de la historia, quien supo ser el gran líder del Partido Liberal en la transición a la democracia, Domingo Laino. En sus discursos, todos apelaron al guaraní y a la frase “dictadura nunca más”.

A la Plaza habían llegado manifestantes desde la tarde del jueves 21. Ese día, diputados y senadores habían aprobado por unanimidad el juicio político al presidente constitucional Fernando Lugo. Tres horas antes, los ministros y funcionarios del Partido Liberal que formaron parte de la coalición de gobierno renunciaron en su totalidad. La suerte del juicio político estaba cantada. El Partido Liberal y el Colorado, creados en 1887, han conservado a lo largo de toda la historia una predominancia en el sistema político. Juntos a la derecha modernizante Patria Querida y la escisión colorada que responde a Lino Oviedo (UNANCE), habían acordado destituir a Lugo.

La única esperanza era UNASUR. Los cancilleres mantuvieron reuniones maratónicas con las fuerzas políticas, cobijaron al presidente y pronunciaron un comunicado contundente. No reconocerán a un presidente surgido de un proceso indebido como el que se estaba cursando. Nicolás Maduro, como buen chavista, fue por más. Tomó el micrófono y gritó que Venezuela retira toda colaboración. Pero ello no alcanzó: acaba de asumir la presidencia el vicepresidente Federico Franco, primer presidente del Partido Liberal desde 1939.

Los sobrantes argumentos jurídicos acerca del “indebido proceso”, la inconstitucional de un juicio sin argumentos legales ni políticos, obliga a buscar la causas del golpe de estado en una clase política que, por lo menos desde el stronismo, sigue manteniendo el control del Estado, que Lugo no pudo controlar ni generar un grupo propio para alcanzarlo. Hasta la Iglesia le pidió que dejara la presidencia. Los otros pequeños movimientos y ciudadanos sueltos, por su propia condición, no inciden en estas urgencias.

Hoy, parte de esa clase política trasparentada en un decadente Congreso, sin representación social y aislada de los procesos latinoamericanos, se defiende aferrándose a los elementos más conservadores del sistema político: el control de la presidencia. Cree que con ello puede asegurar su reproducción en un sistema en una franca crisis de representación. Mientras, en cada uno de los rincones de este dolorido país, hay muchos que esperan de una fuerza política capaz de interpelarlos.

La reciente matanza de once campesinos miembros del Movimiento Campesino de los Carperos y cinco policías, brindaron los argumentos finales para responsabilizar al gobierno, según lo expresaron senadores y corporaciones mediáticas: “Lugo alentó la lucha de clases”. Se apeló al miedo como memoria muy vivida. No sólo de la dictadura, sino a las muertes en 1999 de jóvenes intentando defender otro orden democrático.

La destitución parlamentaria de Lugo ya había sido intentada otras veces. La diferencia fue el respaldo del sector del Partido Liberal que responde al vicepresidente Franco. Había obtenido el último lugar en las internas de su partido, inhibiéndolo de ser candidato en las presidenciales de abril de 2013. Fue entonces el último manotazo por controlar el proceso electoral. Nunca se convocó al directorio del Partido Liberal para consultar sobre el destino luguista. Por el contrario, se armó un comité político que respondía a Franco, para que le allanara el camino a la presidencia. Parte de todo esto es también la crisis interna del Partido Liberal.

Sin embargo, si la historia es cíclica, el próximo presidente será del Partido Colorado, y en el peor de los escenarios, el megaempresario Horacio Cartes. Si lo que quede de los partidos de izquierda que acompañaron a Lugo logran reposicionarse, entonces aprenderán que se debe ganar elecciones, pero también generar una nueva fuerza política. Llegar a la presidencia sin representación en las cámaras, sin adoptar decisiones que permitan una legitimidad amplia, confirma las consecuencias de otra frase mítica de la campaña luguista: “justo en el medio, como la ranura del poncho”.

La destitución de Lugo fue vertiginosa. Pero, después de su último discurso como presidente, no dejó otra opción que el vaciamiento de la plaza. Solo quedaron las radios de fondo y una espectral sensación de frío.

*La autora es socióloga y becaria de Conicet/ Iealc.