Métodos de la Lava Jato desmoralizan el derecho
Por Eugênio Aragão*
Sobre comportamientos técnicos de héroes y políticos de “enemigos de Brasil”
Hasta hace poco era así: criticar la causa Lava Jato se trataba de actitud política, participar del golpe fingiendo que las instituciones estaban funcionando era técnico. Ahora es difícil definir si tener náuseas y ganas de vomitar es técnico o político. El momento es oportuno para dar claridad sobre lo obtuso de esa ideológica distinción entre lo técnico y lo político. Es evidente que lo primero se subordina a lo segundo y termina todo por ser político.
Al Ministerio Público Federal le gusta mucho ese juego de palabras. Recientemente, en una entrevista al “Estado de São Paulo”, su jefe fue incisivo: “los que quieren frenar la Lava Jato son enemigos de Brasil”. Y concluyó con una perla: “… no estoy de acuerdo con que existan abusos por parte del Ministerio Público. Tenemos como punto de apoyo de la actuación la observancia de la Constitución Federal y nos guiamos por ella. Nuestra actuación es técnica, apolítica y responsable”. Tuve que escuchar zonceras semejantes cuando, hace más de un año, me despedí de mi amistad con Rodrigo Janot (N.E. Procurador General de la República. Aragão se jubiló como fiscal hace un mes). Pero el tiempo no era para reírse. Recientemente escuché esa misma gracia de su asistente, el importador “trucho” de la teoría del dominio de facto que fue desmentido por Claus Roxin, el creador de la teoría.
Ahora dan ganas de darle un “me gusta” de carcajada. Argumentar nunca fue el fuerte de Rodrigo y tampoco de su séquito. El jefe prefiere elogiarse, bramar, insultar o hacer chistes. Y el entorno aplaude. Al agasajar esa vieja muletilla de la actuación técnica que distinguiría a los miembros “patrióticos” del Ministerio Público Federal de los “enemigos” del otro lado, el Procurador General de la República o es tonto o cree que nosotros lo somos.
El derecho es un instrumento de legitimación de decisiones. Ni el instrumento ni la legitimación en sí siguen reglas objetivas que correspondan al esfuerzo de la precisión lógica. Las decisiones no son reductibles a cálculos de sentencias sin graves problemas de consistencia.
Toda toma de decisión jurídica admite dos o más caminos de legitimación, que, de norma, son contradictorios. Simplificando, puede decirse que un juez tiene que optar entre la tesis del autor y la del reo. Tiene a su disposición un espectro relativamente largo de alternativas, siempre dentro de ese intervalo. Todas son jurídicamente igual de sustentables (y, por lo tanto, al parecer de los juristas: “legítimas”), aunque fundamenten pretensiones opuestas. Decir que el reo o el autor tiene razón no es un resultado inexorable, con precisión de la conclusión de un silogismo en ¡Bar-Ba-ra! Es resultado de una elección que corresponde más a las convicciones subjetivas del jugador. En el fondo, para que todo quede como está. La única cosa que el juez está obligado a hacer es motivar esa elección, de modo que pueda al menos ser criticada y contestada y, con eso, ganar brillo de falsa falsabilidad.
La “técnica” no está en la elección, que, casi siempre, es a priori y política, sino en la motivación. Ésta trata de travestir de “exacto” un contenido que nada tiene de exacto. Ofrece a la elección la apariencia de un resultado científico. Es solo cáscara, no es esencia. Es un accesorio apenas y, como tal, tiene la misma naturaleza de lo principal. Es un instrumento de la política.
Y cuando los operadores pierden la paciencia, sea por nauseas, sea porque el bambú para fabricar flechas se está acabando, no se ruborizan al mandar a la técnica para aquel lugar. Hacen hashtags en sus perfiles de Facebook, recordando que #2018tachegando y hacen públicas grabaciones de Geddel Vieira Lima llorando para humillarlo. Hacen a sus trofeos humanos desfilar esposados, con la horca al cuello por las calles del pueblo. Anuncian a IstoÉ las sentencias condenatorias contra Lula y dicen que las delaciones contra el PSDB no vienen al caso. Hacen alarde con una conversación ilegalmente captada entre Doña Marisa y Fábio (N.E: compañera de Lula y su hijo), relleno de lenguaje coloquial, sólo para refractar la imagen que fue. Y después dicen que sienten náuseas…
No es su “técnica” que hace a esos energúmenos mejores. Gran engaño. La técnica solamente les pinta la vanidad. Y miren que a veces pienso (sólo pienso) que lo que algunos de ellos estudiaron en exterior no fue derecho, fue culinaria, tamaña a gula por el poder.
No quiero afirmar aquí que la técnica sólo es cebo. Es, en verdad, como un destornillador. Sirve para apretar tornillos o para clavárselo a alguien en un acceso de rabia. Dependiendo cómo la utilicemos, con qué índole, con qué objetivo político. Si la usamos para abrazar y acoger los hijos pródigos que vuelven a la casa del Padre ¡vale! Si fuera para castigar, maltratar, exponer y arruinar la estimación y, con eso, exaltarse con inexistentes virtudes atribuidas a sí mismo, pasa a ser una trampa “satánica” (¿o será diabólica, que ni la prueba imposible, Señor Procurador General de la República?)
Una buena técnica usada por un operador políticamente consciente enaltece la Justicia. Legitima la decisión, porque le ofrecerá el ropaje en que todos se reflejan. Pero eso no funciona con quien la usa orgullosamente sólo para distinguirse de aquellos que, sin moral, descalifica, para lograr apoyo de una sociedad enferma por el odio diseminado por instituciones y medios deformados. Ese es sólo el camino más seguro para desacreditar el derecho y sus profesionales, fiscales lavajateros o no. Y ahí no sirven las más afiladas flechas de bambú. No serán ellas las que redimirán a los vanidosos arqueros.
* Ex Ministro de Justicia de Dilma Rousseff. Publicado originalmente en Conversa Afiada
Traducción: Santiago Gómez