Opinión: Malvinas y los medios, una historia
Por Matías Farias
De Hernández a los Cóndores. La historia de las islas Malvinas en los medios no comienza con la guerra. En el siglo XIX, José Hernández publica en el Río de la Plata una serie de cartas escritas por su amigo Augusto Lasserre, un oficial de marina de la Confederación Argentina que en esos años había solicitado su pase a retiro por serias diferencias políticas. Ese material se publica en el periódico dirigido por Hernández los días 19, 20 y 21 de noviembre de 1869 y constituyen un antecedente de relevancia en la historia de las islas Malvinas en medios locales y otro índice más de que Malvinas concitaba interés en los más diversos campos ideológicos incluso desde el siglo XIX.
Ya en la etapa de la sociedad de masas, es decir, en pleno siglo XX, dos nombres, el de Raymundo Gleyzer y el de Dardo Cabo, militantes revolucionarios desaparecidos por la última dictadura militar, aparecen vinculados con la historia de Malvinas en los medios ahora sí masivos de comunicación.
Raymundo Gleyzer graba en islas a inicios de 1966 un material destinado al noticiero Telenoche. Como resultado de esa producción, compone el documental Nuestras islas Malvinas, una tira de 30 minutos realizaba a partir de una estética realista con elementos costumbristas acordes probablemente a lo que demandaba el público del noticiero. A pesar de este registro, Gleyzer retrata de manera notable el ambiente decadente de las tabernas, la presencia insoslayable de la Falklands Island Company y los vasos comunicantes entre la Argentina y los isleños, que en el documental lucen como un pueblo de pesqueros semejante a los que Melville describe en Moby Dick. La clase de español es, por lo curiosa y también por lo desolada, uno de los momentos en que mejor se registran el estado de la cuestión de las relaciones entre el continente y las islas, en un contexto en que la Argentina intensificaba los esfuerzos diplomáticos para recuperar la soberanía en las islas, tras la Resolución 2065 de la ONU.
Tan sólo unos meses después, más precisamente el 28 de septiembre de 1966, durante el gobierno dictatorial de Onganía, encontramos un capítulo central en la historia de Malvinas en los medios. En esa fecha, un grupo de dieciocho civiles nacionalistas y peronistas, bajo los liderazgos de Dardo Cabo y Cristina Verrier, desviaron hacia las islas Malvinas un avión de Aerolíneas Argentinas que tenía como destino a la ciudad santacruceña de Río Gallegos. Una vez en suelo malvinense, los “Cóndores”, como se autodenominaba el grupo, bautizaron Port Stanley como “Puerto Rivero” (en homenaje al gaucho que, según algunas vertientes no renombradas del revisionismo histórico, había resistido la ocupación británica de las islas en 1833), izaron la bandera nacional y leyeron una proclama en la que explicaban los motivos de su accionar:
[Somos] Una generación que asume sin titubeos la responsabilidad de mantener bien alto el pabellón azul y blanco de los argentinos, y que prefiere los “hechos a las palabras”. La responsabilidad de nuestra soberanía nacional siempre fue soportada por nuestras FF.AA. Hoy consideramos le corresponde a los civiles en su condición de ex soldados de la nación demostrar que lo aprendido en su paso por la vida militar ha calado hondo en sus espíritus pues creemos en una patria justa, libre y soberana. O concretamos nuestro futuro o moriremos con nuestro pasado .
El Operativo, de gran impacto por sí mismo, tuvo alta repercusión en los medios a causa de que uno de los tripulantes del avión secuestrado era Héctor Ricardo García, director del Diario Crónica, quien había sido contactado por los “cóndores” para que participara del vuelo, aunque, según confesó después, sin que supiera previamente los detalles del operativo.
De este modo, los episodios fueron cubiertos por el diario Crónica y el semanario Así, propiedad de García, quien a partir de aquí tomó la posta de los “cóndores”, a tal punto que, dos años después, con un avión pintado con el logo del periódico y comandado por quien había realizado por primera vez un vuelo hacia Malvinas, el piloto Miguel Fitzgerald, aterrizó en las Islas. El accidentado aterrizaje se realizó en el marco de la visita a las islas de Lord Chalfont, funcionario de primera línea británica que intentaba “negociar” con los malvinenses la necesidad de sentarse a discutir con la Argentina la cuestión de la soberanía, en un momento de mucha presión diplomática por parte de nuestro país. Con la excusa de cubrir esa noticia, García emprendió el vuelo hacia las islas en la última semana de noviembre de 1968, para titular a la expedición con un enorme “Crónica” en Malvinas en tapa, sumado a la foto gigante de la avioneta con logo del periódico atascado en tierra malvinense tras el aterrizaje. A partir de aquí, Crónica se convirtió en uno de los periódicos que más contribuyó a instalar en las clases populares la idea de que Malvinas es una de las causas nacionales más sentidas.
¿La guerra es inminente? Los periódicos argentinos ofrecían a principios del año 1982 indicios de que la guerra era un escenario posible para los militares. Sin abusar de la lectura retrospectiva, resulta sorprendente la cantidad de alusiones en este sentido en varios medios locales, entre ellos, el diario La Prensa. En una nota firmada por Jesús Iglesias Rouco en este diario, se lee que “todo indica que a juicio de las máximas instancias de poder, de la solución que se dé al problema del Beagle, dependerá el de Malvinas. O viceversa. Repetimos: o viceversa”. Más amenazante, dos días más tarde, en el mismo periódico, su colega Manfred Schönfeld advertía que “la cuestión tiene una simple solución: la de que un día amanezca con el archipiélago reincorporado al territorio nacional, sin explicaciones que haya que dar a nadie (y que, además, no será exigidas, salvo a efecto declamatorios y sin que esa declamación perdure más que un tiempo prudencialmente breve”). El 24 de enero, Rouco volvía sobre el tema ya de manera más explícita: si las negociaciones diplomáticas fracasaban, el periodista se hallaba en condiciones de anunciar que “Buenos Aires [sic] recuperará las Islas por la fuerza”. Incluso arrojaba datos de la operación: “se estima que será relativamente sencilla, en vistas de los escasos pertrechos militares de las Islas […] a Buenos Aires [sic] se le atribuye la determinación de evitar toda efusión de sangre […] Las Malvinas y el Beagle, quizás con bases conjuntas merced a un tratado del Atlántico Sur, se convertirán así en dos de los principales puntales de la estructura defensiva de la región”.
En ningún momento las autoridades militares desmentían este tipo de afirmaciones; al contrario, en febrero de 1982 el ministro de Defensa Amadeo Frúgoli admitía en el periódico mendocino Los Andes que desde el punto de vista estratégico, “Las Islas Malvinas, por su posición geográfica, serían un punto de apoyo de gran importancia” y el titular argentino en la OEA, Alejandro Ofila, a través del mismo periódico en su edición del 5 de marzo, sostenía que “Las Islas Malvinas son argentinas. […] y estoy seguro que no ha de pasar mucho tiempo para que en ese rincón del territorio nacional ondeé la bandera de la Patria”. Tres días antes, el diario La Nación titulaba en tapa como noticia central “Nueva política para Malvinas”, con una bajada que ya dejaba entender que los militares argentinos no descartaban la guerra: el gobierno endureció su actitud al reservarse el derecho de tomar otras medidas si no dieran resultado las reuniones mensuales propuestas para “acelerar verdaderamente” al máximo la negociación.
El litigio en torno de Malvinas se aceleró entre el 19 y el 24 de marzo de 1982, cuando un grupo de tareas encabezado por el hoy ex Capitán de Fragata Alfredo Astiz –responsable del secuestro y desaparición, entre otros casos, de un Azucena Villaflor en 1977– izó la bandera argentina en Grytviken, islas Georgias del Sur, lo que provocó el reclamo británico y la movilización de un buque hacia la zona de tensión. En un ejemplo paradigmático de las dos caras de la dictadura militar, el diario La Nación del 23 de marzo titulaba como noticia central de tapa Fue rechazada una protesta británica y, a su lado derecho, Fabricaciones Militares: Estudia privatizar sus empresas. De este modo, el dudoso nacionalismo y la adhesión a la economía de mercado no se mostraban para nada incongruentes con el ideario de la dictadura, como tampoco, desde ya, para el diario La Nación. Clarín era sólo un poco más cauto con el título del mismo día: Simbólica ocupación de las Georgias del Sur. Quien de ningún modo mostraba esa cautela era el ya mencionado Rouco, que tras los episodios de las Georgias advertía a través de La Prensa: “está llegando la hora de que el régimen, sin dejar de agotar todas las instancias pacíficas, tome las decisiones que las circunstancias impongan […] De otra forma habrá llegado a su fin el ya escasísimo crédito que le queda”, para rematar afirmando que “ninguna vacilación podrá justificarse por la falta de armas o de presupuesto militar, tras los millones de dólares que se gastaron en nuevos equipos durante los últimos años”. El juicio de Rouco es significativo, porque muestra bien, además del cuestionamiento que sufrían los militares en los momentos previos al desembarco, que no sólo grupos de la Marina estaban interesados en el desembarco en las islas: había civiles que, desde lugares de enunciación destacados en la formación de opinión, alentaban pasar a los hechos.
En síntesis, desde principios de 1982, y con mayor intensidad desde marzo, se registran en los medios notas que dejaban entender que la guerra era un horizonte posible para dirimir el conflicto. Estas notas eran funcionales a la dictadura en un doble sentido: instalaban un tema capaz de desviar el foco de atención en torno a la conflictividad interna y pretendían sumar presión a los ingleses, bajo la hipótesis –errónea- de que la amenaza de guerra los obligaría, por fin, a negociar la soberanía de las islas. Aunque funcionales, las notas también daban cuenta de un sector del periodismo que alentaba la opción militar sin medir ninguna de las consecuencias de una decisión de esa índole. La conflictividad interna y la cuestión Malvinas, finalmente, estaban tan ligadas que la propia CGT interviene para sentar postura sobre Malvinas en el mismo momento en que declara la primera huelga nacional. Así queda expresado en uno de los titulares de Crónica el martes 30 de marzo: CGT ratificó el acto; Gobierno lo prohíbe. Más abajo, la tapa muestra una foto de Saúl Ubaldini con la siguiente inscripción: “Las Malvinas son argentinas. CGT”.
La guerra que contaron los medios porteños. La información durante la guerra de Malvinas no escapó a las condiciones generales de la dictadura. Al severo control de la prensa que existía desde el golpe de Estado se agregaron la censura típica de todo conflicto armado, que comenzó a aplicarse de manera rigurosa el 30 de abril, horas antes del primer ataque británico . En las Islas, cubrieron la guerra Nicolás Kasanzew de Canal 7, Diego Pérez Andrade y Carlos García Malod, de la agencia estatal Télam y Eduardo Rotondo, que recogió tanto material fotográfico (publicado en la revista Gente) como material filmográfico de importante valor, entre otras razones porque fue el único en registrar en imágenes la rendición argentina el 14 de junio.
Los medios de comunicación cumplieron un rol decisivo en la construcción del relato de la guerra, exacerbando y construyendo con mayor eficacia que la que era capaz de imaginar la dictadura ciertos tópicos dominantes durante los días del conflicto. Veamos algunos de ellos:
-La construcción de un enemigo atroz y al mismo tiempo inofensivo. En los medios gráficos aparece una doble construcción de la imagen de los ingleses. Por un lado, son calificados como “piratas” y usurpadores, como muestra la tapa de Crónica que informa la partida de la flota británica hacia las Islas el 5 de abril: “Zarpa la flota inglesa, otra vez a piratear”; asimismo, son tildados de “asesinos”, especialmente por el semanario amarillista Tal Cual, quien en la primera semana del conflicto (8 de abril) publica en tapa la foto de la esposa e hija de Giachino, el capitán de corbeta comprometido con crímenes de lesa humanidad que resultó el primer argentino muerto en las islas. La tapa del semanario atribuye a su hija la siguiente frase: “Los ingleses mataron a mi papá”. Del mismo modo, este semanario se especializará en demonizar la figura de Margaret Thatcher (Tal cual, 28 de mayo, “Más mala que el diablo”), señalizándola como “La señora de la muerte” (Tal cual, 7 de mayo de 1982), intentando demostrar su presunto pasado nazi (Tal cual, 14 de mayo, “La Thatcher peor que Hitler) y marcando su condición cercana a la locura por creerse la “mujer maravilla”. Pero en el mismo momento en que se presentaban así a los ingleses, se subrayaba, especialmente en periódicos ultra procesistas como Convicción, que el británico era un “imperio en decadencia” y por ende inofensivo, subestimándose incluso su poder de fuego, como también anuncia la edición Quinta de La Razón (5/4/1982): “Gran Bretaña no podrá hacer un desembarco masivo en las Islas”. Con el hundimiento del Crucero General Belgrano, algunos medios como Convicción (4 de mayo de 1982) subrayaron aún más el carácter asesino de británicos e insistían increíblemente en que los ingleses constituían un enemigo militar de poco rango (“la flota británica se acerca a Malvinas para intentar un ataque desesperado”), aunque la mayoría de los medios, tras el hundimiento del Belgrano, optaron por otro camino: enfatizar no los daños causados por la acción militar británica, sino mostrar que había un alto número de sobrevivientes, al mismo tiempo que ponían el eje en la respuesta militar argentina: el hundimiento del Sheffield.
-La propaganda triunfalista. Los medios de comunicación argentinos fueron altamente funcionales a la Junta militar en la creación de un clima triunfalista. Por eso, en ningún momento filtraron noticias que dieran cuenta del carácter adverso de los combates. El ejemplo hiperbólico de esta actitud es la Revista Gente, que con imágenes de la guerra exacerbó el slogan y la publicidad oficial “Argentinos a vencer! Cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro”. En efecto, si la publicidad oficial enviaba ese mensaje impreso sobre un puño cerrado con el pulgar en alto, en medio de un folleto que advertía que Ya estamos ganando!, la revista Gente multiplicaba al infinito ese mensaje y lo encuadraba en el campo de batalla con la tapa del 7 de mayo de 1982, donde con letra bien amplia anunciaba: Estamos ganando. Y todavía más, contra toda evidencia, el 29 de mayo retomaba el slogan para titular: Seguimos ganando. Si la tesitura de Gente condujo al paroxismo la representación triunfalista de la guerra, los demás medios la reprodujeron en escala sólo un poco más modesta. En efecto, el modo de contar la guerra se construyó sobre los comunicados e informes de las Fuerzas Armadas, que destacaban algunos éxitos de la aviación argentina pero no informaban sobre las derrotas en las trincheras. Este modo de informar, que incluso provocó algunos desacuerdos entre los propios militares –Menéndez, otro militar comprometido con crímenes de lesa humanidad que había sido designado gobernador de las islas, pretendía desde mediados de mayo que se comience a ofrecer otro panorama de la guerra a la luz de lo que acontecía en el territorio, para preparar a la población a recibir la noticia de la derrota- se mantuvo intacto hasta la llegada del Papa a la Argentina, el 11 de junio de 1982. Sólo a partir de ese día, pero aún de manera acotada, el lector de periódicos locales podía inferir que la guerra estaba perdida. ¿Hasta qué punto esta perspectiva “triunfalista” de la dictadura, exacerbada por los medios, no era a su vez demandada por sectores de la sociedad que habían adherido, cierto que por diversos motivos, a la empresa militar? El interrogante, difícil de desarrollar aquí, apunta a pensar de qué modo se generaron las condiciones sociales para que esta estrategia de manipulación informativa haya tenido tanta eficacia. Sólo como índice de que efectivamente un grueso importante de la población esperaba este tipo de mensajes, recuperamos el registro televisivo de la protesta –duramente reprimida- que aconteció en Plaza de mayo el día de la rendición, el 14 de junio de 1982. Mientras muchos manifestantes entonaban la consigna “se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar” uno de los asistentes, dirigiéndose a los policías que pronto comenzarían a reprimir, repetía una y otra vez: “No se rindan”.
- La construcción de la imagen de un pueblo unido y unánimemente convencido de la causa. Pero la intervención decisiva de los medios argentinos durante la guerra residió en construir con enorme eficacia la idea de un único pueblo que deponía por fin sus querellas internas para abrazar una causa común. Un buen ejemplo lo ofrece La Prensa en un artículo con fecha del 2 de abril del 82, donde se afirma que “esta operación será recordada como el principal logro del régimen militar, junto con su triunfo sobre la subversión”. La unanimidad fue representada de manera especial con la cobertura de la masiva concurrencia a la plaza de Mayo en el mes de abril (el 2 y sobre todo el 10 de ese mes); así, el 3 de abril el diario Clarín publicó una foto emblemática, la que mostraba a Galtieri saludando el día anterior a una plaza colmada desde el balcón de la Casa Rosada (pocos días después circularon las primeras fotografías del desembarco y recuperación de las islas, reforzando la idea de unidad y éxito en la “empresa común”). En la editorial de ese mismo día, Clarín hacía un balance de la jornada que concluía en estos términos ampliamente justificatorios de la dictadura: “Escuchar al pueblo. Tal parece ser la fórmula de la democracia”. En el mismo sentido, la revista Gente utilizaba la imagen de la plaza del 10 de abril para desplegar un extenso epígrafe que decía: “No fueron necesarios comunicados ni varios días para organizarla. Sólo un llamado lanzado el día anterior que bastó para despertar el impulso latente. No fue la manifestación de un sector, no fue la marcha de unos contra otros. Pero sí fue -como tantas otras veces- para pedir algo, aunque algo para todos: que no se vuelva atrás, que la soberanía sea defendida. Este fue el testimonio de un pueblo que volvió a unirse después de mucho tiempo”. La porción de realidad recortada por la revista podría contrastarse con otras narraciones que modificarían el sentido de la imagen y le devolverían su densidad histórica. El día de la foto –el 10 de abril- algunos manifestantes cantaron consignas contra Galtieri y recordaron otras identidades políticas: “Y ya lo ve, y ya lo ve, vinimos el 30 y hoy también”, “se siente, se siente Perón está presente”, “Levadura, levadura, apoyamos las Malvinas pero no la dictadura”, “Malvinas sí, Proceso no”, “Galtieri, Galtieri, prestá mucha atención, Malvinas argentinas y el pueblo es de Perón”. Sin embargo, esas voces estaban borradas de la plaza bajo los encuadres de los medios, que de este modo acudían con rápidos reflejos al modo en que previamente habían tratado acontecimientos como el Mundial 1978. Por en efecto, las “Plazas de abril”, bajo el encuadre de “la plaza de todos”, eran una prolongación de aquella “fiesta de todos”, (según el título de la película de Renan) en los años del Mundial.
- La difusión de información inexacta. No sólo la guerra se cubrió de manera sesgada, sino que también se proporcionó información que era falsa. Uno de los casos más interesantes en este sentido lo analiza Lucrecia Escudero en Malvinas: el gran relato. Se trata de la “noticia” de que Inglaterra había mandado submarinos nucleares a Malvinas. Comenzando por una nota del 31 de marzo, donde Clarín levantaba cables de agencias extranjeras que anunciaban el envío del submarino nuclear “Superb”, Escudero registra cómo con el paso de los días la noticia va cobrando mayor envergadura, llegando al punto de anunciarse el arribo a la zona de guerra de cuatro submarinos atómicos el 8 de abril. Sin embargo, el 22 de abril Clarín, reconociendo a medias que había conferido entidad a una noticia falsa, cierra el tema publicando que “un submarino que, como ha sido comunicado, habría patrullado el área de las Islas Malvinas, ha sido identificado en Escocia y parecería que nunca estuvo en la zona de guerra del Atlántico Sur. Fuentes del ministerio de Defensa, han afirmado que el submarino Superb de propulsión nuclear, se encontraba ayer de regreso en su base de Faslane, en el estuario de Clyde, desde el viernes”. Un caso similar es el de la “Batalla del Estrecho de San Carlos”, que Convicción y Gente narraron con infografía y minuciosidad, pero que nunca aconteció en esos términos. A la información inexacta se sumó una serie de incongruencias muy severas en la estrategia de información de la dictadura. Por citar un ejemplo, según relata Andrade (el periodista enviado por Telam) en un documental sobre el papel de los medios en Malvinas elaborado por Telesur, en ocasión de un prolongado bombardeo al aeropuerto escribió una nota que cerraba diciendo que, a pesar de la intensa lluvia de bombas, los ingleses no habían acertado en su blanco, la pista de aterrizaje. Tres horas después, desde Buenos Aires le comunicaban que los mandos militares felicitaban al periodista por la nota, porque revelaba el fracaso del operativo militar inglés. Pero una hora después de recibir las felicitaciones, Andrade era expulsado por Menéndez de las islas, precisamente por la nota que había escrito. “¿Qué tenía de malo esa nota?” preguntó Andrade, a lo que Menéndez respondió que, en virtud de esa información, los ingleses volverían a la carga al día siguiente. Anécdotas de este tipo, en síntesis, mostraban bien el desorden y la improvisación militar, también en la circulación de la información de la guerra.
Los medios británicos y la guerra. El fotógrafo Rafael Wollmann, quien había viajado para realizar un reportaje fotográfico sobre la vida en Malvinas, se encontró el 2 de abril con la noticia de su vida: mientras cenaba un cordero en el comedor del hotel, escuchó por radio que el gobernador Rex Hunt anunciaba el desembarco argentino. De inmediato pasó de ser un cronista de costumbres a un corresponsal de guerra. Hubo una foto suya que recorrió el mundo: la imagen de los soldados ingleses acostados en el piso, rendidos a los pies de los argentinos, tuvo un lugar destacado en varios periódicos internacionales. “Los franceses, por ejemplo, aprovecharon muy bien la situación, la eterna rivalidad que tienen con los ingleses, y la publicaron con titulares como “La Inglaterra humillada”. Hasta me dijeron que la guerra había empezado por esas fotos. Sería muy ridículo suponer que una guerra pueda empezar por una foto, pero es cierto que fue muy duro para ellos” recuerda Wollman en el libro Partes de guerra. Desde ya, los medios ingleses trabajaron sobre la idea de que una gran potencia había sido humillada por un país del lejano sur y, de ese modo, contribuyeron a la estrategia de validar la guerra en los términos en que lo proponía Margaret Thatcher. Asimismo, se esforzaron, en consonancia con las autoridades políticas británicas, en remarcar el carácter dictatorial del régimen argentino, por lo que la reconquista de las islas asumía la forma de una cruzada por la libertad. Sin embargo, la mayor novedad que aportaron los ingleses a la historia del periodismo en la guerra consistió en que los medios sólo pudieron cubrir la guerra bajo la protección del Ejército británico, a pesar de las quejas de la BBC. Según el analista de medios Ignacio Ramonet, el dispositivo informativo tenía esta forma: “Cuando la escuadra inglesa llega a la zona de enfrentamiento, el buque que trasporta a los periodistas queda en las periferias, alejado del lugar de los combates, y allí reciben la información” . De este modo, no se prohibía a los periodistas asistir al “escenario del conflicto”, pero se les impedía claramente seguir de cerca los acontecimientos. Se trataba, así, de una radical reformulación del modelo que los norteamericanos había llevado a cabo en Vietnam y que había sido fundamental, a partir de las crónicas de la guerra, en la generación de núcleos de oposición al interior de los propios estadounidenses, que se espantaban con las crónicas de la guerra, ya sea a causa del registro de las bajos de soldados norteamericanos, ya sea por las no escasas atrocidades y estragos que las fuerzas armadas norteamericanas provocaron en la población vietnamita. De este modo, con el modelo británico la comunicación de la guerra comenzaba a tomar nota de los cambios que implicaban la televisación de los conflictos, acudiendo así a nuevas estrategias informativas según las cuales la guerra es transmitida desde sus las periferias, lejos del teatro de operaciones. El modelo británico usado en Malvinas, según Ramonet, inspiró la transmisión de la guerra del Golfo (1991): las cámaras se ubicaban en el lugar pero, por primera vez, no registraron a ninguno de los miles de muertos que arrojó ese conflicto.
Conclusión. La guerra de Malvinas no fue unívocamente experimentada en el continente. Por ejemplo, la angustia de los familiares y amigos de los soldados resultó una experiencia común en todas las regiones, pero ella se incrementó en zonas como el noreste y noroeste argentino, donde la proporción de combatientes en relación con la población local era muy alta. En la región sur y patagónica, la angustia se generalizó porque la población civil se vio sometida rutinariamente a simulacros de bombardeos, apagones de luz y a un contacto más directo y frecuente con los soldados. Sin embargo, para muchos argentinos el modo más importante de percibir la guerra no tuvo que ver con estas experiencias sino con el relato de la guerra construido desde los medios masivos de comunicación. ¿Qué decir acerca de la guerra que construyeron los medios aquí analizados, es decir, los medios masivos de comunicación porteños?
En 1983, Hugo Paredero entrevistó a más de cien chicos de todo el país para hablar de la dictadura. Recopiló lo que decían esos chicos en el libro No sabría decir cómo es un recuerdo. Los chicos y la dictadura. Uno de esos niños afirmaba sobre la guerra que “hemos ganado nosotros, los argentinos. Los ingleses han perdido, porque nosotros hemos volteado más aviones, barcos y otras cosas de ellos, lo dijeron por la tele”. Lo que relataba esta chica de nueve años, meses después de haber terminado la guerra, no difería mucho de lo que podía pensar los adultos en los meses del conflicto.
Si bien existieron grietas, como la revista Humor, los medios dominantes se plegaron a las exigencias de la dictadura y cumplieron su misión con un celo muy pronunciado. Como en otros momentos de la dictadura, fueron más lejos incluso de lo que demandaban los propios militares. La mirada triunfalista, la estigmatización del enemigo, la desinformación y la contribución decisiva en la producción de la creencia en un pueblo unido tras una misma causa luego de varios años de enfrentamiento fueron estrategias desplegadas por la prensa con enorme eficacia. La consecuencia de esas estrategias resultó, sin dudas, la legitimación de la guerra.
¿Demandaban los argentinos otro tipo de información en ese momento? El interrogante es válido pero, aún si ése hubiera sido el caso, los medios apuntaron más bien a profundizar los rasgos de omnipotencia social –y su reverso, la negación de la realidad misma- que hizo posible creer, a muchos, que la guerra derivaría en un triunfo “de todos”, como años antes en el Mundial. En ningún momento los medios atisbaron aunque sea a interrogarse cuáles podían ser las consecuencias de las decisiones que se estaban tomando. Los límites a la libertad de expresión, tan marcados en la dictadura, no puede ser una excusa: una lectura incluso ligera de lo decían en los días del conflicto deja en claro que se plegaron por completo a la decisión política y militar de ir a la guerra.
A treinta años de la guerra, seguramente esos mismos medios, con la hipocresía que los caracteriza, hablaran de la deuda que mantiene la sociedad argentina con los sobrevivientes y con los soldados que murieron en el campo de batalla o en las batallas que vinieron después de la guerra. Más difícil será encontrar alguna mención –ni qué hablar de autocrítica- a su propia actuación en esos días. No puede ser de otra manera: los medios que hoy estigmatizan a los jóvenes que ingresan a la vida política, ayer sin muchos escrúpulos, legitimaban que vayan a la guerra.