La noche que estuvimos al filo del asesinato de Cristina
Las constantes manifestaciones de odio, agravios e intimidación a las que es sometida Cristina Fernández de Kirchner hace tiempo llegaron al extremo la noche que intentaron asesinarla.
La violencia política que se ejerce sobre su persona es parte de prácticas culturales cotidianas y de los discursos mediáticos circulantes que vemos, leemos y escuchamos con total naturalización. Pareciera no espantar a nadie.
Como sociedad asistimos impávidos ante la magnitud de la verborragia odiante, y minimizar este hecho de extrema gravedad no debe escindirse del contexto de estigmatización que se vive hace años. Cristina lo padece particularmente.
Tal como lo venimos sosteniendo en estas columnas, cada texto mediático no es inocuo, no funciona en el vacío, porque están absolutamente impregnados de valores, creencias e ideologías. Cada frase de quienes fomentan el odio elaborados con o sin eufemismos circula llevando consigo estigmatizaciones políticas. Expresiones prejuiciosas que no sólo deshumanizan al otro, otra, otre, sino que también humillan y calan hondo.
Desear el fin, el aniquilamiento de un sector político importante, y personalizado en su máxima dirigente, las 24 horas, los 365 días del año, y hace años, es el mensaje odiante común e ideológico más visible en los medios y la derecha.
Las lógicas con que operan estos mensajes, que no son al azar, se sustentan en la supuesta defensa de privilegios porque son siempre dispositivos de desclasamiento y mecanismos socioculturales. Son parte de un modo de hacer política que eligió la derecha con un menor grado de institucionalización, y que en la actualidad se genera y propaga principalmente a través de tres canales: el espacio público con actos vandálicos; las redes sociales, donde los acosos y amenazas se irradian; y los medios de comunicación, donde estos discursos se amplifican.
El odio transmitido se torna hegemónico, habilita la violencia y legitima conductas sociales agresivas. La naturalización de estos mensajes tiene impacto e incidencia política y social tan profundas que ya traspasó el límite de ser sólo parte de la conversación pública, porque estuvimos a nada de un magnicidio.
El rol que cumplen periodistas de prensa escrita, radio y televisión es particularmente relevante por su contribución a crear un clima social propicio a este tipo de discurso, y ahora de acciones.
Es hora de ponerle nombre, apellido y fin a estas expresiones que habitan conceptos, palabras, hechos o razonamientos violentos, establecidos como verdad universal. Lo que se manifiesta no es nuevo. Pero su repetición automática logra legitimarse y se convierte en costumbre.
La manipulación concreta del sentido común es violencia adjetivada.
Nos lleva al límite de la noche que quisieron matar a Cristina.