Gran Hermano: el acto de observar
Año 2001, Fernando De la Rúa todavía está al frente del poder ejecutivo nacional y Ricardo López Murphy es su ministro de Economía. Para el jueves de la primera semana de marzo, el ministro prepara un discurso que anuncia nuevas políticas de ajuste, el cuarto paquete en apenas un año y medio. Rebajas en las jubilaciones, despidos en el sector público, recortes presupuestarios a universidades. El ajuste sale por decreto y con el apoyo de los grandes empresarios del país. Mientras los ministros presentan sus renuncias, Domingo Cavallo asume como jefe de Gabinete. Una tapa de Clarín dice que le darán “poderes especiales”.
Esa misma semana, Gran Hermano arriba a la televisión.
Mientras el ministro anuncia un paquete de ajuste, Telefónica y DirecTV anuncian su paquete para ver el reality por 14 pesos. Telefé y otros canales están dedicados exclusivamente a la transmisión de Gran Hermano. Sin cortes, sin edición y gratis para abonados al servicio. En uno de los canales también existe la posibilidad de dividir la pantalla para observar cuatro cámaras a la vez. La apuesta es gigante y sin precedentes en la televisión, con la inclusión de internet en sus años más primitivos.
El evento televisivo se desarrolla durante más de 100 días y es un éxito. Aunque el país se desmorona alrededor, en la casa de Gran Hermano la política no es un tema presente. El ganador de la primera edición es Marcelo Corazza, un profesor de Educación Física que ingresa como suplente en los últimos 63 días y usa el premio para comprarse una casa y remodelar la de su familia. “Cuando entré a la casa, en la primera semana miraba a las cámaras, pero en la tercera semana ya me olvidé de que me estaban grabando” dice Corazza en una entrevista a La Once Diez. Corazza, y el resto de quienes participaban, no llegaban a dimensionar la escala del espectáculo de la vigilancia. Se bañaban y se preparaban para las galas de la casa porque los iban a filmar “para salir en la tele”.
Por qué el espectáculo
Hoy el evento es tan convocante que el segundo de publicidad cuesta alrededor de 792 mil pesos y puede verse desde múltiples pantallas, por fuera del formato televisivo. Podemos seguirlo durante las 24 horas en aplicaciones como Pluto Tv, y aunque no sintonicemos canales, también nos enteramos de todo lo que pasa desde Twitter. Porque Gran Hermano genera conversación y seguimiento, aún desde el consumo irónico, y de parte de personas que públicamente no reconocerían que miran el programa.
Dice la ensayista, Hito Steyerl, que hay un deseo por convertirse en otra cosa - en este caso una imagen - y que es el resultado de la lucha en torno a la representación. También dice que “los sentidos y las cosas, la abstracción y la excitación, la especulación y el poder, el deseo y la materia convergen efectivamente en las imágenes”. Hay una potencia en la imagen que Gran Hermano explora desde el inicio mismo de su propuesta. El acto de observar quiebra el estado de indeterminación. La cosa, la imagen, está ahí y esos personajes parecen existir en la medida que los veamos. La audiencia es interpelada y se percibe en una modelación activa de la realidad. Quiero más, dame más. Esto no vale ser mencionado para traer forzosamente teorías extintas alrededor de la comunicación, que suponen que las audiencias sólo funcionan como sujetos pasivos que absorben información y obedecen. En este caso, Gran Hermano podría ser la continuidad de una conversación ya iniciada desde afuera de la casa más que un dispositivo de implantación de ciertos temas. Lo que sí es cierto es que asistimos al espectáculo de la imagen frente a nosotros, lo celebramos, lo consumimos y lo asimilamos.
Los participantes ingresan a la casa luego de pasar el filtro de un casting que tiene el criterio de elección de personajes antes que personas. Nada es inocente. La decisión aspira al potencial de entretenimiento y al refuerzo de estereotipos. Eso permite la identificación inmediata por parte del espectador, ¿A quién no le gustaría participar para quedarse con 15 millones de pesos y comprar cualquier cosa que se nos ocurra?, podría ser una pregunta. Claro que los castings y sus modos de seleccionar no quedaron exentos de denuncias. En abril de este año, Pamela Bevilacqua - ex participante - contó que “pedían sexo en el casting” para poder entrar a la casa y que eso era algo incorporado en la dinámica habitual.
Un mundo que recién conocía el internet de principios de siglo, y los personajes guionados de la televisión, fue roto por un grupo de personas que nadie conocía. En la primera edición la motivación principal era la potencia del panóptico que nos permitía ver sin que nos vieran, el morbo de vigilancia sobre la vida privada era una realidad, pero no fue suficiente. Las escenas de personas mirando tele en un sillón no tenían fuerza porque no había conflicto. Eso llegó más tarde, después de la victoria de dos personajes que no podían incluirse en el plano de lo bizarro o lo políticamente incorrecto y que respondían al ideal de ejemplaridad y “la familia”.
El reality tiene un público fiel que forma parte de su núcleo más duro. El formato fue revolucionario a principios de siglo cuando propuso que “la gente común” pudiera estar en la tele. No por nada se supo decir que en la casa de Gran Hermano estaba la representación más explícita de “la sociedad argentina”. Más allá de eso, la casa también supo decodificar su época. Lo tecnológico, lo privado y lo simulado estuvo en la agenda de fines de los noventa en otras producciones. En 1998 se estrenó Truman Show, que nos llevaba a la vida de Truman, un hombre que habitaba una ciudad falsa en la que todas las personas eran parte del elenco de una serie que se transmitía por todo el mundo. En 1999 se estrenó la primera entrega de Matrix, aquella película que nos decía que todo el mundo que creíamos real era apenas una pantalla superficial para tapar la verdad. En el 2000 salió a la venta Los Sims, un videojuego de simulación social que nos permitía crear, ver e intervenir en la vida de distintas familias. El lazo era el mismo: la simulación, lo cotidiano como forma de entretenimiento. En la década del noventa también apareció en la escena pública la teoría de Jean Baudrillard a la que llamó Hiperrealidad. Baudrillard basó su teoría sobre la estructura del posmodernismo y a partir de ahí explicó que el concepto define la incapacidad de nuestra conciencia para determinar que es real y que es fantasioso. ¿Será que esa frontera difusa es lo que más nos atrae?, ¿Por qué nos gusta tanto Gran Hermano? ¿Por qué es un producto que todavía funciona?, ¿Qué tiene para ofrecernos en 2022 cuando la intimidad de las personas se transmite en las redes durante las 24 horas del día?
Gran Hermano comienza su nueva vida con el desafío de entretener a las audiencias que ya no miran televisión. La competencia de los participantes para resolver obstáculos y obtener premios tiene la cuota de entretenimiento televisivo que el acceso a la vida privada y el agotamiento de lo orwelliano ya no logra cubrir, ¿estaremos muy lejos del Juego del Calamar? En esta nueva edición, además, llama la atención la elección del casting y los panelistas. A diferencia de otros momentos del programa, aquí apostaron a la inclusión de un contenido político reforzado con patrones ideológicos bien seteados. En un contexto de avance de las ultraderechas y habilitación de ciertos discursos violentos, entre los y las participantes podemos destacar frases homofóbicas, antisemitas, racistas, aceptación de discursos negacionistas, latiguillos libertarios y actitudes machistas. Quienes participan hacen su gracia mientras interviene la voz de Santiago del Moro, pata mediática del macrismo durante los años de Cambiemos, e implementa un tono amable para un público masivo. La política se mete como parte de la charla habitual dentro de la casa, tanto que hasta el propio gobierno nacional salió a responder a las declaraciones de uno de los participantes. En ese sentido, casi que no suena a casualidad que se incluya a personas como Ceferino Reato en el panel, una figura que porta la bandera del negacionismo y que está más lejos del mundo del espectáculo que el resto de los y las panelistas.
La inclusión de discursos reciclados que la derecha ha logrado reflotar en los últimos años no repele y, por el contrario, se convierte en una de las tantas formas de consumo, acorde al tono que manejan figuras como Javier Milei y José Luis Espert. Si bien la situación no es igual a la de 2001, Gran Hermano vuelve en un momento donde la situación económica no es la mejor y donde eso erosiona la representación política como una manera de canalizar las broncas. En una época en la que es probable encontrar más y mejor contenido en redes que en la televisión, en donde las guerras y las crisis vuelven a las agendas, en donde las fake news circulan con facilidad y la derecha ocupa cada vez más terreno en la arena política; Gran Hermano vuelve a la televisión para dejar entrar a la casa los problemas de la época que nos toca, y el desafío de hacerse notar entre las nuevas audiencias.