Hermano Sergio, por Juan Manuel Ciucci
Recorrer una calle porteña, cualquiera, sin buscar nada en especial. De esas noches en las cuales parece que uno anda perdido, pero no tanto, o casi. Doblar una esquina, pensar que es buena idea ya ir arrimando al cine, y de golpe cruzarse con Sergio. Tan sólo un rostro que nos parece familiar, hasta que el cerebro logra descifrar la angustia que comienza a recorrernos el cuerpo.
El hermano de Santiago Maldonado está allí, en esa calle obscura que veníamos recorriendo, caminando vaya uno a saber hacia qué lugar. El cuerpo se nos detiene, parece querer hacer algo que nosotros no sabemos del todo, que no entendemos del todo. Por suerte nos impulsa a seguirlo, alcanzarlo, llamarlo. Él nos mira, con la misma calma que exhibe en un escenario de Plaza de Mayo o en las dolorosas conferencias de prensa que debe improvisar cuando nos propone a los periodistas pasar música si es que no tenemos qué informar.
Como puedo, le doy la mano y mis condolencias, todo en un ritmo arrebatado, sintiéndome culpable por molestarlo así también yo. Él se sonríe, me lo agradece, y me da un abrazo al despedirnos. Termino entendiendo que fue una suerte dejarme llevar hasta él para que tenga así una voz de apoyo, en esta noche que parece un tanto insensible a su caminar por la Ciudad.
Hoy que se cumplen 4 meses desde que la desaparición de Santiago se produjo, y a pocos días del entierro en su Ciudad natal, no hay marcha convocada en esta Buenos Aires. El temor por el recuerdo perdido, nos ahoga aún más que antes, y el recuerdo de ese cruce nocturno vuelve casi como un tormento. Como si fuera una advertencia ante el olvido, como si fuera un designio de lo que no hemos sido capaces de hacer o decir.
Ante los ojos de Santiago, que continúan interpelándonos en fotocopias pegadas por infinitas paredes: ¿quiénes somos? ¿Qué más podemos por Sergio y su familia? Ante vorágines varias, de nuevas muertes que la derecha cambiaria justifica de modo atroz, se erigen ahora Santiago y Rafael Nahuel, nombres que hablan del regreso del exterminio civilizatorio. La Patagonia se embebe una vez más de la sangre de mártires que caen en la lucha por derechos por siglos pisoteados.
Una parsimonia cómplice parece conquistar al país. Suerte de un cuerpo que quiere arrastrarnos a salir del sopor. Que sea la sangre que nos mueve y habita la que no permita el olvido, la que se hermane con tanta otra sangre derramada. La que se erija contra los asesinos, sus cómplices y aliados, sus empleadores, sus justificadores.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).