Lennon y Maradona: genios embarrados, por Pablo Melicchio
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
Agustín, una vez más, me busca para salir a jugar. Sabe que esa invitación es mi mejor antidepresivo para soportar estos días difíciles, pandémicos. Me manda un WhatsApp. Me pregunta primero cómo está mi vieja. Y después, me saca de la amargura, como hacen los amigos. Y me invita a la plaza de la creatividad donde un meme, o flyer, decimos cuando somos de otra generación, es el subibaja por donde nos deslizamos para ir del cielo de diamantes a la tierra del potrero, para volver a empezar una y otra vez, como quien reencarna cada treinta segundos sin olvidar quién fue. En el meme –de ahora en adelante lo voy a decir así para sentirme más joven–, se los asocia a Lennon y a Maradona. Sí, John y Diego unificados no por el arte que ejecutaron con brillantez, sino por el consumo de sustancias tóxicas, sus fallidas paternidades, violencias, infidelidades y machismos. Pero, ¿por qué de Lennon casi nunca se habla de sus desavenencias humanas como sí se hace con la figura de Maradona? “Odio de clases, se llama”, sentencia el meme.
Este año se cumplieron cuarenta años del asesinato de John Lennon en la puerta del edificio Dakota, en Nueva York, donde vivía junto a su compañera Yoko Ono. Mark Chapman, su asesino, continúa preso. Amarrillas imágenes me remiten a esos días. Por entonces yo tenía doce años. Inicio de la década del ochenta. Recuerdos parciales se apuran por ganar lugar en la memoria: la guerra por las Islas Malvinas, el fin de la dictadura militar, al inicio de la democracia y Diego Maradona haciendo jueguitos en el centro de alguna cancha. Sí, así es la memoria, arma rompecabezas a su antojo, une lo que quiere unir, une caprichosa-mente. No sé quién diseñó ese meme, pero nunca se me hubiese ocurrido unificar a Lennon y a Maradona en sus desaciertos humanos. A mí, si me pongo a jugar, a hacer jueguitos con las palabras, a asociar libremente, aunque John ya había sido asesinado; se me unifican en el mundial 86, en el estadio Azteca, con la mano de Dios y con el gol más lindo de la historia. Ganarle a los Ingleses, sí, no al seleccionado de fútbol de Inglaterra, ganarle a los ingleses, al poder británico, al equipo de Los Beatles y de todos sus compatriotas que usurparon las Islas Malvinas. Bueno. Yo tenías por entonces dieciseis años. Pura adrenalina y pasión. Exceso de energía. Pero el tiempo pasó, como suele ser su rutina. Y hoy sé que solo fue un mundial, una alegría necesaria para el pueblo argentino sufriente, pero nada más. Los muertos de la guerra no regresaron con la copa. Las Islas siguen usurpadas por los ingleses. A Lennon lo mataron. Y Maradona acaba de morir.
Cuando mataron al Beatles, la gente se autoconvocó. Los fans lloraron en la puerta del edificio, en las calles y en miles de rincones del mundo. Fue una locura que lo hayan matado, otra locura más en este mundo esquizofrénico, como el asesino de John. Lennon tenía apenas cuarenta años, cinco balazos y chau a todo lo que le quedaba por vivir. ¿Y su vida privada? Hay algunas biografías que ahondan en aquello que el meme describe. Páginas que refieren su pasado adictivo, violento, bocón y padre ausente, al menos de Julián, su primogénito; paternidad que, por sugerencia de su mánager, Brian Epstein, debía ocultarse a favor de la popularidad de Los Beatles. Pero nadie, por entonces, ni inmediatamente después de su asesinato, se detuvo en esos aspectos de su vida. Y sus canciones siguieron sonando y sonarán hasta el fin de los tiempos, por sobre todo Imagine, el himno donde imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz. Sin embargo, cuando se trata de Maradona, la crucifixión no tardó en llegar de inmediato, de la mano de la prensa y de cierto sector que no dejó ni siquiera que comience a descansar su cuerpo, su familia y "la iglesia maradoneana", que empezaron el bombardeo, a poner en primera plana su parte humana, sus incorrecciones, lo confirmado y lo sospechado, lo que se supo y lo que se le supuso.
Tanto Lennon como Maradona brillaron. Pasarán los años y se los recordará por sus canciones y por sus goles. No se trata de negar su parte humana, pero en eso se parecen a millones de hombres que no diferencian un sol de un fa ni saben patear una pelota. Ambos fueron rebeldes, criticaron al sistema, no se callaron cuando hubiese sido más conveniente acomodarse a los políticos de turno. Entre ambos hubo similitudes machistas y adictivas, pero también notorias diferencias en sus infancias, en sus cuidados y demás circunstancias de la vida cotidiana. John surgió de una clase media inglesa y Diego de la pobreza argentina. Pero a John, por similares violencias y problemáticas, se lo castigó mucho menos; tal vez porque era un Beatles nacido en Liverpool, Inglaterra, Reino Unido, que revolucionó la música y se manifestó a favor de la paz del mundo y demás. Y Diego, un futbolista gestado desde las entrañas de un potrero de la periferia Argentina, un latinoamericano, un pobre devenido rico. ¿Es, como cierra el meme que me pasó Agustín, odio de clase? Probablemente.
Lo que Lennon y Maradona hicieron o dejaron de hacer como hombres, nos puede servir para seguir luchando por un mundo mejor, para reflexionar, repensar y modificar ciertos aspectos machistas, problemáticas adictivas y distintas violencias, incluyendo la de género, obviamente. Ellos, como tantos hombres, reprodujeron las marcas de sus épocas, algunas de las ideas con las que fueron formados, pero también jugaron sus singularidades, sus modos de ser y estar en el mundo. Lennon fue abandonado por su padre, y su madre murió en un accidente de tránsito, asesinada por un policía que manejaba ebrio cuando John era un adolescente. Decían que era un tipo muy inseguro hasta que Los Beatles le dieron tal fortaleza a su identidad para que el autor de In my life dijo en una entrevista en 1966 que ellos eran más populares que Jesucristo. Fue entonces, y no cuando se supo de sus adicciones, violencias o fallida paternidad, que la gente salió a las calles a quemar sus discos. De este lado del planeta, Diego despegó de la pobreza, se llenó de fama y dinero, y con los años lo convertimos en nuestro Dios (D10S) y nadie salió a quemar pelotas. Quizá él se comió la movie, como dicen mis hijos, y actuó ese papel descomunal. Pero cada tanto caía, tal vez para demostrarnos su ser más humano. Ni John, ni Diego podrán reparar sus equívocos, la muerte cierra las cuentas. Se fueron tempranamente. Ojalá hubiesen vivido muchos años más. Lennon hubiera compuesto mil canciones y seguramente se hubiese opuesto a la guerra de Malvinas y a tantas violencias sociales que vinieron después. Diego podría haberse recuperado de sus dolencias físicas y psicológicas, continuar su tarea de técnico e incluso jugar algún picadito entre amigos. Pero ya no pueden, porque la muerte es así, determinante, grita: “No va más”, y las fichas pendientes quedan para siempre en el bolsillo del traje de madera. Nos queda el arte, la magia, el fútbol, las canciones. Los dos, genios embarrados, dioses fallidos, afilados bocones, irónicos transgresores, políticos incorrectos, virtuosos artistas, ya son parte del cielo de los grandes creadores, lejos de la tierra de los humanos inconclusos.
“El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos”, señala Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra. Es como sucede con los padres. El psicoanálisis establece que en la etapa de la adolescencia hay que matar a los padres, simbólicamente, ¿debo aclarar?, para alcanzar autonomía, crecer, armar una personalidad. Buda decía que si vas por un camino, y te cruzás con tu antepasado, tenés que matarlo. Si por el mismo camino te encontrás con tus padres, tenés que matarlos. Y si luego te cruzás con el Buda, también, tendrás que matarlo. Que sólo entonces serás libre. Necesitamos de ídolos, para identificarnos, para armar nuestra identidad, para creer que es posible, para hacer posible algunos sueños. ¿Cuántos y cuántas llegaron alto, bien alto, en el deporte, en la música, por seguir el paso de sus ídolos? Pero también necesitamos desprendernos de ellos para crecer, para ser nuestra propia versión; el exceso de humanización suele cumplir con esa misión, mata al ídolo. Me parece que se crece mejor cuando se matiza, cuando se incorpora, tanto de los ídolos como de cualquier persona que nos haya influido, lo que nos hace bien, lo que nos hace mejores humanos, y se descarta, o mata, o transforma en algo positivo, lo que nos perturba o puede dañar a los demás.
Que John y Diego nos iluminen con sus virtudes, con esa capacidad que tuvo cada uno para brillar en su arte. Y lo que se sepa fehacientemente que hicieron con sus vidas fuera de la música y de la cancha, que se denuncie, que se señale del mismo modo en los dos, como se escracha a cualquier hijo de vecino. Pero que sus vidas fallidas, como las de todos y todas, no manche las genialidades de sus canciones y de sus goles. ¿Quién no se equivocó? ¿Pero quién compuso Across the universe? ¿Y quién hizo el gol más lindo de la historia? Bueno, Agustín, ya está, regresemos. Te invito a mi casa. Pongamos de fondo Imagine mientras tomamos unos amargos y vemos un compilado de goles del Diego.