Montoneros en la memoria: entrevista a Ernesto Salas
Por Enrique de la Calle
APU: Otra vez, volvieron los debates sobre Montoneros y los 70 (cuestión que suele ocurrir cada tanto). ¿Le sigue interesando esa discusión? Si es así: ¿Cuáles cuestiones cree que si vale la pena recuperar de esos debates?
Ernesto Salas: En los últimos cuarenta años, ha habido muchos/diferentes debates sobre las experiencias de la lucha armada de los 50, 60 y 70 y sobre los Montoneros en particular. En primer lugar, entonces, hay que definir de qué estamos hablando ahora. Cuando en las marchas de los anticuarentena una señora grita frente a la cámara “que se acabe este gobierno montonero”, trae una reminiscencia que tiene que ser analizada en un sentido presente, que recupera del pasado un significante con el que una parte de la sociedad cree estar expresando algo hoy. Y a partir de ello podemos pensar sobre la cuestión de los significados que, para la derecha, tiene la izquierda (y el peronismo) en Argentina. Al traer desde el pasado reciente esa filiación, la recupera para el debate actual de una manera provocativa. Entonces, la política de intervención del Estado, la de los planes sociales, la de la posible “expropiación” de Vicentín, la de la Reforma Judicial, la del distanciamiento social y los consejos de los infectólogos en el gobierno actual es —para esa derecha— la “parte montonera” del peronismo. No es que el gobierno de Alberto asuma que esto sea así, sino que ello es constituido por la mirada de los otros. Como en toda disputa política, la forma de identificar al adversario también me constituye como su opuesto. La señora pone en juego una “memoria” inventada, resignificada que nos dice mucho del conflicto de nuestro presente. Y sobre la relación montoneros/peronismo.
La discusión sobre los Montoneros y el peronismo, sobre Montoneros y la sociedad, o el debate al interior de la organización, tiene una larga historia que comienza en el exilio con el intento de procesar la derrota, por un lado y, por el otro, acerca del debate sobre la utilidad de la violencia en el combate contra las dictaduras. No sé si hay tiempo de exponerlas acá, pero van desde la “Teoría de los dos demonios”, con la que el alfonsinismo pretendió cerrar el pasado excluyendo a “los violentos” y exculpando a la sociedad de toda responsabilidad, hasta el debate del “No Matar” de Oscar del Barco (2005) en el momento que el kirchnerismo reavivó el reconocimiento de las historias militantes de los compañeros.
Se puede percibir, de todas maneras, un ciclo que comienza con el debate “desde adentro” de las políticas de la organización y que hace centro en una reflexión — propia de aquel momento— sobre las responsabilidades políticas de la derrota. Eso dio lugar a una amplia literatura (la responsabilidad de la conducción en las políticas que condujeron al aniquilamiento, frente a la inocencia de los “perejiles”; el debate acerca del militarismo creciente, frente a tendencias “políticas” dentro de la organización; la discusión acerca de la oportunidad de la contraofensiva o el autismo de los cuadros en el exterior, entre otros).
El decurso de la construcción democrática, que demandaba la aceptación de una cultura del olvido para poder desarrollarse, sumada a la disolución de la organización, dispersó la cultura peronista revolucionaria (el menemismo fue un gran bache para la continuidad de los significados de toda la cultura peronista). Finalmente, la apelación del kirchnerismo a revalorizar aquellos significantes no constituyó un reconocimiento a la organización “Montoneros” sino a una nueva “memoria inventada” de aquel pasado, más basada en el recuerdo de la juventud maravillosa, la resistencia peronista, la cultura de la solidaridad, la ilusión de una sociedad más justa, el compromiso militante con los otros, etc.
Imaginate todo lo que habría para decir de cada uno de los puntos de esta enumeración. Pero como tu pregunta alude a las cuestiones actuales de los debates vuelvo al principio, a la señora “gorila” que para aborrecer del peronismo —para ella, el mal de todos los males de la Argentina— llama al gobierno “montonero” como forma de provocación. Como en el chiste de Saborido y Capusotto del locutor de radio que todas las mañanas gritaba indignado en el micrófono “Renuncie montonero… tal” y le agregaba un nombre. Ese significante es el que me interesa. También somos lo que el otro nos recuerda que somos.
APU: ¿Como ve al peronismo actual en relación a esa discusión (pienso en su dirigencia)?
E.S.: El peronismo, como muchos movimientos políticos con larga historia, ha tenido la habilidad de integrar experiencias diversas y hasta antagónicas en su devenir. Si mirás la dirigencia peronista actual, ésta incorpora —matizada—toda esa diversidad de la historia del movimiento.
Resulta paradójico que aquello que la derecha identifica como una política montonera haya sido, en los años de gobierno de Néstor y Cristina, una típica expresión de las políticas ortodoxas de Perón (intervención del Estado, control de precios, aumento de salarios, industrialización, mercadointernismo, moderado nacionalismo, avances en derechos de minorías) que fueron criticadas, por “reformistas”, por los propios Montoneros durante el Tercer gobierno peronista.
Como te dije, las agrupaciones kirchneristas como La Cámpora, el Evita y otras, construyen una memoria inventada del pasado. A nadie se le ocurre levantar las banderas de la patria socialista o de la lucha armada, por ejemplo. Pero, a pesar de los cambios habidos en el mundo con el fin de la Guerra Fría y la caída del mundo socialista, el conflicto argentino todavía incluye la propuesta de un capitalismo con intervención del Estado para moderar sus efectos y el horizonte de justicia social que encarna el peronismo. En la otra vereda, en la de la derecha y el neoliberalismo —de manera simbólica— una señora gorila nos grita “que se acabe este gobierno montonero”.
En este sentido ha ocurrido algo parecido con la llamada “ortodoxia” peronista, tal vez más presente en instituciones como la CGT, que claman por un apego doctrinario a las verdades peronistas y que coexisten en el movimiento con los significados del peronismo combativo. Lo que sí ha sucedido es que en los últimos años, con la consolidación de toda la derecha alrededor de las capacidades electorales del macrismo, la derecha peronista parece haberse depurado de sus componentes neoliberales mediante la disolución —o cambio de bando— de las expresiones reaccionarias.
APU: Hay dos nombres (tal vez haya más) que son malditos para el peronismo actual y también, diría, para todo el sistema socio-político contemporáneo. Uno es el de Firmenich, que no puede volver al país ni hablar en público, y está íntimamente vinculado con lo venimos charlando. Después aparece otro nombre, el de Estela Martínez de Perón, que también tiene que ver con ese último peronismo pre dictadura y sobre el que también corre un silencio público muy grande. ¿Qué pasa con esas dos figuras, sobre las que incluso el propio peronismo no puede / no quiere decir nada? ¿Se trata de una anulación colectiva de la experiencia política de los 70, en sus dos versiones, una más revolucionaria y otra peronista?
E.S.: Los de Isabel y Firmenich son dos casos muy diferentes. En el caso de Isabelita, todavía en los ’80 algunas corrientes peronistas intentaron legitimarse por la apelación a la figura de la viuda de Perón, pero esto se diluyó con el proceso de renovación de la segunda mitad de aquella década. No solo es que Isabel decidió abandonar toda pretensión política y vivir como una señora madrileña de clase alta. A nadie se le ocurre al día de la fecha que su figura tenga alguna utilidad política. En compensación, no ha sido procesada ni condenada por su responsabilidad institucional en los crímenes de la Triple A o el Comando Libertadores de América ocurridos durante 1974 y 1975.
El caso Firmenich es distinto. Se reavivó recientemente por la entrevista y las notas que intercambió con María O’ Donnell para el libro “Aramburu” en la que se muestra enojado por el tratamiento que han hecho de su figura. Se me ocurren dos cosas al respecto. La primera es que Firmenich fue el depositario de todo el conjunto de críticas por la derrota del campo revolucionario en los 70. Algo de responsabilidad le cabe a él mismo de esta centralidad, en el sentido de la personalización que hizo de la conducción de Montoneros durante el exilio. A las críticas internas de fines de los ’70 (que dieron lugar a la separación de conjuntos de militantes) se le suman la errática política de Montoneros en los primeros años democráticos (entre apoyar la figura de Vicente Saadi, proponer una misa de reconciliación con las FFAA o la aceptación del indulto y cierta participación en el proyecto menemista). Como te dije antes, los primeros tiempos fueron de reflexión interna. Y Firmenich salió perdiendo en el balance de aquella reflexión. También Perdía y Vaca Narvaja, aunque ellos se quedaron en el país pese a todo.
APU: ¿El segundo motivo?
E.S.: La segunda es que, con los años, la crítica airada hacia la dirección de la organización dio lugar a una reflexión más profunda sobre las causas de la derrota de entonces en la que cada militante del peronismo revolucionario revisó sus propias prácticas y sus concepciones. El tiempo democrático modificó muchas mentalidades y, sin perder los horizontes de justicia y cambio social, otros elementos salieron a la luz como la relación de fuerzas, los imaginarios simbólicos, las batallas culturales, la guerra de posiciones, los cambios culturales, las condiciones nacionales. Yo creo que si Firmenich volviera hoy y se instalara en el país, obviamente sufriría el ataque de la derecha, pero ya no sería blanco directo de los protagonistas del cambio. Lo que no puede es aspirar a un reconocimiento como si fuera Manuel Belgrano porque ello no va a ocurrir. Hoy hay un amplio reconocimiento al conjunto de las luchas antidictatoriales de entonces.
Como escribió Joseph Conrad: “Al fin de una lucha armada, solo sobreviven los nombres de algunos caudillos, posteriormente consignados en la historia, de modo que cuando desaparecen del recuerdo activo de los hombres, viven silenciosamente en los libros” (Joseph Conrad, Gaspar Ruiz).
La cuestión que planteás de la “anulación colectiva en torno a la experiencia política de los 70, en su versión más de izquierda pero también en su versión peronista” permite reflexionar sobre los fenómenos históricos. En particular, sobre las formas en que los campos de ideas se reconstituyen. Yo no percibo que haya una anulación colectiva de aquella experiencia, sino todo lo contrario: es notable su inclusión en el debate político presente en su forma mutada, cambiada, reapropiada. Tampoco es que se va a estar discutiendo todo el tiempo de lo que pasó hace 40 años. La mayor parte de la población, nacidos con posterioridad, tiene poca idea de aquellos acontecimientos. A medida que pasa el tiempo, la construcción simbólica del pasado vuelve a fundarse en memorias imaginadas y ello ha favorecido, en una parte de la sociedad, miradas más benévolas hacia el pasado revolucionario.
APU: Con respecto al último Perón. Había en su discurso un énfasis en pensar el mediano y largo plazo (la famosa frase referida al año 2000). ¿El o los peronismos (el plural a punta a pensar la diversidad de miradas en el justicialismo) actuales tienen un proyecto de país?
E. S.: Hay que recordar que después de aquella formulación de Perón el mundo cambió en su totalidad. El siglo XX será visto como el de la derrota de los proyectos alternativos al capitalismo o como el de la derrota de las utopías comunitarias. El presente de los pueblos es el de la búsqueda de caminos posibles a la mundialización de la forma capitalista de organización social, o por lo menos de su moderación. Sin embargo, ello no hace sino resaltar la posición peronista, equidistante entre aquellos imperialismos, la búsqueda de una sociedad en la que el Estado sea el árbitro de las inequidades del capital. Visto desde la periferia del mundo, sería también la búsqueda de una distribución más equitativa entre las regiones, no solo para no quedar subordinados a las políticas de los imperialismos —con lo que ello trae aparejado de pérdida de soberanía— sino por las consecuencias penosas para los pueblos del mundo.
En el marco de esa pobreza de condiciones, el modelo clásico del peronismo se alza como una alternativa posible a la globalización y a la etapa de valorización financiera del capitalismo. Si lo que preguntás es si esta perspectiva está presente en la dirigencia del peronismo actual, yo diría que sí (desde Néstor y Cristina). Si esto alcanza para construir un mundo más justo, más igualitario y menos arbitrario, entonces debería decir que no. Se trata de la eterna lucha de los oprimidos contra sus explotadores. Y de la búsqueda de las alternativas para su realización. Al decir de Enzo Traverso, hallarlas desde el marco de nuestras “melancolías de izquierda”.
APU: Entre las reivindicaciones del pasado que el kirchnerismo puso en primer plano, está la revalorización del militante político, pero pareciera que se recupera no a cualquier militante, sino a uno más bien de clase media. En relación a los 70, por ejemplo, hay mucha bibliografía sobre las militancias en ese sector social y mucho menos sobre experiencias provenientes del sindicalismo o de otras realidades populares. ¿Comparte esa afirmación? ¿Qué pasa con eso?
E.S.: Me dejas pensando. Pero no, no comparto. La pregunta presupone un sesgo, como que hay una suerte de olvido, voluntario o no, de los relatos de la experiencia de los militantes de la clase obrera en la reconstrucción de la historia y la memoria. No creo que sea así.
En primer lugar, independientemente de la preeminencia de la clase trabajadora como columna vertebral del movimiento peronista, en particular de la clase obrera industrial, el movimiento peronista fue (y es) policlasista. Aunque los Montoneros, como otros grupos políticos de izquierda siempre hicieron hincapié en una revolución de clase en el que la vanguardia obrera fuera decisiva en la toma del poder y la construcción del socialismo, fueron tan policlasistas como el movimiento en el que nacieron.
En segundo lugar, la reconstrucción de las experiencias del pasado, tanto desde la historia profesional como desde los testimonios que consolidan la memoria ha sido tan vasta como las experiencias que reconstruyen. Centenares de proyectos de historia local o reconstrucciones periodísticas hicieron visibles las trayectorias de vida de miles de compañeros desaparecidos sin distinción. Abundan los ejemplos de experiencia obrera: la historia de los trabajadores navales de zona norte, la experiencia de las Ligas Agrarias en el nordeste, la reconstrucción de la experiencia montonera en la zona oeste del conurbano con base en un sindicato, por citar algunas, desmienten el sesgo. Por otro lado, hay una amplísima historiografía de la izquierda en torno a las coordinadoras de lucha en las jornadas contra el Rodrigazo en 1975. Y, como te dije, la reconstrucción de centenares de historias individuales en producciones locales.
Otro cambio que resulta evidente con el paso del tiempo, sobre todo en la llamada historia académica, tiene que ver con otras cuestiones. El primer momento historiográfico fue de reconstrucción de los acontecimientos de toda una serie histórica que arrancaba —no para todos, y esto fue incluido en el debate— en 1955. En todos los trabajos primaba un análisis crítico de la experiencia, desde aquellos que cuestionaban abiertamente a las organizaciones hasta los que, desde una mirada comprensiva, debatíamos políticamente en torno al análisis de la derrota. Conmocionados por esta, todavía buscábamos respuesta para construir una práctica revolucionaria diferente. Ello fue particularmente notable hasta la primera década del nuevo siglo, especialmente alrededor de la revista Lucha Armada editada por Gabriel Rot y Sergio Bufano, pero también con la síntesis crítica de Pilar Calveiro y otros autores.
Otra vertiente que se desarrollaba desde antes pero alcanzó su síntesis por la misma época fue la de la crítica de la práctica misma de las organizaciones armadas revolucionarias, expresada por Beatriz Sarlo y Hugo Vezzetti entre otros. Muchos otros autores participaron en diversas gradaciones en el debate, pero no hay el espacio para citarlos aquí.
En el presente aquellas consideraciones se encuentran agotadas. La perspectiva de los nuevos historiadores se centra en la consideración de aspectos que surgen de nuevas preguntas del presente como la cuestión feminista, las formas de la memoria, el estilo de la prensa y de la cultura en general de las organizaciones. Lo que implica que el debate acerca de la viabilidad o no de aquella experiencia revolucionaria tiene escasa incidencia en la actualidad. Se ha transformado.