Palabras a un hermano, por Ana Laura Mársico
Foto Daniela Morán/ANCCOM
Por Ana Laura Mársico
El anego de mis ojos me impide ver el camino. Te arrancaron de nuestros abrazos de hermanos sin un aviso de despedida, y te lloré en el pañuelo de mamá sin querer hacerlo. Porque el precipicio es esa sensación, una sensación de estar con el cuerpo seco de calor. Un calor que me marea, un calor cómplice de mi angustia e íntimo amigo de mí.
Un metrónomo no para, todo circula, todo se mueve; todo se repite una vez más, un día más. La tierra sigue girando pero para mí, hasta nuevo aviso, el tiempo se detuvo. La tierra ya no te tiene, y a mí la tierra me tragó.
Querido, hermano. La puerta de tu cuarto se cierra todas las noches para que descanses en tu cama. Esa que te espera con la luna para que te reposes en ella y que las sabanas que acobijan sea el amor de los viejos mientras que escuchan que respirás. El banco de la plaza te espera todas las tardes para que esquivando las siestas, te sientes a contemplar el juego del viento con la sombra de las hojas. El otro día pasé y el aroma del mediodía dijo que te extrañaba, la laguna esperaba tus piedras desnudas, y las nubes del cielo tus pensamientos de libertad.