Psicoanálisis, arte, política: elogio del sincretismo, por Daniel Santoro y Julián Ferreyra
Por Daniel Santoro y Julián Ferreyra
Lo que sigue es una transcripción aumentada de un diálogo entre el artista plástico Daniel Santoro y el psicoanalista Julián Ferreyra, quien recientemente publicó “#PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos” (La Docta Ignorancia, 2020). La conversación se realizó el viernes 16 de junio de 2020 vía Instagram Live, y tomó como excusa algunos temas incluidos en dicho libro: lacanés o poesía lacaniana, la democratización del goce analítico y una crítica a los psicoanalistas anti-metáfora; el significante, la imagen, la mirada; el arte chino, su elogio de la copia, la tensión entre originalidad y continuidad; la profundidad en la superficie, el vacío o lo obsceno del estilo; taoísmo freudiano, cientificismo y política; sincretismo espiritual, o de cómo el Papa Francisco se analizó en Villa Crespo: algunos de los pasajes del diálogo.
Lacanés o poesía lacaniana
Julián Ferreyra (JF): arte y psicoanálisis contempla una relación auspiciosamente conflictiva, sintomática; pero al mismo tiempo degradada cuando el segundo pretende explicar al primero. Por ello es que me gustaría comenzar preguntándote qué te llevó al psicoanálisis y a la lectura de Freud y de Lacan. Me interesa particularmente cómo los utilizás conceptualmente, ya que no sólo están en tu obra sino también en entrevistas o intervenciones públicas que efectuás. Se nota que son autores que manejás muy bien, de una manera original, no tan usual.
Daniel Santoro (DS): se trata de hechos casuales. Paraba mucho en el bar La Paz y caía Germán García, un tipo con quien de lo único que se podía hablar era de psicoanálisis, y así fue que me introdujo un poco en Lacan. Entonces empecé a no poder salir de esas lecturas. Nunca leí mucho novelas, me tira mucho más el ensayo y la poesía. Y a Lacan lo tomé en parte como poesía, en torno a referencias y construcciones visuales que él produce en palabras. Me gusta mucho traducir visualmente las palabras, hacer un camino inverso. Muchas veces intenta capturar una imagen con palabras, pero a mí me gusta sacar imágenes de las palabras. Para ello las lecturas sobre y de Lacan me sirvieron mucho. También después me nutrí desde otras amistades, como la de Luis Guzmán y Jorge Alemán. Pero yo tengo mi versión y trato de no entrar en una suerte de endolenguaje que, si uno queda demasiado atrapado allí, se genera una especie de “deber ser”, de tener que decir las cosas en forma adecuada. Imperativos que hay cuando uno ingresa en el lacanés. Todo eso ya no me gusta, prefiero abrirlo.
JF: hay unos modismos, de esos imperativos que aludías, “eso no es psicoanálisis”, o “eso no es una palabra del psicoanálisis”, o “eso no lo dijo Freud/Lacan”, lamentablemente muy usuales, que dan cuenta de una cuestión dogmática y al mismo tiempo tautológica. Este es un problema que se hunde en relaciones de poder y de mutua legitimación, con consecuencias obviamente clínicas pero también estéticas…
DS: exacto, se empobrece el uso que yo puedo darle, ya que para mí se trata de una cuestión utilitaria. De ahí el inconveniente de quedar atrapado ahí. Por ejemplo, el concepto de goce tiene sus vueltas, cada uno tiene su versión y demás. Entonces, si yo planteo la idea de “democratizar el goce”, que es una idea que me gusta porque es una versión popular, estoy advertido de los peligros que entraña decir semejante cosa, pero me gusta hacerlo, o incluso provocar. Pero me sirve y listo.
JF: vos mencionabas a Germán García, yo podría también traer a Oscar Masotta, pero no sólo por aludir los grandes popes sino más bien a personas que produjeron movimientos al interior del psicoanálisis ─que es un movimiento─; es decir, de cómo los movimientos siempre requieren cierta irreverencia, provocación o capacidad de interpelación. Pero, paradójicamente, estos gestos vienen siendo cada vez más rechazados por muchos psicoanalistas. Por ejemplo, hace unos meses Paul B. Preciado fue invitado a una conferencia en una escuela de psicoanálisis en Francia, e hizo una interpelación muy interesante y provocativa, como es su estilo. Y es interesante porque en general la respuesta más hegemónica, más mainstream del psicoanálisis fue barrarlo: “Paul Preciado no sabe de psicoanálisis”. Una desautorización, tal como sucede en torno a los aportes de Judith Butler ─quien, dicho sea de paso, sí sabe de psicoanálisis, lo ha estudiado─. Como sea, la reacción de ciertos psicoanalistas carga contra cierto uso libre, pero por demás interesante, que ciertos pensadores suelen efectuar. Allí donde foráneos expresan un interés por el psicoanálisis, por la vía de la interpelación, la polémica o la crítica, los propios responden desde un conservadurismo chato antes que canónico o inteligente. Por supuesto, está claro que si uno se pone estricto diría, justamente, que se trata de una versión libre. Pero no obstante llama la atención esa literalidad de muchos colegas, que no ponderan que en todo caso lo que importa de dichas intervenciones o interpelaciones son los efectos de lo que alguien dice, y no tanto el contenido o la búsqueda obsesiva de lógica interna. Más aún, se torna llamativo que esto acontezca en función de corpus abiertos, como es Lacan.
Los psicoanalistas anti-metáfora
JF: así como vos hablabas de “democratizar el goce”, te he escuchado otra idea muy interesante: “donde existe una necesidad, nace el derecho a un deseo”, una suerte de cover que hacés en torno al apotegma justicialista y la dialéctica entre necesidad y deseo. Realmente me resulta muy original, ya que se trata de un cruce que provocó efectos interesantes. Me refiero a ese punto, el de la necesidad, hartas veces criticada, puesta en el banquillo por ciertos psicoanalistas liberales y/o gorilas. Tu idea le aporta una vuelta original, que es la soldadura entre derecho y deseo. Seguramente te deben correr por el lado de que un deseo no puede ser nunca reductible a un derecho, cuestión obviamente cierta; pero lo que vos estás transmitiendo, lo que no se está pudiendo y/o queriendo escuchar de allí, es justamente el valor metafórico. Es llamativo que en psicoanálisis ello no se valore y que, por el contrario, se retroceda ante la metáfora, la analogía, la alegoría, lo onírico. Que haya el derecho a un deseo contempla justamente algo por lo que soñar…
Significante y mirada: el instante de la ola
DS: el problema de las palabras es otro de los temas que me interesa. Específicamente, la cuestión del valor del significante ─concepto, como el de goce, complejo si uno se mete demasiado ahí─ y la relación con la pintura: el problema de la mirada y del ver. Merleau-Ponty, si tomamos por ejemplo El ojo y el espíritu, es a mi juicio el único tipo que pudo llegar cerca, con palabras, a la idea del arte y específicamente de la pintura. Creo que es el que más acercó las palabras ahí. Y justamente tiene diferencias con Lacan, quien no obstante tuvo la delicadeza, a diferencia de muchos psicoanalistas, de alejar un poco los conceptos psicoanalíticos de los de la pintura. Insisto, el problema es qué es el significante para la mirada. Creo que la cuestión de la mirada es que, cuando se produce, cuando acontece el momento del impacto de la imagen del mundo en el ojo, la parte mecánica, esa ola impresiona al ojo, al globo ocular. Esa especie de ola deja restos, o sea, lo que vemos siempre es una ruina de la imagen que nos impacta. Abrimos los ojos y hay una ola que nos viene, y lo que queda son unas ruinas. Por ejemplo, podríamos pensar en un acantilado y una ola, por ejemplo la de Hokusai: lo que quedan son pequeños restos, unos charquitos, unas chorreaduras en algún lado, y eso es todo lo que tenemos para mirar, eso es todo lo que podemos ver, lo que realmente podemos atrapar. Es muy complicado el momento de la ola, y es allí donde yo cuestiono que haya significante. Ahí hay algo del orden de lo pre-significante, no sé qué es ese mundo donde todavía no se produjo el paso del nudo del mundo que planteaba Schopenhauer, la diferencia entre lo que está afuera y adentro. En ese momento cósico, es ahí el momento en que debería trabajar la pintura.
La jineteada del sentido
DS: ese momento es como estar a bordo de un potro indomable, durante todo ese lapso en que el jinete puede aguantar. En las jineteadas de los festivales que salen por televisión viene en algún momento el apadrinador. El jinete se la banca arriba del caballo, pero enseguida pasa el minuto y viene el apadrinador. El apadrinador es el significante. Cuando te viene el apadrinador ahí ya se perdió todo, no tiene más valor…
JF: en el show que es un festival, sumado al montaje televisivo, está el jinete, el apadrinador y también están los payadores, quienes describen lo que acaba de suceder: riman a posteriori, describen poéticamente lo que acaba de pasar. En realidad, acaba de pasar casi nada, fue fugaz, a veces muy rápido y/o violento…
DS: exacto, la explicación es posterior siempre. El momento en que pasa es el momento de la pintura. Todo lo demás es una zona muerta, ya no queda nada, ya las imágenes se fijan, se pasó el fijador. El fijador siempre son significantes que explican la imagen. Pero ya sucedió el momento. Ese momento es la epifanía en donde realmente se produce algo. Cézanne decía, “pintamos, pintamos, pero de vez en cuando un cuadro”. De vez en cuando estamos en el momento en que nos impacta la ola y podemos dar cuenta de la ola en sí, y no de las ruinas, de los restos.
En la pintura sucede algo por el estilo: alguien dice “traeme la ola” y yo te traigo una damajuana de tres litros y esa “es” la ola. Eso es lo que me quedó de la ola. Ahora bien, ¿cómo das cuenta del momento? Ese es el gran desafío, que es imposible, pero es el lugar verdadero de la imagen. Estamos rodeados de ruinas de imágenes muertas, es un mundo sobre-imaginado pero que no sirve para nada, no es el mundo de la pintura.
JF: como decía Luca Prodan, “¡estoy rodeado de viejos vinagres!”. Volviendo, sería interesante explorar tu planteo desde el concepto freudiano de huella mnémica: cierta arbitrariedad del recuerdo, de lo que deja huella. Lo plausible de ser recordado en función de lo que puede marcarse. En un sentido similar, pensaba también otro concepto freudiano, rasgo unario, y las interesantes vueltas que le aporta Lacan: ese instante pre-significante que vos aludías, previo a que pueda o deba constituirse una cadena significante, es el momento de la marca, de la ola.
Arte chino, elogio de la copia
JF: ya que hablábamos de la arbitrariedad del recuerdo, de la marca y, por qué no, del origen, me interesa aprovechar tu relación con el arte oriental y chino en particular, para que hablemos de esa interesante noción que es el shanzhai. Diríamos en criollo, lo trucho, lo fake. Para ello Byung-Chul Han nos viene bien, ya que se trata de un tema que realmente conoce y domina: retomando la noción freudiana de huella, critica la idea de original, del origen y de la originalidad, del principio de autoridad, de la creación ex nihilo que son, todos ellas, nociones occidentales. Básicamente, la crítica al lugar del autor.
Pensemos por ejemplo en una obra típicamente oriental, para el caso una ola. Sería completamente arbitrario, desde una concepción china, afirmar que tal o cual ola retratada es la original. ¿Qué da origen a una obra? Resulta totalmente arbitrario decir que una obra, un concepto o idea comenzó allí. Por eso en el arte chino se trata de un elogio a la copia, o de cómo no puede advenirse artista sin antes ser copista. La copia en la formación del artista chino nos recuerda, en un sentido libre, a Walter Benjamín y la cuestión de la reproductibilidad de la obra, pero sin el prurito de suponer que toda copia es plagio, propias del derecho de autor occidental. La copia honesta, diríamos desde oriente.
DS: copiar es justamente la forma de aprender, nos remite a la autoridad y al respeto por el Maestro. Por ello se copia a los grandes maestros. Porque la pintura viene de la pintura, no del modelo. Siempre hay otra pintura ─o muchas pinturas, o una historia de la pintura─ de la que uno es tributario. El modelo a veces es una excusa, es un accidente, pero la pintura siempre es de la pintura. Se trata del mundo pictórico. Así como en la música uno no inventa los sonidos.
En China, además de reconocer que la pintura siempre viene de un Maestro, que siempre la pintura viene de la pintura, hay también un mundo mitológico, mítico, de los grandes maestros. Entonces, lo que se imita y copia desde hace mil doscientos años hacia atrás es a los grandes maestros. Y si hubiera testimonios de esos mil doscientos años atrás, hablarían también de grandes maestros previos. Por ende, se copia siempre a una especie de modelo platónico de donde salen las cosas. Ellos se asumen como meros copistas de esos grandes maestros, y algo de lo propio que incorporan los va a convertir a ellos también, los va a sumar a esa serie de grandes maestros, a esa genealogía. Por ello el arte tradicional chino y japonés tienen esa identidad tan fuerte: ¿quién podría cambiar eso? Salvo cuando irrumpe un Hokusai, un Utamaro, y ponen una marca. Pero es una pequeña marca en un enorme reservorio que está trasado por grandes maestros, de quienes no sabemos de dónde sacaron sus ideas, pero que están ahí desde siempre.
Originalidad o continuidad
DS: se trata de una continuidad: el gran poeta Víctor Segalen, aunque de origen francés, se adoptó como poeta chino. Médico de a bordo de la marina francesa, se convirtió luego en el médico de último Emperador, Puyi. En sus poemas, Segalen los define como hombres lentos y continuos. Le otorga esa idea de continuidad a la cultura china. Por ejemplo, en un poema llamado Los diez mil años, que simboliza la eternidad, dice: “ustedes sigan construyendo sus templos en madera y en papel que siempre va a haber, dentro de quinientos años, otros chinos, lentos y continuos que harán nuevamente el templo”. Nosotros en occidente hemos perdido esa posibilidad por eso que vos decías: esa pretensión de originalidad hace que una catedral gótica sea imposible de reproducir en el tiempo, porque ya pasó, ya no hay más gótico. En cambio, la cultura china posee esa continuidad en el tiempo ─y yo creo que la sigue teniendo, a su modo─ y les permite volver a reconstruir. Por ello la sabiduría en el uso de los materiales. De nuevo Segalen: “denle de comer al tiempo, porque el tiempo, sino ataca a la obra, muerde al obrero”. Esto es fantástico, ya que ellos se preservan dándole de comer al tiempo una cultura de palitos y papel…
JF: una suerte humanismo chino, humanismo shanzhai…
DS: Byung-Chul Han en ese libro cuenta muy bien la anécdota del Templo de Ise, el cual reconstruyen cada veinticinco años, y que la UNESCO no lo reconoce como un templo antiguo, aunque tenga más de novecientos años; tiene todas las condiciones para ser catalogado como patrimonio de la humanidad, pero lo quitaron de la lista ya que para la UNESCO tiene nada más que veinticinco años. Al templo lo copian exactamente igual, cada veinticinco años.
JF: Han cuenta varias anécdotas, otra de las cuales es la de los famosos guerreros de arcilla que fueron desenterrados, descubiertos arqueológicamente. Pone el énfasis en el carácter modular de esa obra: ni bien se realizó el descubrimiento arqueológico se montó una fábrica al lado de la excavación para su reproducción. Así, un museo en Ottawa pidió a los guerreros para una muestra. Los chinos le enviaron una reproducción exacta, y los canadienses se ofendieron. Pero sucede que los chinos no los estaban estafando, ya que para ellos se trataba de una reproducción igual o incluso mejor al original. Eso es interesante: la copia puede ser superadora, shanzhai mediante, al original. En los gadgets tecnológicos, por ejemplo en los celulares shanzhai, esto está muy bien tematizado: la copia puede ser superadora, más funcional, con un uso mucho más interesante y práctico que el original.
Otra anécdota, en clave de chanza: cuando sea reemplazado el último ladrillo de arcilla original de la catedral Friburgo en Alemania ─que por la endeblez debe ser intervenida para evitar que se derrumbe─, ¿seguirá siendo la catedral de Friburgo? Se trata de conmover ese lugar común de la museificación del pasado, del conservadurismo de las estructuras, obras, monumentos.
De la museificación a la invención del pasado
JF: estas anécdotas me resultaron interesantes, y en parte análogas, al proceder analítico en torno al recuerdo, incluido el encubridor. Me refiero a una operación freudiana que son las construcciones en análisis. Éstas consisten, básicamente, en una operación de montaje, del montaje de una copia. Se produce un invento allí donde ya no hay la posibilidad de un recuerdo, donde ya no es posible exhumar lo fidedigno de un supuesto “original” olvidado. Tal como esos antiguos Maestros orientales, de los cuales no existe testimonio alguno, pero a los que igualmente se alude por suponerles alguna un saber. La construcción freudiana resulta así un arte estrictamente conjetural y arbitrario. Construir implica copiar un recuerdo [que no existe]. Cuando un/a psicoanalista construye está montándose sobre lo que se le transfiere, un saber, pero está inventando. Se introduce una cosa que no existía pero que tiene una lógica, y que por ende puede producir o volver a producir ese trabajo artístico que es la asociación libre. Tal como si fuera una especie de plataforma, un andamio. Y es en ese sentido que el platonismo o diversas marcas de la occidental son puestas en discusión por el acto analítico. Esto implicó, en la progresión freudiana, el descubrimiento de un límite a la interpretabilidad, a lo legible o plausible de ser recuperado. Un límite, por qué no, a la completud.
Profundidad en la superficie
DS: esta actitud tiene consecuencias en la estética. Por ejemplo, en relación con el tema de las estructuras, de la construcción de la imagen. Hay algo muy habitual en las Academias, en Occidente en general, que es la pregunta de cómo se construye el paradigma de un desnudo. Un desnudo se construiría, desde los cánones académicos y para que tenga validez, desde adentro, en torno a una estructura sobre la cual se pondría la carne y definitivamente la figura, siendo ésta última sostenida por una estructura interna, que generalmente está construida por rectas, las cuales le dan la potencia al desnudo. Podemos pensar en cualquier desnudo renacentista, que sería la escuela básica sobre la que se edificó todo el imaginario. Pues bien, en Oriente todo lo anterior no tiene sentido. Las figuras se toman desde afuera, no tienen interioridad. Si hay alguien superficial es un pintor chino: pinta las superficies, no pinta las estructuras. Existe una suerte de precaución de no intrusar las formas. Se come con palitos, no con cuchillo y tenedor ya que sería obsceno, es una falta de respeto utilizar el cuchillo para cortar las formas…
JF: ¡un tabú de la penetración! O en otro sentido, una actitud que rehúye a la idealización de una “interioridad”. De hecho, lo inconciente es menos profundo de lo que se cree: habla en los intersticios, pero de las superficies…
DS: exacto, y eso también acontece en el dibujo, donde no es necesario dar cuenta de lo que pasa dentro de una cabeza o de un desnudo: basta con poder capturarlo desde afuera, que es infinitamente más difícil también. Los grandes maestros aportan los datos de la interioridad sobre la superficie. De todas maneras, hay estructuras, no es un dibujo blando, todo lo contrario, pero está hecho desde afuera. Para los occidentales es virtuoso que se vea la estructura, que aparezca en la superficie y que de solidez.
Estilo, obscenidad y vacío
DS: todo ello tiene consecuencias en la arquitectura también. El estilo chino es una fantasía occidental: no hay tal cosa, son “chinerías”. El primer problema es que la palabra misma, estilo, que es “columna”, no existe en China. La columna no es virtuosa, no se expresa la arquitectura a partir de una gran columnata. La misma es una gran necesidad occidental: la estructura, lo que se edifica, lo que sostiene, lo que le da permanencia. La columna ─griega, bizantina, etc.─ es una necesidad para Occidente. En Oriente no hay columna ya que la forma siempre es monocasco, que es la que se sostiene por la superficie. Entonces, lo relevante es el techo, o sea lo que no se sostiene. El techo no es sostenido por una columna, sino que idealmente debería flotar. Eso sería lo virtuoso para la idiosincrasia china: que el techo flote como una nave en el cielo. Eso produciría la armonía con el Qi, con la energía y demás. Es un mundo muy compacto en ese sentido.
Para nosotros hay un faltante; para los chinos, donde falta una columna en realidad está la virtud de que flota. Mostrar lo estructural es obsceno. Por ello los techos chinos, que parecen naves, son sostenidos por estructuras: entramados que hacen de cuenta como que la columna cuelga del techo, cual si se tratara de un listón colgante. Eso sería lo más virtuoso de todo, que desaparezca la física, desafiarla. Resulta así muy romántica toda la idiosincrasia china. Esto se enlaza con otro tema: tampoco es necesaria esa estructura que hace a un gran Maestro. El Gran Maestro chino son todos los chinos, todos los Grandes Maestros componen el Gran Maestro. Lo mismo en la caligrafía, que resulta ser casi lo mismo que el dibujo: una gran poesía es también una gran pintura…
JF: de hecho, la poesía se reescribe sobre una pintura, en una suerte de actualización y mejoramiento de la obra.
DS: por ello en el papel o lienzo de una pintura se valoriza el vacío, la parte que no se va a pintar, el cual será luego el lugar de los comentarios, donde se sella e intercambian los sellos: allí donde se valora a la obra.
JF: sobre esa falta, sobre ese hueco que permite justamente una producción, que tiene como condición al vacío [de sentido].
Taoísmo y psicoanálisis
JF: asocio con la virtuosidad del flotar, y me permito llevarte hacia la actitud Wu Wei del taoísmo, el principio de “no forzamiento”. Con cierta irreverencia, me ha interesado hacerlo dialogar con el principio de economía de las fuerzas que plantea Juan Perón en Conducción política, muy similar al fundamento de algunas artes marciales tales como el Tai Chi: el uso de la fuerza en un momento preciso y del modo correcto. Ese no forzamiento de las formas y de las cosas como principio rector para el arte, para la política, la estrategia.
DS: el principio de Wu Wei resulta difícil de entender, de traducir. Una traducción lógica sería “no interferir en el flujo de energía”. Es una lección del Zen que tiene que ver con la sobreactuación en el mundo. Cuando uno toma demasiadas decisiones siempre está actuando de más. El obsesivo padece de eso. La lección plantea que se debe recordar que uno es parte del flujo, y como parte tiene que hacer lo suyo. Uno no está fuera del flujo: si así se cree, se va a actuar mal, antes o después de las cosas. Esa también es una lección de lo inconciente. El problema es que uno es el flujo también, y como todo en el flujo hace lo suyo. Si uno construye de esa manera, el momento de la acción va a ser justamente el lugar preciso y mínimo para producir el efecto necesario. De ahí que en el taoísmo se puede ver lenguaje en todas las cosas: en una cascada de agua, en la dispersión del humo, en cómo se mueven las nubes; incluso en el craquelé de las losas hay palabras, hay escritura. Eso escribe cosas, hay formas de comunicación que algún chamán o alguien los puede discernir. Y no hablo de lo mágico solamente sino también en lo material: hay palabras que están contenidas porque son flujos de energía, lugares sutiles donde se expresa el Qi. Y si el Qi se expresa entonces hay escritura, porque el Qi siempre tiene sentido, es un mandato del cielo, es la energía que nos invade, somete y atraviesa a todos. La física cuántica no estaría en desacuerdo…
JF: el Qi es como “La Fuerza” de Star Wars. Así se la describe el maestro Yoda a su aprendiz, Luke Skywalker: “de la vida es la creadora y la hace crecer, su energía nos rodea a todos y nos une; luminosos seres somos, no esta cruda materia. Debes sentir La Fuerza a tu alrededor, aquí, entre tu y yo, y el árbol y la roca, incluso entre la tierra y la nave”.
DS: claro, por eso el Qi se expresa en el humo, en el agua, es decir, en lugares donde puede aparecer, en las superficies. Eso es lo Wu Wei: si uno interfiere en el flujo, la escritura se borronea. ¿Cómo podría uno meter la mano en el humo, si es humo? Si uno no es humo, el humo toma la forma del dedo que uno mete dentro, destruyendo así lo que decía el humo, lo que iba a expresar. Por eso el maestro enseña que uno tiene que ser humo también, evitar ser intrusivo.
JF: retomando algo que decías sobre el Tao, pensaba en el problema de la traducción. No sólo del chino al castellano, sino más bien de la introducción del Wu Wei en nuestra concepción occidental. Cuando escribía sobre esto me costaba dar con ese instante literario que permitiese evitar cierta literalidad de la idea de “no forzar”, la cual llevaría más bien a preceptos más bien new age: “que fluya”, “si sucede conviene”, “hay que soltar”, etc. Hay una occidentalización, una degradación de lo que vos aludías. Al respecto, me resultó muy útil el famoso ejemplo de las plantas, las cuales crecen por Wu Wei: si uno pone algo sobre las plantas produce un forzamiento que impide o trunca ese crecimiento. Una advertencia frente a ciertos artificios.
Flotar o forzar: el orden en el caos
JF: en psicoanálisis, la dificultad para hacer cumplir la regla fundamental, la asociación libre, y para sostener la atención flotante, contemplan el mismo problema: cuando se interviene forzando ello que está siendo en potencia una escritura, se quiebra el propio dispositivo analítico, artificialmente creado. Es decir, un/a psicoanalista escuchando, atendiendo parejamente flotante ─acción enigmática pero brillante de Freud─ implica una actitud Wu Wei. Decirle a alguien que se comporte cual si fuera mirando por la ventanilla de un tren en movimiento, y describa acríticamente todo lo va sucediendo en imágenes, es también un intento, un (contra)artificio que se produce en un psicoanálisis para arribar a dicha actitud Wu Wei. Porque en definitiva, el forzamiento es la neurosis.
DS: está muy bien eso. Se me ocurre otro ejemplo: alguien pierde una joya valiosísima en el medio de un recital, donde hay cien mil personas. Se torna imposible ver porque hay doscientas mil piernas que tapan absolutamente la visión, y la joya está por ahí, en algún lado. Entonces uno puede desesperarse y provocar desmanes para que la gente se abra, se corra, provocar un caos. Por el contrario, ¿cómo haría uno, atención flotante mediante? ¿Qué recomendaría el Zen, desde el Wu Wei, hacer? Uno debería ponerse en absolutamente en cualquier lugar, por ejemplo al costado del campo donde no hay gente, y mirar con atención hacia un punto cualquiera. Inevitablemente, en un determinado momento, tendrías liberada la visión para ver esa joya perdida. Va a suceder eso: el problema es que vos no vas a estar ahí para verlo, porque vas a perder esa capacidad Wu Wei, vas a sobreactuar y mirar nerviosamente para un costado hacia donde justamente no deberías haber mirado. Desde la Teoría del Caos, incluso, se tendería a comprobar lo propio del Wu Wei: dentro de todo caos posible, habría un milisegundo en el que todas las piernas se alinearían y te mostrarían la joya. El orden es uno de los aspectos del caos. Entonces, quien adoptara una actitud Wu Wei parecería un tonto que está ahí sin hacer nada. Va a hablar lo inconciente siempre, va a haber un lapsus, un fallido: el tema es esperarlo y propiciarlo.
Espiritualidad, cientificismo y política
JF: la occidentalización o neoliberalización de Oriente degrada las estéticas de lo político. Se termina pervirtiendo una actitud, una cierta disposición como el Wu Wei, el cual nada tiene que ver con la cínica pasividad. Esta última es resultado de la degradación occidental: “mejor no hacer nada”, “no hay que hacer”, “si sucedió por algo habrá sido”, etc. Un más acá del principio de placer freudiano, la ley del menor esfuerzo. Cinismo moral, pasividad frente a la realidad, indiferencia frente al semejante. En definitiva, un atentado contra la posibilidad de transformar la realidad. Por eso el concepto de “resiliencia”.
De ahí que la religiosidad clásica, con principios como el de libre albedrío, no sin problemas resulta mucho más interesante que ciertas filosofías o espiritualidades new age. Y con esto introduzco la cuestión de lo político: serán filosofías baratas, pero producen una subjetividad que tiende a ser hegemónica y que implica una docilidad aceptada frente a la crudeza de la realidad a cambio de un consumismo espiritual. Al decir del Papa Francisco, los peligros de una Iglesia que deviene en ONG de la caridad. En este sentido, como psicoanalista, pero ante todo como trabajador del campo de la salud mental, me preocupan ciertos reduccionismos en neurociencias: el lugar que viene tomando el cerebro como imaginarización del ser, que se presentaría como una conjunción abominable entre neurotransmisores tiránicos y una energética neoespiritual. Una antiestética, una antipolítica. Podrán tildarme de vetusto, pero una noción como la de alma es mucho más interesante que pensar que alguien es su cerebro-espiritual, ya que en todo caso el alma plantea un más allá, cierta trascendencia enigmática pero en función a lo común.
Hay categorías pseudomodernas o con cierta legitimación neurocientífica que finalmente coinciden, cual si se tratase de un retorno, a un pre-cartesianismo. Vos antes hablabas de la obsesión, y me acordaba de una interesante vuelta que Butler le da a las Meditaciones de Descartes: cuando éste se pregunta por su mano que escribe el texto, se confirma que Descartes era un gran obsesivo, en tanto reniega de la mano y del cuerpo que están escribiendo. Esa renegación del cuerpo, que implica a la obsesión pero que es aún más potente desde ciertos reduccionismos científicos, podría ser uno de los síntomas del forzamiento, de esa actitud anti-Wu Wei antes mencionada: un rechazo del cuerpo como lugar y centro de la experiencia. Y no me refiero solamente al cuerpo simbolizado o imaginario, sino del cuerpo que es territorio de disputas pulsionales, políticas y espirituales.
Sincretismo y arte
DS: cuando hablaste de la relevancia del alma me acordé de un capítulo muy lindo de tu libro sobre el Papa Francisco analizándose en Villa Crespo, que es un evento muy interesante. Y me hiciste acordar de algo que pasó aquí cerca en la Iglesia de la Piedad, en Congreso: es una parroquia muy vieja, a una cuadra de la Plaza, que estaba muy decadente, iban solo unos pocos viejos. A mi igualmente me gusta porque suelo hacer meditación en las Iglesias. También diría que soy católico, pero no ejerzo demasiado. Decía que iba a menudo a meditar allí, pero la Iglesia estaba ya liquidada. Incluso el cura estaba ya medio harto de todo. En la Iglesia había una imagen del Señor de los Milagros, que es una imagen muy querida en Perú, con muchos fieles. Se trata de una imagen muy linda, del siglo XVIII, con vestidura en terciopelo negro llevando la cruz. La cuestión es que se fueron juntando algunos peruanos y le propusieron al cura patrocinar una cofradía desde la parroquia. De hecho, todavía se celebra la fiesta del Señor de los Milagros, se corta la calle, hay comida, una fiesta impresionante, al estilo de las fiestas populares peruanas. Esta iniciativa hizo que la Iglesia volviera a llenarse de feligreses y familias, justamente a través de lo festivo. Sin exagerar, uno le encontraba un sentido nuevo a la religiosidad.
Pero el detalle fundamental es el siguiente: la Iglesia es barroca, tiene una estructura compleja, y el confesionario está detrás de una columnata. Uno entra a la Iglesia y no veía dónde estaba el confesionario. Me acordaba de esto, en parte, porque vos hablás un poco del sincretismo. Entonces, un día entro en la Iglesia y veo en el piso unos stickers al estilo pop, unas patitas gorditas, infladas, con los dedos redondos, de color rosa. ¡Imaginate esos stickers sobre el piso de mármol! Desde la perspectiva de la entrada, las patitas iban marcando una huella: una patita, otra patita y un corazón roto, así sucesivamente, señalándote el camino hasta llegar al confesionario escondido. ¡Fantástico! Pero no termina ahí: lo amoroso es que, aun cuando uno ya no se pierda para encontrar la salida, había igualmente otras huellas con stickers: una patita, otra patita, corazón sano…y así salías de la Iglesia. ¡Era una maravilla! ¡Con esto ya no tendrían más laburo los psicoanalistas! Es un mundo en orden, el mundo andino de nuevo, más o menos funcionando, donde un corazón roto puede devenir corazón sano.
JF: hicieron un shanzhai de esa Iglesia, que estaba decadente y demodé. Uno podría pensar que produjeron una intervención estética nueva, la tornaron funcional, convocante. Lo kitsch al servicio del pueblo…
DS: ¡Sí! Pero lo lamentable es que hubo alguna queja, en tanto esa Iglesia es monumento histórico nacional, y quitaron los stickers. Un desastre estético…
El Papa Francisco se analizó en Villa Crespo
JF: en el libro me interesó escribir sobre el hecho histórico del Papa Francisco analizante. Y digo que se psicoanalizó en Villa Crespo básicamente porque nadie, comenzando por él mismo, afirmó dónde o con quién…
DS: ¡Ah, pero entonces no sabés si fue en Villa Crespo!
JF: ¡Claro que no! Pero nadie me lo negó, así que tengo derecho a suponer, a ficcionar, que fue en Villa Crespo. Él siempre fue porteño, y sí relató haberse analizado con una psicoanalista judía, de quien tampoco prefirió dar a conocer su nombre. Analista judía, Buenos Aires: se torna probable que haya sido en este barrio. Como sea, me interesó mucho el hecho en sí, sus fundamentos y consecuencias, como excusa para intentar una discusión filosófica y psicoanalítica, pero también teológica y política. Me pareció más potente efectuar un ensayo ficcioclínico antes que una especulación o chismerío histórico. Para ello hice dialogar, por ejemplo, al Padre Mugica con Freud, ya que me interesa mucho la cuestión del sincretismo en tanto rasgo fundamental de la religiosidad popular en Latinoamérica: esa conjunción de elementos epistemológica y teológicamente incompatibles, pero que en el calor de la relación popular con la religión se fusionaron. El Gauchito Gil, Santa Evita, D10S, etc. Tomando una analogía freudiana, una suerte de soldadura entre elementos heterogéneos que producen al síntoma, siendo éste siempre sincrético. Y cuanto mayor lugar e interés pueda dársele a eso del sincretismo que es conflicto y contradicción, podrá advenir un uso más interesante del síntoma, uno más propio.
Al mismo tiempo, me permití pensar esto como un analizador del estado actual del psicoanálisis en nuestro país: ¡es muy llamativo que a nadie se le haya ocurrido pensar los efectos de que el máximo representante de la Iglesia Católica haya atravesado un psicoanálisis! Ojalá me enterase de algún colega en cualquier lugar del mundo que haya reparado en este hecho, potente o cuanto menos bizarro, de que un Papa se haya acostado en un diván. Tengo noción solamente de que la célebre historiadora francesa Élisabeth Roudinesco se interesó por este suceso. Lo tomó como un acontecimiento paradojal, sorpresivo e interesante, el de un Papa analizante, dentro de un mundo capitalista y desalmado.
Mi invento ficcional en el libro es fantasear que se analizó en Villa Crespo, pero que fue analizante es estrictamente realidad. Se trata de un Papa argentino, porteño, que se analizó. Y cuando se lo oye hablar se escucha a un tipo que es más o menos próximo: uno escucha hablar a un porteño. Entonces me pregunté y pregunto: ¿eso no tiene efectos que deberían ser recogidos para pensar nuestra cultura, incluida nuestra cultura psi argentina? ¿No tendrá consecuencias en la tan mencionada “subjetividad de época”? ¿No ameritaría una reflexión en pos de revisar la relación, conflictiva desde el inicio, entre psicoanálisis y religión, entre psicoanálisis y catolicismo? Se trata incluso de recuperar una preocupación freudiana: Freud era, siendo hebreo, un gran católico, ya que tenía una concepción muy elevada de la religión, aun siendo ateo. Por ello discutía con el protestantismo. O en el caso de Lacan: su hermano monje benedictino, la cuestión del Nombre-del-Padre, o el hecho de que le escribió una carta al por entonces Papa Pío XII persuadiéndolo de lo conveniente del psicoanálisis para el catolicismo. Ni hablar de la estructura jesuítica de su Seminario y enseñanza.
Por todo ello, me resultó casi obligado reflexionar y ficcionar al respecto. ¡Casi como si todo cerrara! Que un Papa se hubiera analizado comporta un hecho demasiado importante desde el punto de vista histórico y estético como para no ser pensado. Su pasaje por un psicoanálisis no puede no tener efectos en su papado. No sabemos cuáles, ya que ello sería especular. Pero volviendo, hay en el sincretismo una pista: el psicoanálisis o el peronismo como hechos malditos, rasgos muy caros a la “argentinidad” ─si es que eso existe─.
DS: Sí, creo que un efecto o rasgo visible de lo que planteás es la flexibilidad que Francisco tiene para con la ley, frente al canon. Por poner por delante al amor y al perdón es capaz de tolerar casi cualquier transgresión a la ley: diferencia fundamental con su antecesor, Benedicto XVI, quien postulaba a lo legislativo por encima de la misericordia. Hay algo en Francisco muy entrañable con la misericordia, haciéndola rebalsar, inundar y someter a absolutamente todo. Pero claro, se torna muy difícil conducir una institución a pura misericordia, ya que cualquiera institución necesita de la severidad para constituirse. Este problema tiene también que ver con el peronismo, y con la forma y origen difusamente peronista de Bergoglio…
JF: Pienso en la “sorpresa” que suscitó cierto cambio de posición entre Bergoglio y Francisco se fundamenta en el hecho de que al atravesar un psicoanálisis se recibe, mejor dicho, se produce una nueva nominación; hay una suerte de bautismo terrenal que quizás le haya permitido el mencionado cambio de posición; sumado a que cuando un Papa adopta al inicio de su reinado un nuevo nombre ello ya marca cierta orientación de su pontificado, implica un rasgo o marca para la posteridad de ese papado. Y no en un sentido profético, sino que se trata simplemente de una direccionalidad más o menos elegida. Por eso es interesante el reciente film Los dos Papas, que ficciona la relación y trasvasamiento entre Benedicto y Francisco. En definitiva, el acto más interesante del papado del primero fue su renunciamiento: su único acto instituyente.
Final abierto al sincretismo
¿Realismo mágico? ¿Sincretismo ficcional? Quizás un psicoanálisis consista en abrazar la ficción real, recordando que este oficio es un primo lejano de las artes, un modesto arte.
La flagelación; pegan a un niño en el barrio Los Perales de Daniel Santoro (2011) hace las veces de arte de tapa de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos de Julián Ferreyra (2020), y esa fue la excusa para esta conversación. La obra fue escogida por escenificar un barrio cualquiera y a la vez fantástico, en el que lo sobrenatural ocurre cotidiana y sutilmente: allí Evita está pegando a un niño, quizás uno freudiano. Se trata a la vez de un cover de La flagelación de Piero della Francesca (1455-60). El psicoanálisis y el peronismo son, después de todo, hechos malditos por su potencia sincrética, por condensar amor y odio desde una estética amable pero provocadora. Son covers, esos que suenan mejor que los originales.
El psicoanálisis es un sincretismo de la medicina. El trabajo en torno a eso que llamamos “síntoma” consiste en tornarlo síntoma-sincrético, para que alguien pueda darle un uso que no sea meramente utilitarista. La transferencia es un espacio/tiempo sincrético, así como es sincrético también el deseo del analista.
Freud auguraba que los practicantes de su joven ciencia, él incluido, no tuvieran la necesidad de ser médicos ni el derecho de ser curas: “que ningún analista se sienta más de lo que es ni menos de los que puede ser”, diría un Freud justicialista. Un/a psicoanalista no se detiene en el poder de la confesión, sino que la transmuta en otra cosa, cosa divinamente terrenal, pervertida en su objeto, subversiva por defender al hecho humano, mortal y sexuado, y hacerlo tender puentes, religare, con esa potencia que es el deseo, que siempre incluye a otros.
Porque un psicoanálisis transmite una poseducación, a saber, que el deseo humano es lo contrario, no se reduce, se resiste, al individualismo, enemigo por antonomasia de lo sincrético.
Hay una temeridad profana, propia de un cristianismo sincrético, en quien busca la verdad allí donde no hay luz alguna. Se trata de un heroísmo muy humano, porque se triunfa allí donde no se es ni desea ser Dios. Freud era heroico y ascético en este punto. Por su parte, el “Yo no busco, encuentro” que Lacan le robara a Pablo Picasso, como idea-fuerza proviene en simultáneo del precepto técnico, estrictamente clínico, de Freud: “en un psicoanálisis la cura se da por añadidura”. Estas formas mínimas de temeridad profana descienden, sin exclusividad pero sin ninguna duda, de axiomas que fueron simultáneamente actos del propio Jesús de Nazaret.
Así en el arte como en la histeria, interesa la relación con el deseo. La histeria es un cuadro pictórico sincrético. Ello incrustado en el soma, una articulación, un jirón del discurso que llama a su reconstrucción, su restauración, su intervención (¡artística!). Para Freud un deseo se realiza en la fantasía del artista, esto es, en su obra. En el sueño, en la obra de arte, el deseo no se presenta como objeto en sí, sino articulado, mediado, diferido, indirecto. El deseo sería el más allá de una obra.
Psicoanálisis, arte, política: una trenza sincrética, una positivización de cierto esoterismo mundano. Lo bizarro dignificado, una modesta contribución a que ninguno de los tres devenga en sectarismo despolitizado, consumista y/o alienante. Siguiendo la poética valiente de Erasmo, un elogio: abrazar ese sincretismo popular y a veces algo kitsch que puede permitir alguna clase de novedad, alguna sorpresa sintomática.