Daniel Zoppiconi, custodio del General Perón
Por Miguel Martinez Naón
Daniel Zoppiconi fue custodio personal de Perón en los años 73 y 74. Es oriundo de Beruti, un pueblo cercano a Trenque Lauquen, donde atiende su Almacén “Casa Zoppiconi” fundado en 1914 (sin duda uno de los almacenes más antiguos de la provincia de Buenos Aires), y al que visitaron personajes como el Pibe Cabeza (aquel famoso asaltante de caminos de la década del 30) y el boxeador popular José María “El mono” Gatica.
Guarda con cariño entre otras cosas, una medalla con el rostro de Evita que le regaló el mismo Perón, una botella de sidra de las que repartía Eva durante el primer peronismo (y que recibió su padre en aquellos tiempos) y una foto suya junto al General con su uniforme de granadero. Todo exhibido siempre a un costado del almacén.
También comparte fotos de personalidades políticas como Cristina Álvarez Rodríguez y Julián Domínguez.
Daniel conserva una gran emoción al recordar aquellos días en los que Perón lo eligió como su custodio. Sus palabras se llenan de gratitud y admiración y no puede evitar las lágrimas, cuando recuerda sus conversaciones con él en la quinta de Olivos, su amabilidad y generosidad hacia sus padres, y hasta se permite contar una gran anécdota acerca de los gustos del General por el asado y las “galletas de campo”.
Agencia Paco Urondo: Cuentenos cómo llegó a ser el custodio de Perón
Daniel Zoppiconi: Primero fui al Regimiento de Granaderos, de ahí salí custodio presidencial. En el 73 hirieron a una persona en el tiroteo de Ezeiza, cuando llegó Perón y no pudo bajar. Esta persona, quedó herida y era militar. Yo lo crucé, pegaban las balas en el borde del asfalto y pasaban por arriba, y me decía ‘yo me muero’. Tenía un tiro y le habían agujereado un pulmón. El era un coronel que entró a la torre de control para pedir que Perón no bajara y le pegaron un tiro. Entramos cuatro con él, yo lo arrastré, los otros me hicieron de apoyo y después lo cargaron en un helicóptero y lo llevaron. Yo estaba para custodiar el avión cuando bajara pero el avión no bajó nunca y se armó un tiroteo.
Luego estábamos en el Hospital Militar Central, yo estaba ahí cuidando a este señor y decían: Ahora va a venir Perón a saludarlo porque avisó que no bajara para que no lo maten.
Pasaron más o menos 25 días, y entró Tito Pepe, el jefe de la custodia, un hombre alto de bigotes. Yo pensaba: “voy a conocer a Perón de cerquita”. Era como una novedad como si pudiera ver a Fangio o a Maradona. Me iba a tener que retirar de la pieza, pero desde el pasillo lo iba a ver pasar a unos metros. Vino Perón. Primero entró Tito Pepe, miró toda la pieza y entraron dos custodios más. Entonces entró Perón, fue adonde estaba el coronel acostado y le dijo “te felicito che, te jugaste la vida para salvar mi vida” y lo saludó. El coronel me había dicho que me quedara en la pieza, y me quede en un riconcito, lo único que me acuerdo es que me temblaba el pantalón y no me paraba de temblar. Nunca tuve miedo pero no sé por qué estaba tan nervioso. Entonces el coronel se levanta la mascarilla y le dice: “saludelo a él General que él salvó mi vida, y si no, no hubiéramos salvado las nuestras”. Se dió vuelta y me dijo “ah bueno, te felicito che, ¿no serás un jodido vos? Así que cuando se salve este, que no se va a morir, te venís a la custodia conmigo”.
Y me sacó custodio de él, yo no lo podía creer. Cuando se fue le dije al coronel: “¿será cierto que me va a llevar a la custodia de él?” Porque yo no podía creerlo, parecía que estaba soñando “¿puede ser? ¿voy a ser custodio de Perón? yo acá no soy nadie”. Había estado en el colegio militar haciendo instrucciones, Lanusse me conocía de toda la vida pero Perón… Y me dice: “sí, si te dijo que te va a llevar, te va a llevar”. Como a los 15, 20 días ya el coronel estaba bien y apareció de vuelta un auto con Tito Pepe y me dijo: “Preparate que el lunes te vamos a llevar a la custodia”. Y ahí empecé. La primera semana, es como que yo a usted, lo veo hoy y tengo poca confianza, pero después de 10 o 15 días que estaba con él, era uno más. No amigos, porque usted no puede ser el amigo del Presidente de la República, pero hizo una confianza. Y me decía: “che vení, sentate acá en el banco”. Había un banco, después de las seis de la tarde, y él largaba dos perritos blancos, caniches, y un marroncito y andaban dele jugar ahí. Y me decía: “porque yo no me voy a ir a charlar a la avenida donde te joden todos” y se ponía a conversar no conmigo solo, sino con los cuatro que éramos custodia personal en Olivos. Pero más charlaba conmigo porque yo le contaba cosas del campo.
(en la foto Daniel Zoppiconi dándole la mano al General Perón)
APU: ¿Qué más recuerda de esos días?
D. Z: Un día vino un día Cristina Álvarez Rodríguez, me agarra de las manos y me dice: “contame del tío”. Le conté que en esos días estábamos en Olivos, habían puesto de esas parrillitas de losa, y el señor que hacía los asados estaba un poco retirado de ahí en un quincho y se sentía el olor. Me dice “qué olorcito lindo este, te da ganas de comer un asado”, y le digo: “General esto no es un asado”, porque lo habían servido en una parrilla de losa con unos carboncitos y me dice: “¿dónde te criaste vos?”, le respondo: “yo me crié en el campo, mi padre o el que sea, junta ramas o leña, hace un fuego en el suelo y pone una parrilla, ponemos la carne, nos sentamos todos alrededor, de la parrilla vamos cortando y vamos comiendo” y me dice: “bueno, ese es un asado”, es un asado al pan que comía yo cuando era chico”.
Ahí me enteré que le decían asado al pan, “ah entonces, si este asado es una porquería entonces esto también” porque yo tenía confianza, era el presidente pero le tenía confianza mano a mano, si había gente por delante era Señor Presidente, si no, hablábamos como hablo con usted. Y le digo, “este también es una porquería” y le enseñé un miñoncito. “Acá todo es una porquería”, me dice. Entonces le digo “porque en mi pueblo hacen un pan grande, que se puede comer con el asado y se hace en horno de barro” le explicaba “con una pala que es a leña, sacás la leña con el calor, y hacen galletas”.
Entonces se agarró la cabeza y me dice “yo desde cuando era pibe que no como galletas como las que comía en la chacra, y me voy a morir sin volver a comer galletas” y le digo “no, ¿por qué? algún día que yo vaya a saludar a mis padres, si usted quiere, yo le traigo” Entonces vine acá y le dije a un panadero, que se llamaba Pino, que me hiciera ocho o diez galletas pero bien grandes porque se las iba a llevar a Perón. Me decía que estaba loco “¿cómo le voy a hacer galletas al Presidente de la República?”, y yo: “Pero en serio Pino, créame”, le expliqué que íbamos a comer un asado y que él quería comer galletas. A las 6.20 pasaba un tren que llegaba a las 11.30. Entonces yo le golpeé a las 5.30 de la mañana, él las sacó del horno caliente, la pusimos en una bolsa de harina, las envolví y las llevé. Y cuando las vió me decía “Galletas!!! yo creía que me iba a morir sin ver galletas!!!” y nos comimos un asado en Olivos con galletas bien grandes de acá del pueblo de Berutti.
En esos días él andaba bien todavía. Debe haber sido en noviembre o en octubre del 73’. Después pasé navidad y año nuevo con ellos.
APU: ¿Usted estaba allá cuando él murió?
Yo me había venido en esos momentos. Ya se veía que se estaba poniendo muy feo, nos tiroteaban tiro a tiro, peleaban no se sabe quién, si los del ERP con los Montoneros, con los otros que eran de otro bando, los extremistas con los militares... Uno no se puede meter en eso porque no sé ni cómo era la cosa.
APU: ¿Lo mandaron de vuelta para resguardarlo a usted?
Sí. Me vine para Beruti, lo único que le dijeron a mi padre y a mi madre que cualquier persona desconocida que viniera y que preguntara por mí le dijeran que estaba en la custodia en Olivos o en Casa de Gobierno o en el Regimiento de granaderos, que no sabían dónde pero que estaba en Buenos Aires. Me tuvieron seis meses escondido.
APU: ¿Y ahí le llegó la noticia de la muerte de Perón?
Sí, era un día que lloviznaba, me agarró una tristeza que no se puede imaginar. De estar nueve meses viviendo con él… son cosas que te marcan mucho en la vida. Siempre había algún tiroteo, algún problema. Radio Colonia dice que habían matado a dos custodios presidenciales pero no daban nombres, no daban nada. Entonces se puede imaginar mi padre y mi madre cómo estaban. Fueron al Regimiento de Granaderos y les dijeron que no podían dar información. Entonces fueron a Casa de Gobierno, porque es medio secreto, no se puede decir con quién está, dónde está. De ahí se fueron a Olivos, era tardecita ya, estábamos los cuatro cuestodios con él en Olivos.
Andaba él en la quinta, después como a 80, 100 metros hay un retén que es militar, hay un portón verde y una garita. El militar de ahí vino a hablar con Perón y le dijo: “hay una madre y un padre que están preocupados porque ha muerto gente en un tiroteo y en la radio dicen que son custodia presidencial”, Perón le preguntó quién era, “vinieron de La Pampa” le respondió. Un custodio era cordobés, el otro era santafecino y un entrerriano. Cuando dijo de La Pampa, yo no soy de La Pampa pero dije “son mi padre y mi madre porque soy el que está más cerca de La Pampa”. Entonces, el jefe de la guardia habló con el Genaral, y este me miró y me dijo: “che vos, está tu familia preocupada por si te ha pasado algo” y le respondo: “bueno General, mandele a decir que estoy bien que se van a poner contentos” “¿Y cómo -me dice- vinieron de 500 kilómetros y no lo va a ver?...vaya y atienda a su padre y su madre” Cuando caminé unos cinco metros, me dice:
- Che ¿dónde vas?
- A ver a mi padre y mi madre que usted me autorizó a verlos en la puerta
- Hacelos pasar, que no son perros para atenderlos en la calle
- Bueno General, muchísimas gracias
- Y hacelos pasar al salón dos
Cuando me vio mi padre, se le caían un poco las lágrimas, mi mamá lloraba mucho, estaba asustada. Entonces le dije que pasaran, que Perón decía que pasaran adentro. Claro, siempre fue peronista mi familia, mi papá iba a ver a Perón… ya se estaba transformando. Veníamos caminando porque hay como 100 metros, cuando estábamos a unos cinco, seis metros me dice “Bueno querido los dejo tranquilos así conversan con tu familia” Y mi papá lo miraba, lo miraba y le dije “General, mi papá quisiera saludarlo”, “Ah, si no los molesto, me quedo”.
Mi papá se fue con él, se puso a hablar, se abrazó. No se quedó una hora, pero estuvo como diez minutos con nosotros. Y lo tenía abrazado y no lo largaba más, le contó sobre la botella de sidra que les mandaba Evita. En un momento el General se para, me toca el hombro y me dice:”¿Estás contento que te vino a ver tu familia?”, “Sí General, y más cómo me los atendió usted, es un orgullo para mí pero me da mucha tristeza ver llorar a mi mamá”. Entonces se paró, la abrazó y le dijo: “Quédese tranquila, total para lo que va a vivir este viejo, no se va a llevar un amigo joven, ahora que tengo, y conmigo va a estar bien” Y agregó “Porque yo no tendría que haber venido de España, porque la salud no me da, pero me he hecho de siete, ocho amigos y uno es este” y me tenía abrazado. Y me dice: “le voy a regalar esto para que me tenga de recuerdo”, me regala esta medalla (una medalla de oro, con el rostro de Evita).
Después de un montón de años sé que le regaló una a Balbín, una Rucci, una a Roberto Galán, y también a Sanfilippo que dice “yo fuí amigo de Perón porque tengo la medalla de la amistad”. A mí esto me emociona un montón, yo también tengo una medalla de la amistad y no soy nadie, tengo un almacén, vendo papa y también tengo una medalla. Eso le conté a Cristina Álvarez Rodríguez, me aplaudía y me dice ‘Pero vos no te has dado cuenta que la medalla de la amistad es otra. La medalla de la amistad es haberte mandado a buscar la galleta a Berutti sin que la pruebe nadie, sin que la vigile nadie, y que se la hayas llevado, que se la haya comido y que haya tenido la confianza de comer lo que vos ibas a hacer sin que nadie lo controle”. Esa es la verdadera medalla de la amistad, el Presidente no come la comida que le lleva cualquiera. Después de 40 años reaccioné ¿qué sabía lo que le podía hacer el panadero, lo que le podía haber hecho yo en la galleta? Él se comió el asado con nosotros en Olivos con galletas de Berutti.
APU: ¿Qué conversaciones tenían por esos días? ¿les daba consejos?
D. Z: Nos sentábamos en un banco, nos poníamos a conversar, como muchas conversaciones que teníamos, unas eran importantes otras eran chistes, porque era una persona normal como cualquier otra. Entonces siempre nos decía: “ustedes tienen que defender las causas de lo que Eva y yo conseguimos, y Eva ha dejado la vida”. Y él también dejó la vida porque cuando vino llegó enfermo, andaba con un paf, por eso él decía que no tendría que haber venido de España.
APU: ¿Él decía que no tendría que haber regresado?
D.Z: Yo ahí metí la pata, le dije: “General, con lo que lo quiere la gente”. “Ese es mi problema, lo que me quiere la gente y yo no les puedo cumplir porque esta gente que me rodea ahora no piensa lo mismo que cuando estaba Evita, que trabajaban para el pueblo. A estos es como que no les interesan los descamisados, a los que yo realmente quiero, mi pueblo. Ustedes tienen que defender y llevar estas causas adelante”.
Yo le dije a Cristina: “desde un almacén de campo ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más que esto que hago en este momento, que es grabarlo y decirlo, si yo no tengo ningún poder?”.
El amigo con el que más hablaba Perón (ahí es cuando se empezó enfermar) era Rucci. Rucci venía, se sentaba con él, charlaba. Era como un hermano, no sé si no lo iba a dejar cuando él estuviera más enfermo porque lo quería un montón. Para mí lo mataron por eso, porque Rucci entraba y salía como si fuese la casa de él. Se sentaba, conversaba con él, estaba horas.
APU: O sea que la muerte de Rucci fue muy dura para él
D.Z.: La sintió un montón la muerte de Rucci, ahí se enfermó más.