La Pampa: el DT protegido de Mac Allister, denunciado por abuso sexual a menores
Por Juan Pablo Gavazza
Hace casi 40 años que los rincones futboleros de la ciudad de Santa Rosa, capital de La Pampa, repetían como sabidas algunas anécdotas que se volvieron mucho más que una leyenda. Lo que cambió esta vez es que lo que antes era un comentario por lo bajo, un relato que apenas vencía con culpa el silencio, se formalizó en forma de denuncia penal.
Un día, el más famoso de los DT de divisiones inferiores de La Pampa, Héctor “Patilla” Kruber, quedó denunciado ante la justicia por abuso sexual. La madre de un nene que le contó entre llantos lo que pasaba, se animó a dar el paso. Fue como abrir una caja de Pandora en una comunidad que convivió décadas con ese tabú.
Todo pese a que los históricos y poderosos protectores de “Patilla”, también esta vez movieron sus fichas para que el escándalo no explotara.
La rana y el escorpión
Carlos Javier Mac Allister, nada menos que el secretario de Deportes de la Nación, eligió un modo poco feliz de darle un espaldarazo a su DT preferido: “Nunca escuché rumores”, dijo el Colo sobre las acusaciones de abuso sexual. No le creyó ni su hermano, Patricio “El Pato” Mac Allister, la otra cara visible del club que lleva su nombre.
El Mac Allister menos famoso terminó por confesar que él mismo había tenido que echar a “Patilla” ante una acusación similar, años atrás. Y sin embargo, como si se tratara de comprobar la fábula de la rana y el escorpión, fueron a buscarlo otra vez y a garantizarle su lugar de poder.
“Mirá, yo te digo lo que nos pasó una vez con él... Porque él ya estuvo antes con nosotros. Vinieron dos papás donde me hicieron un planteo parecido. Yo lo eché a ‘Patilla’ del club, con todo el dolor del alma”, contó el Pato.
Pero… la ambición futbolera de los Mac Allister pudo más que cualquier cosa: “Patilla” tiene currículum de “exitoso” porque gana campeonatos de inferiores y como recluta pibes de todos los clubes con su fama bien ganada, les garantiza a los Mac Allister la abundancia para la materia prima de su negocio.
El poder va y viene: cuando el Colo era un pibe, el que tenía el poder era “Patilla”, que lo apadrinaba y lo cuidada. Cambió la bocha: hoy el que tiene poder es el Colo y el que necesita una mano protectora es Patilla.
“Pasa en todos lados”
“Esto pasa en todos lados”, intentó consolar “El Pato” a los padres que se animaron a hacer la denuncia. El club, de todos modos, tuvo que echar a “Patilla”. Pero se negó a participar de la denuncia e hizo lo posible para proteger al DT.
Es que “Patilla” Kruber no es un DT cualquiera: es el que “descubrió” al Colo cuando era un pequeño lateral izquierdo de la mítica categoría ’68 de las inferiores de Belgrano, el club de la Villa Alonso de Santa Rosa. Sin embargo, Patilla dijo toda su vida que el mejor jugador al que había dirigido era “El Pato”.
Cuando el neoliberalismo puso de moda los clubes privados, los Mac Allister hicieron esfuerzos para llevarse al DT protegido a su institución. Kruber fue toda la vida DT de inferiores: siempre vivió rodeado de pibes. No se ve que haya obtenido grandes réditos económicos de esa trayectoria. Obtuvo su recompensa por otro lado.
El allanamiento en su vieja casa de Villa Alonso, a pocos metros del club donde entrenó la mayor parte de su vida, dio negativo. El fiscal Marcos Sacco impulsó la investigación, aunque la jueza de Santa Rosa Florencia Maza se declaró incompetente y el expediente fue girado a Bahía Blanca, donde tuvo lugar el hecho más concreto y puntual.
La denuncia en la Fiscalía Temática de Delitos de Violencia Familiar y de Género, según publicó El Diario de La Pampa, dice que el DT, durante un torneo en esa ciudad del sur bonaerense, les sugería a los chicos “dormir desnudos” porque “para el deportista dormir desnudos era mejor”; los invitaba a dormir la siesta en su habitación personal, los obligaba a dejar allí sus celulares por las noches y que los retiraran durante la mañana para tener contacto casi en forma permanente; se quedaba con las llaves de cada uno de los cuartos donde sus jugadores descansaban, a varios de ellos les tocó “sus partes íntimas” durante supuestos “masajes de relajación” e incluso habría intentado que le hicieran sexo oral.
Leyenda y realidad
Antes de todo eso, la leyenda de Patilla atravesó generaciones, atada al relato de víctimas poco visibles, en ámbitos con pocas ganas de descubrir lo que ocurría.
“Patilla” se había ido de Belgrano en el ’95, en medio de los mismos rumores que aludían a los abusos. Alfredo Iturri, que en ese momento era coordinador deportivo, decidió el relevo. Iturri ahora es presidente de la Liga Cultural de Fútbol y confirma que “hubo varios comentarios, sospechas, y ni bien tomamos conocimiento se lo apartó. Es cierto que nadie denunció nada, pero se tomó la decisión de que no continuara. En el ambiente del fútbol había varios comentarios, incluso personalmente tuve alguna historia de discusión con algún dirigente sobre este tema. Todos tenemos que hacer un mea culpa”.
“Patilla” también pasó por All Boys, el club más grande de la ciudad. Se fue, otra vez, en medio del ruido: lo apartaron de las inferiores cuando el que se hizo cargo del fútbol profesional fue Sergio Guerra. Guerra sabía bien el manejo de “Patilla” con los pibes, porque lo había tenido de DT y conocía de primera mano el relato de varios de sus compañeros.
Leandro Mata, exjugador de las inferiores de Mac Allister, sintió un cimbronazo cuando se conoció la noticia de la denuncia. Fue uno de los que había sufrido el clima varios años atrás, en la primera estadía de “Patilla” en el club del Colo. Contó públicamente, entonces, que durante un torneo en Neuquén también se desperdigó la sombra del abuso: “vos te aprovechaste, tocaste a uno y tocaste a todos”, publicó en su muro de Facebook.
Mata puede hablar más aliviado: es abogado, vive en La Plata, ya no se codea con los dolorosos fantasmas que en Santa Rosa todavía atragantan algunos relatos. Confirmó en Radio Kermés aquel testimonio: “El dolor fue tan grande que desde ahí sentí que la ingenuidad ya no existió en muchos de nosotros. Los rivales nos decían ’a ustedes los toca Patilla’”.
Tan instalado estaba el rumor que Mac Allister dice que nunca escuchó, que los comentarios se agigantaron hasta lo increíble y volvieron confusa la frontera entre mito y realidad.
Las décadas calladas
Nino Maldonado, preparador físico de fútbol, confirmó que esas costumbres eran de antigua data: “yo lo viví”. Aludió a cuando tenía 12 años, fines de la década del ’70, y pasó por las inferiores de Belgrano. Apenas un par de años después, se cruzarían los caminos de “Patilla” y del “Colo”: de una vez y para siempre.
“Hace por lo menos 40 años que este tipo abusa de menores y hace mucho tiempo que se sabe. Siempre lo dije. También el periodismo lo sabía y lo peor... ¡¡¡los padres de los niños!!! Espero que se termine de una buena vez esta historia”, agrega Maldonado.
Kruber siempre tuvo, además, un estilo que exigía antes que nada disciplina y obediencia. Ganar era un objetivo innegociable, aun cuando algunas malas artes tuvieran que disfrazarse de “picardía”. Siempre logró que los adolescentes a su cargo respondieran a sus órdenes y cautivó a unos cuantos padres que se vieron fascinados por ese perfil de rigurosidad, y convencidos de que ese era el camino al “éxito”.
“La fama cuesta”, repetía Patilla en los entrenamientos. Presionaba a los pibes para que pasaran mucho tiempo en grupo, para que llegaran temprano y para que se bañaran sí o sí en el club. Esa era una exigencia inevitable y él compartía el vestuario y hasta se bañaba con los pibes.
“Tenía locura por ver a los pibes desnudos”, resumió un padre en una carta que les envió a las autoridades del club All Boys cuando notó una desmedida obsesión del DT para que su hijo se duchara desnudo, a riesgo de perder su puesto en el equipo.
Otra bajada de línea era para cambiarse en la previa de un partido: los pibes recibían la orden de ponerse el pantalón como última prenda. Se vendaban, se ponían la camiseta y las medias, incluso los botines, y como último paso el pantalón. Había que vestir slip. Sí o sí.
Todas esas órdenes se disfrazaban como detalles que mejoraban el rendimiento deportivo (¿?) y estaban naturalizadas entre los jugadores de inferiores, entre los padres, en todo el club.
El silencio de los “inocentes”
Entre los pibes había preferidos y no tanto. Algunos eran mimados de Patilla. Recibían mejor trato, camisetas de regalo, botines y agasajos de distinto tipo. Se comentaba, en los clubes, que algunos tenían el privilegio de ir a compartir videos a su casa.
“El Pato” Mac Allister confesó ahora, después del escándalo, algunas de esas conductas: “El año pasado viene una mamá y me hizo un comentario de que ‘Patilla’ los había invitado a ver un video... Entonces lo agarré a ’Patilla’ y le dije: ‘Mirá, es la última vez que vos invitás a un chico a ver un video’. Él me dice que ‘no, porque vienen de a dos o de a tres’. ‘Ni de a uno, ni de a dos, ni de a tres... Vos querés ver un video, acá en el club tengo un plasma más grande que el de tu casa, en tu casa nada’”.
“En tu casa, nada”, redondeó El Pato Mac Allister, que es hermano, vive en la misma ciudad y tiene el mismo club que Colo, líder del PRO pampeano que dice que jamás escuchó “rumores”.
Cuarenta años pasaron desde los primeros relatos entre sollozos, testimonios invisibilizados, silencios temerosos o cómplices, hasta que una presentación en el Poder Judicial denunció formalmente un abuso.
Además del hecho puntual, el proceso alumbra sobre la violencia del tabú. Expone al DT, claro, y a los dirigentes que lo apañaron. Pero también al resto de la comunidad: a los colegas que miraron para otro lado, a los padres que no quisieron o no pudieron escuchar, a los medios de comunicación que fueron indiferentes.
Tres años antes de que se conociera la denuncia que hoy es noticia, Mauro Greco –profesional de las Ciencias de la Comunicación– tomó el caso Patilla para una ponencia que hizo foco sobre ese silencio social: “¿qué diferencia –con las diferencias del caso– existe entre este comportamiento social y la negación de la condición de represor de un represor conocido todavía no condenado? ¿Qué diferencias estructurales existen entre la negación de un secuestro, una tortura, una desaparición, y la (de) negación del abuso de un infante por un adulto? ¿Resulta imprescindible la escena judicial para otorgar status de hecho a lo hasta entonces considerado mero rumor? ¿No es precisamente bajo la forma del murmullo –del tartamudeo, de las palabras cortadas, del silencio– como quienes padecieron una vejación intentan contar lo sucedido?”.
(Foto: El Diario de La Pampa, de Santa Rosa)