Sobrevivir a la intemperie en tiempos de macrisis
Por Paula Carrizo
El 31 de agosto finalizó el Operativo Frío, política a través de la cual el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires pretende año tras año dar cuenta de que efectivamente aborda la situación de calle, repartiendo viandas y frazadas para paliar el invierno, a la par que consolida en el imaginario social la idea de que esta es una problemática de “estación”. Con una considerable falta de recursos denunciada por sus propios trabajadores (BAP), quienes decidieron renombrar al programa que lo lleva adelante como Buenos Aires Precarizado, la finalización de este operativo implicó el cierre de los dispositivos de alojamiento de emergencia emplazados, que contaron con un alto nivel de asistencia diario, así como el repliegue de los equipos territoriales de refuerzo para dar respuesta a las 7251 personas que actualmente sobreviven en las calles de la ciudad.
Dos meses atrás, el fallecimiento de Sergio Zacaríaz –vecino en situación de calle que murió congelado en el barrio de San Telmo– convulsionó a la sociedad, generando una oleada de acciones solidarias, campañas de donación, apertura de estadios y diversos tipos de instituciones para alojamiento de emergencia. La profunda crisis económica en la que estamos sumidos por decisión de un grupo de funcionarios dispuestos a dejar tras de sí un país en llamas vuelve a la posibilidad de quedar en la calle un riesgo certero e inminente para varios, tornando el “A vos también te puede pasar” en una consigna escalofriantemente tangible. Esto habilitó conmover ciertas estructuras y comenzar a adoptar colectivamente una actitud más empática y compasiva hacia la problemática. Muestra de ello es la cantidad de voluntarios y voluntarias que respondieron en este oportunidad al llamado para concretar el Segundo Censo Popular de Personas en Situación de Calle, posibilitando construir colectivamente ese 7251 final que hizo tambalear los intentos del gobierno por dibujar los números y subestimar la situación.
De todos modos, si bien se logró instalar transitoriamente en la agenda mediática la situación que padecen miles de vecinos y vecinas forzados a la exclusión en los últimos años, no fue suficiente para generar una respuesta acorde por parte de las autoridades pertinentes. La ministra de Desarrollo Humano y Hábitat, Guadalupe Tagliaferri, se empeñó en cuestionar la cifra arrojada por las organizaciones sociales, defendiendo el total de 1146 establecido por el conteo oficial y menospreciando la respuesta social desbordante al calificar como innecesario el abrir el estadio de River para alojar personas en un contexto de ola polar. Similar actitud adoptó el responsable de Atención Inmediata, Mariano Goyenechea, quien negó la falta de vacantes en los paradores así como las precarias condiciones de las instalaciones, además de responsabilizar a Zacaríaz por su propia muerte.
Ante este escenario, un colectivo conformado por vecinas y vecinos, organizaciones sociales, políticas y comunitarias, muchas de las cuales llevaron adelante el Segundo Censo Popular en abril pasado, decidieron convocar a una 2ª Jornada de Repudio y Visibilización de la Violencia hacia Personas en Situación de Calle, que tendrá lugar el sábado 7 de septiembre a las 11 h. En esta oportunidad, la concentración será en Av. Cabildo y Juramento, a metros de la zona en la que se emplaza el histórico Comedor de Barrancas, y donde se multiplicaron las denuncias respecto a las diversas violencias ejercidas sobre los vecinos y vecinas en calle en el último tiempo. Desde la organización No Tan Distintas, que acompaña mujeres, lesbianas, travestis y trans en situación de calle y/o vulnerabilidad social, destacaron la importancia de este tipo de iniciativas territoriales, que apuntan a recuperar el espacio público y reconstruir el tejido social fragmentado, a tejer lazos. “Es fundamental que los vecinos puedan participar, reconocer también a los compañeros y compañeras en calle como integrantes del barrio, lo cual los interpela y responsabiliza”.
El Comedor de Barrancas surgió por iniciativa de una Asamblea de Vecinos, constituida prácticamente en las turbulentas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Carlos Durañona, su referente, recuerda: “Por ese entonces proliferaban los carros de cartoneros que recalaban por la noche en Barrancas de Belgrano, a la espera del Tren Blanco, que llegaba después de las 22.30 h para llevarlos con sus pesadas cargas a distintas localidades de la zona norte. Siempre estuvimos debajo de un gomero gigantesco, que no tiene ramas, tiene brazos que se extienden a ras de la tierra, desafiando las leyes de gravedad y con esos brazos nos da apoyo y nos abraza. Si nos ofrecieran un salón para encontrarnos, lo desecharíamos. Ese es nuestro lugar. Sin paredes, sin puertas, sin techo, un comedor totalmente callejero, a la vista de todo el mundo, aunque para verlo, más que ojos, hay que tener corazón.”
Respecto a la situación actual, expresó: “Últimamente hemos notado una merma de las personas en situación de calle que se acercan al comedor, debido a la persecución de que son objeto en nuestro barrio por la Policía de la Ciudad y por bandas de matones que los golpean y expulsan de sus circunstanciales refugios”. El hecho más grave se registró el 26 de febrero de este año, cuando en un confuso episodio tal violencia se cobró la vida del "Zurdo" Héctor Ferreyra, un hombre en situación de calle. “A los pocos días, sucede un hecho similar al episodio viralizado de Mataderos que motivó la 1ª jornada de repudio, en el que un grupo de desconocidos arrojó líquido inflamable y le quemó los pies a otra persona que vivía en la calle. Esta persona falleció ayer, luego de permanecer internada en el Hospital Pirovano. Finalmente, hubo otro hecho demencial, producido por un policía que propinó una feroz patada en un ojo a una persona en situación de calle mientras dormía, en total estado de indefensión”, puntualizó Durañona.
En relación a la ola de violencia social e institucional, las organizaciones convocantes sentenciaron que “el discurso de criminalización de la pobreza, de odio, xenofobia, transfobia y racismo que permanentemente se reproduce desde las más altas esferas gubernamentales y los medios de comunicación, alienta este ensañamiento que, lejos de detenerse, se agrava y esparce por toda la ciudad: Vicente Ferrer, quien sufría demencia senil, fue asesinado por la seguridad del supermercado Coto de San Telmo por intentar llevarse algo de comida; a Jorge Gómez lo mató un policía de una patada por ‘negarse’ a despejar el tránsito en San Cristóbal. Les compañeres en situación de calle siempre sufren todo tipo de vejaciones; estos nuevos hechos de violencia contra les más vulnerables no son más que otra cara de la violencia institucional y social a la que se exponen todos los cuerpos pobres y en situaciones de indefensión.”
Las exigencias de este entramado colectivo son las mismas de siempre: el efectivo cumplimiento de la Ley 3706 de Protección y Garantía Integral de los Derechos de las Personas en Situación de Calle y en Riesgo a la Situación de Calle, sancionada en 2010, y la elaboración de políticas públicas integrales, que partan de un certero entendimiento de la complejidad de la problemática y habiliten recorridos de cuidado a través de los cuales las personas puedan paulatinamente recuperarse del arrasamiento que implica la experiencia de vida en calle para reconstruir proyectos de vida más vivibles. La situación de calle no es una problemática del invierno, ni producto y responsabilidad individual de la persona que la padece, así como tampoco es reducible a la falta de un techo. Es tan impensable poder abordar esta cuestión reduciendo la oferta de política pública a partir de estas creencias erróneas como revertir este escenario sin un cambio profundo en el rumbo de las políticas macroeconómicas que arrojan diariamente a miles al desempleo, el hambre, la exclusión y la desesperación.
Como bien sintetizó Silvia Bleichmar en aquel julio de 2001: “Todos los días miden el riesgo país con un cuidadoso cálculo que define si tendremos o no libreta sanitaria para seguir trabajando, para seguir siendo plausibles de generar ganancias sin riesgo de infección. Y cada día miles de argentinos pauperizados repetimos aterrados los índices que pueden arrojarnos a la calle, o permitirnos seguir viviendo con un costo cada vez mayor y una sensación de indignidad profunda. Este también es el ‘dolor país’: la imposibilidad de salir de la esterilidad condenada a la cual nos sentimos arrojados, de la cual sólo puede desatraparnos la convicción inexorable de que tenemos el derecho de recuperar los sueños que, como decía María Seoane, anidan en los pliegues del siglo XX, para darles una textura nueva que los haga compatibles con los tiempos que comienzan”.