A 15 años del asesinato de Ezequiel Demonty: “los asesinos federales”
Por Oscar Trotta*
A finales de 2001, mientras hacía mi guardia en la sala de pediatría del hospital Durand, conocí a Ezequiel, un pibe de la barriada humilde del bajo Flores.
Con 18 años y una sonrisa luminosa, se pasaba noches enteras junto a la cama de su hermano y amigo Lucas, quien padecía una leucemia que finalmente lo llevaría a la muerte.
Las noches de Ezequiel junto a Lucas transcurrían entre libros y apuntes de matemáticas y lengua de su embrollado cuarto año, que lo tenía como protagonista por segundo ciclo consecutivo.
Ezequiel se encargaba por las noches de los cuidados de Lucas, que durante el día hacía Dolly ( Dolores) la mamá de ambos.
Aunque eran hijos de distinto padre, a ambos los unía una mirada tierna y un desbordado fanatismo por Chicago, club al cual irían a ver no bien Lucas se recuperase de la quimioterapia que lo tenía a mal traer.
Una noche, mientras afuera la ciudad sudaba desconcierto, hartazgo y reuniones asamblearias en parque Del Centenario, donde la sociedad pedía que se vayan todos y que les devuelvan sus ahorros, en la televisión muda de la sala que ocupaba Lucas, unos ojos saltones incrustados en la cabeza calva del ministro Cavallo enmarcaban el zócalo del televisor solicitando esfuerzos solidarios de hambre y despojos.
Esa noche pude hablar con Ezequiel sobre sus proyectos y sus gustos. Quería seguir estudiando, quería un futuro, quería a su novia Jessica y quería tocar la guitarra. Esa noche, de madrugada, Lucas murió, Ezequiel lo tomaba de la mano.
Me encerré a completar la historia clínica de Lucas. "A las 4.50 hs. el paciente fallece", puse al cierre.
Cuando volví a la sala Ezequiel se había ido. No pude despedirlo.
Nueve meses después, el 22 de septiembre del 2002, encontré a Ezequiel, en las tapas de los diarios. Se había ahogado en el Riachuelo, bajo el puente Alsina, en Pompeya.
Lo habían torturado y asesinado cuatro policías federales obligándolo, a punta de pistola, a tirarse y nadar en la turbia espesura de la noche y el río. Lo mataron por negro, por pobre y por joven. Ezequiel iba a ser papá. David Ezequiel no llegó a conocerlo.
Ahora recuerdo la cara de la mujer que asomaba detrás del pelado de ojos saltones, en aquella televisión de la sala en diciembre del 2001. Era Patricia Bullrich, en ese entonces ministra de trabajo, hoy a cargo de los policías federales.
*Trotta era médico pediatra en el Hospital Durand al momento del hecho de violencia institucional.