"El Presidente se pone a la vanguardia de la reivindicación de formas extremas de violencia social"
Por Ileana Arduino*
Existe en la discusión mediática un crecimiento espiralado de maniqueísmos peligrosos para cualquier sociedad democrática. Racismo, odio de clase, misoginia, moralismos de toda laya, la buena gente y la mala gente, ellos y los otros, el chorro y el antichorro, el que mata y el que debe morir. Lo reticulan todo, hasta estrangular la circulación de ideas. Necesitamos debatir pero una condición irrenunciable es que cualquiera sea la resolución a la que se llegue, tiene que haber cabida para todos y todas. Al contrario, hoy se nos conmina a responder, como si fuera un juego bobo ¿y vos? ¿de qué lado estás? Ya no respecto de tal o cual política, sino respecto de la vida misma.
Llegamos hasta acá por una larga historia en la que las variables punitivas se han instalado y crecido sin que ninguna experiencia política haya decidido renunciar al riesgo de abusar de ellas. En esta escena, todo se agrava porque la proclama punitiva tiene como primera voz ni más ni menos que al Presidente de la Nación y su Ministra de Seguridad que, —como si no fuera parte del problema de la violencia en Argentina—, se pone a la vanguardia de la reivindicación de formas extremas de violencia social, por caso, personas matándose unas a otras. Debería preocuparnos vivir en una sociedad en la que la conducción política, lo único que nos propone democratizar en serio es la violencia letal. Esos avales más que explícitos a la ciudadanía Sheriff —como lúcidamente ha definido en su trabajo de lectura imprescindible sobre armas Darío Kosvosky— entrañan peligros ciertos de disolución social, tercerización de violencia mediante.
Tenemos que rechazar su consolidación hegemónica. Somos una sociedad en la que, aún con nuestras imperfecciones, hay elocuentes ejemplos de víctimas de delitos gravísimos que no sólo no han reclamado para sí venganza, sino que han ido más allá, politizaron la experiencia individual, comprendiendo las razones estructurales de las que su victimización fue una consecuencia, y sumándose a la lucha por las transformaciones en serio.
Históricamente, miles de víctimas de la dictadura cívico militar, no han realizado un solo hecho de venganza personal. Eso está ahí mostrando que podemos ostentar nobleza frente al conflicto, incluso frente al genocidio mismo. Una tradición que honran las miles de víctimas de personas torturadas en situación de encierro, los pibes de barriadas que a diario son humillados, amenazados, detenidos y cada tanto asesinados por policías de todo tipo, sin que nadie pueda reportar una sola venganza, ni siquiera cuando el derrotero de impunidades se sella con complicidad judicial.
Tampoco es cierto que no existan expresiones antagónicas a la venganza y la criminalidad por mano propia entre quienes son víctimas de delitos contra la propiedad. Incluso en casos con desenlaces fatales. Que no las conozcamos o que la masividad mediática no sea un beneficio que se le concede hasta el punto de negarlas como víctimas, nos plantea socialmente desafíos concretos o de mínima, preguntas.
Cada una de esas víctimas en su dolor puede expresar y decir, como le parezca, puede incluso pedir cosas que a los demás nos parezcan aberrantes, pero las obligaciones políticas y las nuestras como comunidad son muy distintas. Ojalá quienes sean que conduzcan los destinos del país se vieran más tentados a encontrar en esas experiencias claves, aliados para transformar la realidad, para mostrar cómo todos de un modo u otro estamos del lado del problema y que nadie sobra al momento de pensar soluciones. En lugar de malversar el legítimo dolor de otros y proponer en su nombre, con su aquiescencia, medidas que solo van a empeorar todo y reproducir nuevas víctimas.
Tampoco tenemos porque ser tímidos cuando, sin dejar de comprender que el dolor es una experiencia extrema, no acordamos con la respuesta que se demanda, ya sea porque la sabemos inútil o porque creemos que reducir violencia nos orienta mejor para resolver los conflictos. ¿Quién podría desconocer que es una experiencia indiscutiblemente horrorosa salir de un banco con un montón de dinero, embarazada, llena de proyectos, y ser baleada? ¿No es que serán políticas activas contra la no bancarización de las operaciones inmobiliarias, la eliminación de comisiones exorbitantes para que dejen de ilegalizarse operaciones comerciales, mejores prevenciones futuras que pedir la cabeza de ese joven en un país donde las condiciones estructurales aseguran su fácil reemplazo?
¿Cómo no va a espantarnos una mujer fusilada por el robo de una camioneta importada, hermosa, confortable, pero una camioneta al fin? ¿Dónde nos paramos cuando al encontrar la camioneta, las pericias indican que muchas de sus partes o repuestos habían pertenecido a autos robados antes? ¿Creemos que podemos mejorar si la política es la reproducción de bandas de pibes chorros constituidas en la sede de las comisarías, dispuestos a cualquier tropelía mientras puedan recaudar y no les toque pasar a disposición final por decisión del escuadrón policial de turno? ¿O es que mejor, nos paramos de mano en serio, frente a la connivencia política, policial y empresarial con los mercados ilegales?
Escapemos de los recortes con los que se delinea el contorno de “la víctima” amalgamados con la perentoriedad a colocarnos de un lado o del otro. Es una operación burda en la que algunos son reducidos, por un hecho o acto de una biografía plagada de complejidades como cualquier otra — aunque seguro más privilegiadas en privaciones de todo tipo—, a la bestialidad. Por carácter transitivo quienes nos negamos a esa reducción y las respuestas que desde ahí se fabrican, somos señalados como aval de las partes más horribles de esta historia.
La negación de lo humano mismo asegura una cosificación extrema, se nos impone asumir como una realidad dada el ellos o nosotros, extremando la diferencia hasta la supresión en lugar de pensar cómo desarmar o acortar esa distancia. Leía hace poco en el prólogo de un libro escrito por jóvenes privados de la libertad, bajo la coordinación de Alberto Sarlo que dice: “la mayor parte de la sociedad quiere que seamos cosas. Cosas débiles, ignorantes y vulnerables. Y cuando uno es débil, ignorante y vulnerable indefectiblemente dañará a quien lo rodea”.
Si es tan políticamente correcto, —porque ya nadie niega esas vulnerabilidades—, reconocer que ese es el derrotero previo, porqué luego nos conformamos con la parte en que descargamos violencia, para responsabilizar a algunos, en lugar de desmontar esa profusa fuente de producción de violencias varias que es la desigualdad? ¿Por qué no llegamos nunca a la parte en que eso se acompaña de exigencia y autoexigencia por muchas otras responsabilidades que emergen cada vez con más obviedad ante cada hecho delictivo? Eso sí sería actuar genuinamente en defensa propia.
En estos días, frente a hechos tan terribles, la dirigencia política insiste con los mismos caballitos de batalla de siempre: endurecimiento de las penas y las condiciones de encierro ¿Es que todos estamos dispuestos a confiar otra vez que el encierro en campos de concentración de la democracia, que es como regularmente funcionan las cárceles, cuánto más tiempo mejor, sin recursos ni sostenes que acompañen la experiencia una vez fuera, nos auguran un buen futuro? Sufrir se sufre ahí, mucho, se gesta odio, rencor seguro, hace frío en invierno y un calor aplastante en verano, salen gusanos en el cuerpo por heridas no atendidas, se pasa corriente con picanas o un cable a mano, se come engrudo, se mueren personas por tuberculosis, se quema la cabeza, se vive en guardia, de todo pasa, nada pero nada de eso evita el delito. Tampoco funcionan para la exigida reflexión, algo que sabe el Presidente cuando pidió la libertad del carnicero al que definió como un hombre de bien. No se favorece la reflexión, ni la resocialización ni ninguna re. Curiosamente la redistribución que es la re que sí deja ver resultados ante la violencia en otros lares, es la única re por la que en esta historia, en este momento, nadie aparece implorando.
Ayer hizo 16 años que Champonois, un asesino tan cobarde como recurrente de la policía bonaerense mató a Mariano Witis y a Darío Riquelme. Dos desconocidos, juntos repentinamente, porque el primero acababa de ser víctima de un robo que llevaba adelante el segundo. Bastó que interviniera el Estado para que los dos pasaran a ser fusilados. Ana María, la mamá de Darío, a quienes muchos considerarían bien muy bien muerto, se acercó a pedir perdón a la mamá de Mariano, Raquel Witis. Ellas lo cuentan en este reportaje que les hizo Luciana Peker en el suplemento las 12 del día 29 de agosto de 2003.
Aquí unos fragmentos:
P–Raquel, ¿a vos qué te pasó cuando se acercó Ana María? No es algo común que la mamá de un rehén se una con la mamá del ladrón que lo tomó por rehén...
R–Debo reconocer que a mí me costó un poquito más. Darío detonó un poco los hechos, pero el responsable de las muertes es Champonois, no hay otro responsable. Si la policía no hubiera intervenido lo más probable es que Darío estuviera en su casa y Mariano en la nuestra. Pero quienes debían haberlos protegido fueron quienes los fusilaron (…)
Ana María y Raquel no fuerzan su unión. No niegan los contrastes. La unión es tan clara como las grietas de dos vidas opuestas, dos realidades, dos Argentinas que viven paralelas hasta que la realidad las cruza, incluso, a la fuerza. A Ana María le tambalea la voz y Raquel la respalda: “Nosotros, antes de conocer a Ana María, siempre dijimos que ni Mariano ni Darío merecían ser fusilados. Si alguien cometió un delito debe ser detenido y recuperado para la sociedad, sobre todo cuando hablamos de jóvenes. ¿Nadie es recuperable? Todos somos recuperables si hay voluntad. La vida es una sola. No hay víctimas inocentes. Los dos son víctimas” (…).
Raquel: “La sociedad tiene que parar un poco y apoyar todo lo que lleve a la sanción adecuada, usando la ley, no la violencia. Y no tolerar más la impunidad” (…) “Estas pérdidas te desestructuran totalmente y te dan la posibilidad de construir bien”
El reportaje entero es una proclama política, leerlo es darnos una oportunidad. Pero hay tres ideas esclarecedoras: no es cómoda la complejidad ni comprender al otro, no es fácil resistirse a la forma simplificada de respuesta que significa el castigo frente al dolor, en segundo lugar, Raquel logra equilibrio, no niega la responsabilidad que le pueda atribuir a Darío cuando dice “un poco detonó los hechos”. La lucidez de ese “un poco” es central para comprender que, como señalé más arriba, hay distintas responsabilidades. Y por último un posicionamiento ético básico, fundante diría, socialmente indispensable: la vida es una sola.
Bien apunta la periodista, ellas vivían dos realidades opuestas, Raquel docente, Ana María empleada doméstica, Mariano universitario, Darío 16 años y con variadas detenciones. El acercamiento fue por el peor lado, la muerte. Un poco en estos días estamos igual, nos hablan de cerrar la grieta pero nos proponen medidas que se parecen mucho a cavar una fosa cada vez más grande.
Reivindicar estas vivencias y avanzar en las discusiones pendientes sobre el sistema policial, el manejo político, la falta de atención post-penitenciaria, la indolencia judicial frente a los intereses de las víctimas, son una oportunidad frente al abismo al que nos llevan quienes trabajan para encallar el debate. Ponerse del lado vital, tomar conciencia de la necesidad de que la tarea es dar vuelta todo, que es continua y enorme pero que alguna vez hay que empezar. Nadie puede querer fosas, con reglas claras, sin manipulaciones, seguramente acordemos que lo que hace falta es poder tender puentes.
*Abogada, con orientación en derecho penal, integrante de la "Comisión de Investigación de Violencia en los Territorios" y de la junta directiva de INECIP.