La marcha de los abrazos
Por Colectivo de Medios Populares*
El sol entibia este invierno atroz. Son las 16 y el Congreso es testigo de una nueva marcha que nacerá hacia la Plaza de Mayo. Pero no será una marcha más. Ver la cabecera ya denota varias particularidades difíciles de ver en otras situaciones similares. La primera línea es bien ancha. Va de vereda a vereda. Es horizontal. Nadie se aprieta contra la otra para que no la dejen atrás. Todo lo contrario; hay alguien, siempre, que abraza a la de al lado y la coloca a la par. Eso hace Roxana Cainzos, la mamá de Nehuen Rodríguez, con Ivonne, la madre de Juan Pablo Kukoc, el joven al que mató el nuevo héroe de la mano dura: el policía Luis Oscar Chocobar, que volvió a sus funciones la semana pasada. Ivonne apenas habla. Está viviendo su primera vez con otras mamás desesperadas, tristes y alegres a la vez.
Son todas mujeres, apenas interrumpidas por algún papá. No es que no haya padres en la marcha, solo que están en otro lugar. La primera línea es de ellas, porque son las que nos trajeron hasta acá. Las que alzaron sus voces. Van a encender sus gargantas. Van a reventar el cuello a grito puro. Llorarán y sonreirán al mismo tiempo, formando en sus rostros un arcoíris donde convivan los colores más grises y los más esperanzadores.
Vienen trabajando para que esta marcha sea posible desde hace mucho. Varios meses les llevó poder organizar a pulmón todos los imponderables que hay que pensar antes de lanzarse a la calle. Saben que es un lugar de encuentro donde tantas otras madres y familiares podrán contar por primera vez su caso. Esa fuerza de la unidad las moviliza para semana tras semana juntarse, armar una rifa, contactar a medios, a organizaciones, a quienes puedan darles una mano. Saben que lo principal es que son ellas las que van a bancar la parada, las que irán al frente sin que nadie pueda arrogarse un lugar de privilegio en esta lucha.
No lo hacen movidas por el ego o el reconocimiento, sino por un sentimiento más profundo y duradero, que las arrasó desde el día en que supieron del asesinato de sus hijas y sus hijos: el dolor. Ese llanto compartido, que las hermana, tanto en las casas como en las marchas, como en este escenario instalado frente a una Casa Rosada enrejada y lejana. “Yo pensé que era la única que sufría esto y hoy me enteré de tantas que pasan por lo mismo”, dirá una madre abatida, pero fortalecida al mismo tiempo por estas hermanas de lucha que le han nacido. “No sabía que eran tantos, voy a luchar por mi hermano y por todos”, se escuchará de la boca de un hermano que recién llega a este camino y que ya se siente parte de una perdida que se vuelve colectiva.
“Siento el dolor, como el del parto con que lo traje al mundo”, dirá otra madre ya moldeada por la lucha, que será sostén en el escenario para otras que por primera vez han venido. Esos cuerpos se mezclan, abrazan, besan, palmean, gestos de un amor fraterno que invade esta marcha, tan distinta a todas las que hayamos transitado. Aquí no hay jetones ni discursos moldeados, ni separación partidaria ni gritos que tapen voces. Esta cofradía se ha unido en la búsqueda de justicia, intentando que no haya ni un pibe ni una piba menos a manos de las fuerzas represivas. Sí hay algunas que se han puesto la movida a los hombros; y otras, como Mónica Alegre, la mamá de Luciano Arrruga, que ocupan un lugar de cierta antigüedad en la referencia que no les impide agradecer a quienes cumplieron el rol de organizarse y luchar para que otras madres no pasen por este infierno que el Estado les ha impuesto. Igual que aquellas otras Madres que durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica salieron a la Plaza a denunciar el genocidio. Nora Cortiñas se hará presente y unirá en un solo grito a las/os 30000 con las/os más de 5000 que han muerto merced al “gatillo fácil” desde la recuperación de una democracia que no deja de ser cruel e insuficiente. Junto al grito final tres veces repetido de “¡Venceremos!”, que no hace más que rejuvenecer a la mujer de pañuelo blanco que viene en silla de ruedas directo del Hospital Posadas, donde fue a atenderse pero a la vez a solidarizarse con los/las trabajadoras, a seguir luchando. Su ejemplo se engrandece tanto, como para llenar de fuego el alma de estas madres y familiares que hoy piden por las víctimas de este genocidio silencioso y extraoficial. Por eso Emilia Vasallo no duda en bajarse del escenario para alcanzarle el micrófono, para abrazarla, quizá para preguntarle cómo se hace para ser como ella, y a la vez sobrevivir a la ausencia de un hijo. Siempre arranca sonrisas Norita. Siempre.
De Isabel, la madre de los Jones Huala, a Alberto, el padre de Darío Santillán, de la madre de Sebastián Bordón, al hermano del “Bocha” Rego, las historias se entrecruzan en este escenario popular, logrado a pulmón, sostenido por la militancia, con plena y orgullosa autogestión, como bien aclaró alguna madre a su turno. No queda familiar sin pasar, sin hacer escuchar su voz, sin compartir su historia. Van a hablar todas las que se animen. Y alguna que no, pero que será animada oportunamente. Será quizás la primera o la vigésima vez que nombre a quien las fuerzas represivas han asesinado. Sabe que esta vez es diferente, que este espacio lo han conquistado ellas y ellos, que nadie les regaló nada y que deben estar más unidas/os que nunca. Que su voz quizás le sirva a esa madre que aún no habla, a la que le cuesta no romper en llanto, para aprender juntas cómo se transita este camino.
Esta noche volverán a sus casas, felices por la batalla ganada, por esa trompada que le han asestado hoy al Estado. En esa unidad encuentran la fuerza para sobrellevar el vacío que les han impuesto y que nadie podrá ocultar. Son tantas y tantos los que faltan. Esas pibas y esos pibes están presentes. Las balas que los mataron no consiguieron extinguir la memoria colectiva.
Pasadas las 21 leerán un documento. No lo hará una, sino muchas pasándose el micrófono de mano en mano. Allí dirán algo más que cada historia particular. Unirán los pedazos de cristales en los que estallaron sus corazones cada vez y los cargarán de sentido político. Gritarán por milésima vez que el Estado es responsable. Se sentirán más fuertes, quizás invencibles, y volverán a sus hogares para reencontrarse con la ausencia. Mientras tanto, en el viaje, seguirán pellizcándose unas a otras para comprobar que cuando están juntas, la pesadilla no se va, pero se hace más soportable. Todos los pibes y las pibas asesinados por el Estado. Presentes. Ahora y siempre.
*Radio Gráfica, FM Riachuelo, La Retaguardia, Sur Capitalino, FM La Caterva, Agencia Paco Urondo.