Parapoliciales: las tres P
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
La realidad va muy rápida, sobre todo cuando se quieren modificar los umbrales de tolerancia. Me gustaría hacer referencia a dos noticias que circularon estos días. Dos noticias que son un ejemplo de cómo opera la prensa local cuando quiere poner las cosas en lugares cada vez más difíciles, empujando a la realidad hasta que se parezca a la verdad donde los periodistas fueron entrenados, hasta que la noticia encaje en sus prejuicios, se acomode a los valores de los funcionarios y los intereses de las empresas que pagan puntualmente sus salarios y prometen proyectos profesionales exitosos.
Ya sabemos que las agendas de los grandes medios no son inocentes, que el periodismo empresarial tiene la capacidad no sólo de instalar temas sino de asociarnos a una perspectiva emotiva para mirar esos temas. Sabemos también que para este periodismo la noticia no es que el perro muerde al hombre sino el hombre que mastica al perro. Y sabemos, por último, que esta última noticia si no se tiene se inventa. No es el caso de las dos noticias sobre las que quiero volver ahora. Dos noticias que sugieren una íntima y nunca declarada fraternidad entre el periodismo empresarial y la represión policial en sus múltiples formas. Una solidaridad que no viene por añadidura, que no es el mero reflejo de los intereses de la economía que financian esas empresas y pagan los honorarios de todos, sino el resultado de la sobre-identificación de los periodistas, reporteros gráficos y editores, no solo con los valores de aquellas empresas sino con los valores de la policía y las intenciones veladas y manifiestas del funcionariado. Un periodismo parapolicial, es decir, un periodismo que gira casi exclusivamente alrededor de las fuentes policiales, que hace periodismo llamando por teléfono a la comisaría, que avanza en las movilizaciones detrás del cordón policial, que cuida las espaldas de los policías cuando no repregunta, que habla con el lenguaje forense, que nunca cuestiona la versión policial de los hechos, que se infiltra en las villas y confunde la información con la delación, un periodismo que ceba a la opinión pública deseosa de mano dura, que aplaude la demagogia punitiva.
Los hechos preferidos del periodismo parapolicial suelen ser hechos excepcionales. Hechos aislados que serán tratados con un dispositivo de normalización a través de los cuales se los inscriben en una serie que luego les permitirá generalizarlos súbitamente hasta que lo extraordinario se vuelve cada vez más ordinario. Un dispositivo que está hecho de clises, sensacionalismo, truculencia, manipulación
del dolor de la víctima, miedos, estigmatización, resentimiento, pereza laboral, modorra teórica y mucho, pero mucho, autobombo. Un periodismo, esta visto y oído, que tiene la capacidad de enloquecer a su audiencia. Basta leer los comentarios de los lectores a las noticias que escribe o los llamados de los oyentes que luego son usados como separadores radiales, para darnos cuenta su pericia para activar las pasiones punitivas. Una hinchada que le dice al periodista lo que este quiere escuchar. Un periodista que sabe interpelar a su hinchada para sacar de ella las emociones más profundas y abyectas. Un periodismo emotivo, que trabaja con las emociones, que sabe manipular emociones. Un periodismo que no solo no deja pensar sino que tiende a descalificar las críticas, que reemplaza las argumentaciones lógicas con consignas efectistas. Un periodismo que confunde la velocidad con el conocimiento. Lo importante no es pensar sino llegar primero, estar ahí, picaneando a la víctima, escrachando al resto.
La primera noticia que quiero compartir nos llegaba desde Chile. En ella se veía al Presidente Sebastián Piñera justificando un caso de gatillo fácil, amparando la violencia letal. El caso tuvo lugar cuando un ciudadano chileno se negaba a bajar de un auto, en un procedimiento que consideraba injusto. La persona se resiste y mientras discute con el agente de seguridad va filmando la escena que se interrumpe después de los dos tiros que le pega el Carabinero. El Carabinero no dudo un instante: en vez de disparar a un neumático, apuntó al pecho del chofer. Las imágenes, que también circularon por todos lados, son impresionantes, pero más impresionantes la justificación a la doctrina Chocobar chilena. Dijo el mandatario: “Nadie tiene derecho a oponerse a un control legítimo de Carabineros, ni mucho menos pretender atropellarlos con su automóvil. Llegó la hora que todos aprendan a respetarlos, porque arriesgan sus vidas por proteger las nuestras.”
La segunda noticia es fresquita y llega desde Brasil, pero remite a otra noticia que fue propalada por los medios meses atrás: Esta noticia, que viene con la victoria de Bolsonaro, es la siguiente: Resulta que una mujer policía de Sao Paulo, Katia Sastre, fue electa diputada por el Partido Republicano. Al parecer la candidata hizo campaña con un caso de gatillo fácil que la tuvo como protagonista, y que fue muy festejado por los medios locales a partir de la difusión de imágenes tomadas por una cámara de seguridad. En ese video se vía a Sastre, vestida de civil, desenfundando su pistola para abatir a una persona que intentaba robar a otra, en la puerta de una escuela, una persona que se encontraba a menos de dos metros de distancia.
Las dos noticias se propalaron rápidamente en los medios locales. Se podría argüir que el periodista estaba limitándose a reproducir los hechos tal como fueron presentados en la prensa de aquellos países. No había necesidad de cuestionar nada porque se trataba de hechos ajenos. Pero las dos noticias tenían un costado local, argentinísimo. Llegan detrás de Chocobar, detrás de los pibes que se cargó la doctrina Chocobar en la ciudad de Buenos Aires, en Chaco, Tucumán y Rio Negro. Se mira el resto del mundo con los problemas locales. Y los problemas del periodismo local es la conflictividad social. Más aún: la construcción de una legitimidad para la poner en caja aquellos conflictos sociales, para distraer a las audiencias a través de enemigos que construyen para poder destruirlos, ellos y las fuerzas policiales.
En sociedades vertebradas por los medios de comunicación, lo que los periodistas digan no pasará desapercibido. Tendemos a mirar la realidad con las operaciones del periodismo local. Por supuesto que no estamos negando los hechos y tampoco sugiriendo que estos no deban contarse. Digo que a la realidad no siempre es hija de la casualidad. A los hechos no los elige el azar sino el periodismo que decide levantar esos hechos. No digo tampoco que haya conspiración sino puro alcahueterío. No creo que los ministros de seguridad se reúnan o tengan necesidad de reunirse con los editores para escuchar las demandas de las empresas o al revés, que los funcionarios les reclamen a los periodistas una determinada cobertura. Estamos ante una militancia entusiasta y rentada dispuesta a decir lo que haya que decir a cambio de fama. Hace rato que los periodistas se pudieron la camiseta de la empresa. La familia periodística no tiene nada que envidiarle a la familia policial. Dos linajes que patean juntos. Quiero decir, el papel que antaño desempeñaron las Tres A, hoy día lo desempeña el periodismo: Las Tres P: Periodismo Policial Punitivo. Una alianza antipibe, antimapuche, antiactivista, argentinísima. Un periodismo encargado de reclutar las adhesiones que necesita el gobierno de Cambiemos para criminalizar la pobreza y judicializar la protesta social. Un periodismo abocado a desplazar el centro de atención a través de la construcción de chivos expiatorios. Un periodismo empeñado en desplazar los conflictos sociales por cuestiones policiales hasta transformarlos en meros litigios judiciales. Un periodismo canalla y muy aplaudido.
*Docente e investigador de la UNQ. Autor de Temor y Control y La máquina de la inseguridad. Director del LESyC y miembro del CIAJ, organismo de ddhh de la ciudad de La Plata.