Acerca de Relatos Salvajes: ¿una ficción kirchnerista?
Por Conrado Yasenza*
Hace un par de semanas vi Relatos Salvajes. La disfruté intensamente. Mucho antes había escuchado en Radio Nacional un comentario de la película que realizó el periodista y poeta Martín Rodríguez, cuya argumentación se centraba en que como el menemato tuvo sus ficciones, Relatos Salvajes, de Damián Szifrón, constituía el film que mejor ficcionalizaba al kirchnerismo. Luego leí una nota suya escrita para la Revista Panamá (Kirchnerismo Salvaje) en donde ampliaba la idea.
Películas anteriores como las de Albertina Carri (Los rubios, 2003) y Santiago Mitre (El estudiante, 2011) podrían ser interpretadas como intentos de construcción de sentidos políticos que dejen constancia de una época, en un caso, desde el documental que reformula los postulados del documental político (Los rubios) y plantea el dilema de un pueblo que se busca pero que no está, y en otro, el de la ficción (El Estudiante) donde se retrata un universo acotado (el mundo de la rosca política en las disputas por espacios de poder dentro de las facultades) pero que simboliza ese pasaje necesario como trampolín que facilitará el salto a la vida política pero ya en el campo de los “grandes escenarios” nacionales. En todo caso se trataría de construir o ficcionalizar la idea de pueblo allí donde el pueblo no está. Deleuze escribió, con relación al debate cine político-cine moderno: “Resnais, los Straub, son innegablemente los más grandes cineastas políticos de Occidente en el cine moderno. Pero, curiosamente, no es por la presencia del pueblo, sino, al contrario, porque saben mostrar que el pueblo es lo que falta, lo que no está.”
Quizá la ficcionalización de esa ausencia, de aquello que falta, sea el hilo conductor de la serie de historias – que comienzan y concluyen – a través de las cuales Szifrón nos acerca al abismo de la crispación contenida en los pequeños y cotidianos actos de “la gente”, de ese pueblo que falta o que se debate en la simplificación binaria de un espíritu de época que busca consolidar un sujeto histórico movilizado, organizado y en estado de alerta.
Pero así y todo, no logro, quizás por la invisibilización de los bordes en las costuras entre cine y política en estos tiempos, unir la idea que desarrolla Martín Rodríguez sobre la noción referida anteriormente: la película hace kirchnerismo, describe una época, ficcionaliza el relato kirchnerista. No logro interpretar cómo la ficción interpela y representa un clima de época en el que un ordenamiento político nos desea infelices, desmembrados, quebrados o intensos. No logro establecer los puentes entre la tensión salvaje de seres que han sido humillados, vulnerados, estigmatizados o engañados en sus universos personales, con la construcción de una épica que hace de la memoria y de la pertenencia a una organicidad político- partidaria, la apelación rememorativa a aquel pueblo organizado y militante, como lo ha propuesto el kirchnerismo. Tal vez se pueda avizorar algo de ello en la extrema tensión que viven los personajes de la historia representada por Leonardo Sbaraglia, ese personaje típicamente menemista que verbaliza desde su superioridad económica el arquetipo de la crispación, el “negro de mierda”
Pero vuelvo al comentario y posterior nota de Martín Rodríguez ¿Se refiere Martín al clima social que remite a la tipificación cuasi sociológica de crispación, de clima de tensión social en medios, en discusiones, familias, amistades? Digamos, ¿la micro-crispación cotidiana que se fogonea desde medios y estructuras políticas?
¿Se refiere a una suerte de violencia contenida ante las contradicciones aparentemente solapadas entre clases/capas que se inflama ante la cercanía del más tenue calor conversacional? No logro progresar en la idea de un Estado energúmeno que imita las conductas de jacobinos invocando su derecho a un día de furia
Ahora, lo que sí pude ver (lo expreso con humildad, tratando de entender una muy interesante idea) en la narración, es cómo flota esa latencia que hace chocar de frente los intentos de promover una organicidad política donde El Estado y sus herramientas provoquen a los individuos a la resolución de conflictos que el mismo Estado propone como desafíos colectivos.
En cuanto a un Estado energúmeno me parece hasta lineal la crítica al Gobierno de la Ciudad, y allí lo que quería decir antes: Veo cómo en la película se respira la latencia de la que hablaba, es decir, creemos que hemos dejado atrás los 90, con su individualismo y crítica a un Estado elefantiásico y agresor, pero los aires neoliberales están allí nomás, a la vuelta de la esquina, en un cordón despintado, en una cola para pagar multas donde la gente se queja porque quien reclama lo justo les hace perder tiempo; donde hay que relajarse para no infartarse y disfrutar de los nietos o viajar en un yate por el mundo; el menemismo que se avizora en una fiesta que termina como terminó el 2001. En ese sentido es que veo la película como más cercana, y forzando la interpretación de una película y un director que no sé si se propone lo que aquí se analiza, a una crítica a los años del individualismo extremo y la fiesta que se sabía ficción.
Allí sí lo intenso, lo salvaje, lo desmembrado; la acción individual sobre la resolución colectiva. Una alarma que suena y no nos deja seguir en el sueño aletargado por el cual creemos que los noventa, el neolineralismo y su ferocidad, su salvajismo, han sido dejados atrás. ¡Un alerta! Y allí el desafío hacia el kirchnerismo, es decir, la intensa labor de persuadir para lograr la consolidación y profundización de un proyecto político que busca, no sin contradicciones, un Zeitgeist aún dentro de los límites del capitalismo y su versión salvaje, la globalización financiera.
En cuanto a la película en sí misma, como lo dije al comenzar esta columna, la disfruté con intensidad. También disfruté, hace años, El Fondo del mar, ópera prima de Szifrón (qué loco, un relato kirchnerista que aludía a en dónde nos encontrábamos en el 2003 y que ligaba con ese cine de vanguardia con pocos espectadores a la vez).
Tal vez el cruce de interpretaciones nos ofrezca la posibilidad de pensar cómo se ficcionaliza la voz de la justicia y la verdad, la del autoritarismo y la complicidad con el poder; la voz individual con la colectiva.
*Periodista. Director de la Revista La Tecl@Eñe