Ariel González: la escritura como forma de superar una adicción
Su cuerpo rebosa de historias y anécdotas, todas de fortaleza. Ariel superó una adicción. Su metodología: la escritura. Abandonar el consumo de paco fue la decisión que examina cómo rebeldía, la que le cambió la vida para siempre.
“Esto no lo voy a dejar nunca: es más fácil bajar la luna del cielo que dejar de fumar paco”, le dijo Ariel González a su madre, en uno de los momentos más delicados de su consumo. Tiene treinta y cinco años y dos libros publicados de su autoría, ya abandonó el consumo para siempre.
Transcurre el mediodía de un miércoles, soleado, Ariel propuso la casa de su abuela en Villa Itatí para realizar el encuentro. En sus ojos se destaca un brillo particular, como una esperanza que no se agota jamás. Sus expresiones transmiten una alegría tranquila, natural. Su contextura física es pequeña, como si el crecimiento de sus huesos se hubiera pausado en algún momento de su vida. Su abuela me recibe, rebalsa de entusiasmo. Su casa está impoluta, reluciente, seguro me estuvo esperando desde muy temprano. Sobre la mesa de la cocina, hay un mantel de tela estampado con diferentes frutas. Lo único apoyado sobre ella es una frutera plástica verde muy noventosa, que contiene algún que otro cítrico de estación. Las sillas están arrimadas minuciosamente a los bordes de la mesa. Una única lámpara blanca de bajo consumo, alumbra la escena, donde la luz del sol no llega. No estamos a oscuras, porque está Ariel, luminoso y despejado. La abuela, contenta y predispuesta a brindar comodidades, sale del ambiente para darnos algo de privacidad.
Su cuerpo rebosa de historias y anécdotas, todas de superación. Considera que los consumidores de paco llevan el alma colgando, y va en contra de la solución que los psicólogos especialistas en adicción, sugieren para calmar la ansiedad: consumir membrillo. Abandonar el consumo fue la decisión que examina cómo rebeldía; la que le cambió la vida para siempre. “El otro día una de mis sobrinas dice: ¡miren la luna está ahí abajo! ¡Esa la bajé yo! les dije”.
Ariel tiene la capacidad de predecir el futuro. No porque tenga un don especial, sino porque en el barrio hay sucesos que lo marcaron. Escribe sobre lo que conoce, sobre las experiencias que transitó y las personas que conoció. En su escritura funciona como un mágico vaticinador: escribe -y describe- conductas o hechos, y terminan sucediendo en el futuro. “Yo no veo el futuro, lo olfateo”. Considera que los problemas se solucionan en el territorio, por eso escribe desde su lugar de poeta villero. En un reportaje que dio para Seres Libres, -el programa televisivo conducido por Gastón Pauls- comenta: “La única manera de limpiar mi cabeza era metiendo esas poesías mías”. El primer libro que publicó, llamado “Yo soy Ariel”, lo escribió junto a su madre y a alguien muy importante para para él: el padre Ángel Tissot, un sacerdote salesiano. Con él crearon una metodología para replicar en otros consumidores, la idea de la escalera: se trata de ascender progresivamente hasta llegar a una cima porque -si se bajan, se bajan sabiendo que después tienen que volver a subir esa montaña tan alta. ¿Sabes todo lo que te costó llegar hasta arriba? ¿Por qué no llegás de una vez y pegás el campanazo? -. Ariel les habla mucho a los adictos, intenta iluminarlos, sacarlos del consumo, recuperarlos a través de la motivación a escribir y así sanar: abrirles los ojos para que salven sus vidas, y curar las heridas del barrio donde creció.
Con el Padre Ángel crearon un espacio de contención para adictos en su barrio: “La casita” en la Villa Itatí. Tenían (en el pasado, porque diferentes políticas locales decidieron cerrarlo) animales a cargo, una chimenea de chapa para cocinar y una huerta, que llevaban a cabo para ayudar y contener a los consumidores. En una chapa Ariel plasmó una frase que redactó y el padre se encargó de pintar bien grande: “Nada se convierte en mucho”. -Los vecinos del barrio entraban y sentían como un espíritu que había ahí adentro-. Para Ariel en ese espacio sucedían milagros: los milagros son cosas sencillas, no ganarte la lotería. Él considera al Padre como un rebelde, por su potencia, su capacidad: “si no hay rebeldía no hay revolución”.
APU: ¿Qué rol tiene tu mamá en tu vida? En tus libros la nombrás mucho, decís que ella te seguía como una sombra…
-Yo la entiendo mucho a mi vieja. Ella laburó y estudió siempre, nunca fue una mala madre. No sabía que yo consumía. Siempre descuidó lo propio para darle a los demás… Mi mamá es lo más grande. Yo a los quince años tocaba timbre en las casas que ya me conocían, salía a pedir algo para comer, una fruta, lo que sea. Con la plata que conseguía iba a comprar cosas para cocinar, hasta que me empecé a juntar con gente que además de enseñarme a cocinar, me enseñaron la droga. No solo aprendí a cocinar, aprendí a “cocinar” pero como el Pity (Álvarez)... (risas)…. No te podés meter en la cabeza de un pibe de quince años…
Ariel no se daba cuenta, pero en su preadolescencia, se percibía como un zombi. No tenía tiempo, no entendía los pasatiempos que atraviesan las infancias: jugar a la bolita, al fútbol. -Hoy queremos jugar a la pelota, a veces somos más chicos que los chicos…
APU: En general, ¿Cómo estás hoy?
-Hubo una época donde el paco me doblaba el brazo, le tuve mucho resentimiento. Aunque yo le escribía, iba a hablar con cualquiera, hablaba pestes del paco e igualmente no me soltaba. Hoy llevo más de diez años sin consumir. Yo veía cómo los pibes se lastimaban cuando consumían y no me pasaba nada. Ahora los veo y me dan ganas de llorar. No sé cómo alguien puede andar así, encima yo andaba peor… La vida de ahora es ir aprendiendo, la de vivir sin el paco…
En su segundo libro “Yo soy Ariel 2” expone: “Me pasó de tenerle miedo a un pasillo donde consumí por mucho tiempo: hice de tripa corazón, tomé coraje y pasé. Descubrí que en ese momento pude construir una de mis primeras herramientas: enfrentar la realidad.”
Ariel hoy vive de hacer changas. Se asume prolijo para la construcción, y también en la poda de árboles, dice que aprovecha su contextura pequeña para colgarse de las ramas. Es hincha de Quilmes Atlético Club y tiene cinco hijos: Marley, Bahiano, Iara, Chanela y Kevin. Antes de la entrevista, Ariel estaba con Bahiano, que andaba en bicicleta por las calles de ripio. Bahiano tiene cinco años, y unos inocentes rulos dorados. Su padre dice que le gustaba ese nombre, y también por los brasileños. Después nombró a otra hija, Marley Valentina: no es casual la elección: cuando ponía Bob Marley se movía en la panza. Era increíble. Y cuando nació, Ariel, escuchaba las canciones del músico jamaiquino; y -algo así como un hechizo- todos sus hijos se quedaban dormidos. Ariel es fanático de Bob Marley. Relata- Le tuvieron que pegar un tiro para arar la revolución y la hizo. Yo no escuché ningún tema de Bob Marley que hable de porro. Ninguno habla de porro, todo el discurso de él dice: despiértense, fíjense atrás y adelante…
Le encanta tocar la guitarra, aunque la reverberación de la misma, le provoca un extraño dolor de cabeza. Practicó por mucho tiempo el instrumento, aunque ahora le es imposible escuchar un acorde. También dejó de escuchar cumbia cuando se encontró con el rock nacional, se vió reflejado en un tema de Callejeros -aunque no sea fanático-: “Una noche fría”. La canción recita: Vacío como el sueño de una gorra lleno de nada / sin saber dónde ir. Los momentos más oscuros de su vida -que atravesó durante más de una década- fueron bajo el consumo de paco. La letra de la canción que escribió Fontanet, hace retroceder a Ariel a las situaciones más oscuras que vivió. Verse reflejado en artistas que vivieron sus mismas pesadillas: dormir en la calle debajo de la lluvia, o robar para poder comprar estupefacientes. Pero un día, empezó a llamar a la abstinencia, pero no saciaba su hambre. Su fortaleza fue permanente y constante, las consecuencias: cada vez peores. Ariel dice que se adelantaba al problema, para encontrarse con la vida. “La poesía era un escudo que no dejaba que entre la abstinencia”. Ninguna terapia alternativa logró superar el hábito de consumo de Ariel. La escritura para él fue un arcoíris en medio de la oscuridad.
En su segunda publicación expone: “Para poder sobrevivir tuve que hacerme de una caja grande y construir mis propias herramientas. Llamo herramientas a los aprendizajes que fueron surgiendo en el camino. Las guardo en la caja de mi memoria y las uso cuando las necesito.”
Ariel hace una crítica muy despierta a los centros de rehabilitación, los psicólogos y el SEDRONAR: -Yo fui muchas veces a centros donde hay profesionales y le decían a mi mamá que compre dulce de membrillo para bajar la ansiedad y no en ese momento -aclara-, pero hoy en día digo, pero la puta madre, estoy fumando paco boludo, ¿y la vas a mandar a mi vieja a comprar membrillo? ¿Para eso estudiaste? ¿Cómo hicieron para que flote un avión? ¿Y vos estás estudiando adicciones y mandas a la gente a comer membrillo?
Ariel critica, pero no desestima. Su historia personal desemboca en fortaleza individual, en autosuperación. La escritura lo ayudó a conocer su lado más oscuro, y luchar contra su adicción. Hoy conversa sin tapujos, piensa las respuestas con el corazón mientras te mira a los ojos, y sonríe. Ariel González abraza las heridas que aún hoy están cicatrizando, las que él mismo se encargó de tratar. “Y mientras los transas se llenan los bolsillos, estoy acá tratando de contar mi historia, para mostrar cómo pude salir de este infierno que es el consumo del paco…”
Con el Padre Ángel crearon un espacio de contención para adictos en su barrio: “La casita” en la Villa Itatí.