Banda de sonido
Por Natalia Carrizo
Mi amor por Los Redondos tiene larga data, pero cuando después del fin llegaron los discos del Indio, la expansión de ese amor fue brutal, meticulosa, poro por poro. Admiración: el tipo nunca dejó de buscarse, no se tentó a la mecánica coja de repetirse, de apoltronarse en la pose fácil del rock. La etapa posterior de su obra me da un deleite infinito; es como sacar la sortija en la calesita cuando sos hijo de la dictadura y en medio de tu infancia de hiperinflación a nadie se le ocurría comprarte dos fichas para darse al juego. El año pasado mientras escribía y compilaba, volví a escuchar todos los discos y otras joyas piratas; en orden, desordenados, dando abrigo al tiempo o al caos, jugando al azar. En realidad, no estaba oyendo música simplemente, estaba compilando la obra poética de Solari en modo canción (la poesía lírica y sonora, imposibles de escindir); hundida a fondo en su brebaje de lenguajes, usando una ventana de telón de fondo al escenario imposible y a la vez, inevitable.
La voz poética no le pertenece al escritor-compositor (o sí), pero es un derecho del lector-oyente, siempre. Hallarse en la metáfora de Solari, y quizá amasarla, moldearla, apropiarla, es algo que hice desde que me encontré con sus canciones décadas atrás. Así no se constituyen interpretaciones erróneas, son más bien apropiaciones de sentido. Y no hablo de despojar a la obra del autor, sino de la experiencia privada e íntima con que el autor se dio a una frase o a un verso, para anidar la experiencia íntima de la escucha. Él fue desandando algo de sus canciones en estas memorias que, como reza su título, probablemente mienten un poco; pero ni así pudo separarlas de la reinterpretación constante y contextual que tuvieron, tienen y tendrán para mí; siempre distintas. Lo que quiero decir es que cuando la poesía es verdad, no importa qué la disparó, ya es plomo que vuela. Poesía magia, lo dicho no es de nadie, o de todos (en el sentido más individualista del término: de cada quien).
Siempre me pareció que él escribía empuñando la voz del condenado, pero no me refiero a la voz de Los Condenados, o a sus lamentos; hablo de la voz de otro tipo de condenado, del que está condenado a ver, no solo los personajes, sino los hilos que tramoyan una parte de la historia de la que se nutre; del que tiene la inteligencia de transformar su condena en otra cosa. Me enamora esa visión, una forma de empatarle a la naturaleza y al sistema sin rendirse a ser lo que no se es. Quizá en eso me referencié un poco, a mí no me tocó nacer en la misera que me revienta los ojos, que me empuja a la pluma; con todas mis penas y faltas, entiendo que pertenezco a ese selecto grupo que al que no le faltó un plato de comida en las tripas de la infancia. Pero citando un pasaje que encontré en Recuerdos que mienten un poco: “Siempre pienso que uno está atado al oído y los sentimientos del momento histórico que le toca transmitir. Yo no sé cómo sería si me hubiese tocado vivir en un momento histórico de leyes paradisíacas, de bonanza, honestidad y dignidad. ¿De qué escribiría? Me ha tocado escribir toda la vida, por temperamento, contra el poder establecido, contra las costumbres, contra la Iglesia…”
Escribir con sus poemas sonando, habitando lo inhóspito con un humor de hospicio, se sintió como un acceso al disturbio, a un NO categórico, a un YO afirmado, a ese empate que era justo lo que necesitaba. No traté de desandar el estilo o devorarle las palabras; simplemente dejé que hagan en mí eso que siempre hicieron: ruido despertador, una bienhechora risa malévola, semilla. Y cuando me fui quedando alguna de sus frases para cerrar mis textos, tampoco busqué hacerle honor a su contexto ni dar con la interpretación original, simplemente dejé las palabras resonándome dentro, diciendo otra cosa, algo de mí, rebotando en su música infinita.
Para explicar a Solari ya está Solari. El encuentro con sus memorias vivas, después de tanta braceada y naufragio en las fauces de sus creaciones, me parece exquisito, necesario. Lo que me pasa a mí con su obra es inexplicable; no se puede explicar el amor sin denigrarlo. Solo sé, que inocente o no, su música poética es mi tesoro, un tesoro de búsquedas, un tesoro de placeres oscuros. Este libro de conversaciones es un regalo en el fondo del cofre, un juguete hallado, una forma de dar con el hombre sobre el que se cuece el mito. Igual el mito perdura, resiste, se eterniza, se olvida del olvido... Si no hay Solari, que no haya nada. Desafilaría todas las tijeras, pero, aunque el tiempo haga sus tretas de maña parca vieja, como piel que no lo deja huir, su obra permanecerá perfumando nuestra tempestad.