Bofetada al gusto: un recorrido por la vanguardia ruso – soviética de 1912 a 1930
Por Juan Manuel Ciucci
Fragmento del prólogo de Juano Villafañe, Director Artístico del Centro Cultural de la Cooperación
“Qué podemos decir sobre las vanguardias artísticas del siglo XX que todavía no se haya dicho. Las relaciones del arte con la técnica, con el absurdo, con la física, con las dimensiones que juegan en un plano, las que juegan entre un plano y un volumen, la cuarta dimensión, las vanguardias asociadas al futuro, la producción moderna industrial, hasta lo más profundo de los campos subjetivos, todo estaba en discusión, todo estaba en juego. Las vanguardias, particularmente con la Revolución de Octubre, fueron a las búsquedas de las grandes transformaciones que producía la política, la Revolución se defendía también desde el arte y con el arte. La gran trasformación cultural era la propia Revolución, la gran ruptura epistemológica, los nuevos sentidos los ofrecía la Revolución. El hecho histórico extraordinario fue el gran encuentro entre las vanguardias artísticas y las vanguardias políticas. Las transformaciones en el arte no se realizaban ya sólo dentro de la modernización capitalista, el socialismo también transformaba el arte o el arte aportaba a la trasformación social, el socialismo se presentaba como una gran alternativa moderna frente a la otra modernización capitalista.
Pero el título elegido para este libro Bofetada al Gusto provoca volver sobre temas tan caros asociados a las transformaciones que proponían las vanguardias. Por eso resulta muy inteligente reconocer este título, pensando en que la historia del arte se asocia a dos movimientos: la historia del gusto y a la crítica del gusto. Una bofetada al gusto social es un manifiesto colectivo realizado en Moscú en 1912 por los futuristas rusos. Aborda justamente una crítica radical al gusto establecido y es muy explícito, además cuando dice: El pasado es estrecho. La Academia y Pushkin menos comprensibles que jeroglíficos. Puskin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, etcétera, deben ser tirados por la borda del vapor del Tiempo Presente. El acto irreverente será una de las condiciones de los manifiestos….”
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo surge el libro?
JUANO VILLAFAÑE: El libro surge producto de una exposición realizada en el CCC al cumplirse 100 años de la Revolución Rusa en 2017. Tanto Juan Pablo Pérez como Alberto Giudici, los curadores de aquella exposición y los compiladores del libro Bofetada al gusto propusieron a la Dirección del CCC que había materiales muy originales para editar. A ello se agregaba el deseo de volver a reconsiderar, luego de 100 años, el encuentro entre las vanguardias artísticas asociadas a la vanguardia política. Por cierto, que se ha teorizado mucho sobre aquella experiencia, pero cada época, cada aniversario, agrega naturalmente nuevos temas y nuevas reflexiones.
APU: En torno a los 100 años de la revolución se repensaron muchas de aquellas experiencias, ¿qué herencia creen que deja la vanguardia soviética?
JV: Yo creo en primer lugar que aquel encuentro entre las vanguardias, entre el arte y la política, entre la vida y la experimentación, fue de hecho un encuentro poético colectivo extraordinario. Todo estaba en juego: la política, el poder, las subjetividades sociales, las imágenes y la forma de hacer el arte y el lugar que los artistas e intelectuales tenían en la Revolución. Todas las vanguardias internacionales partían de manifiestos que de una u otra forma era irreverentes, iconoclastas o que acometían con el parricidio o que apostaban a tirar el pasado cultural y artístico por la borda. Bofetada al gusto como título del libro viene justamente de aquel manifiesto colectivo realizado en Moscú en 1912 por los futuristas rusos. Por otra parte, desde esa radicalidad se apostaba a la búsqueda de nuevos sentidos desde el arte, se asociaba que la propia Revolución era sin duda la gran generadora de nuevos sentidos, la propia Revolución significaba de hecho la gran ruptura epistemológica. Yo creo que las vanguardias y las rupturas con la tradición son las que de alguna forma indicaron nuevos caminos para el mundo cultural y artístico y como la Revolución lo fue para lo social y lo político. Hoy las vanguardias artísticas ya forman parte de la tradición. En este sentido yo creo que hay que seguir reivindicando las grandes conquistas que permitieron las vanguardias. Las vanguardias permitieron reconocer el sentido de la transformación, de la reapropiación y distribución, tanto de los bienes simbólicos como materiales. Esa condición de que el arte y la vida son siempre el resultado de experiencias transformadoras, son ideas centrales que tienen hoy absoluta vigencia. Los sentidos de la transformación tienen sentido hoy más allá de las posvanguardias, de la posverdad o del individualismo extremo que trata de imponernos el neoliberalismo.
APU: ¿Cómo se reconstruye esa historia hoy luego de las purgas y los enfrentamientos internos?
JV: Yo creo que la historia ya se ha reconstruido como historia y la impronta de asaltar lo imposible se ha cumplido con creces. Hay que pensar que dentro de la Rusia revolucionaria la discusión entre vanguardias era enorme. Las discusiones entre futuristas, realistas, productivistas, o constructivistas fue muy extendida. Muchas veces en los debates entre vanguardias se acusaban entre sí: de crear un nuevo naturalismo, o de un cientificismo que desconocía las subjetividades en juego, o que se trataba de un nuevo positivismo o de un desmedido uso de la técnica, según hacia donde iba cada critica y desde que estética se criticaba a la otra estética. Pero lo interesante que todas las vanguardias fueron en la búsqueda de la Revolución, comenzando por el futurismo de Maiakovski. Esa gran diversidad en las búsquedas formales, en darle nuevos sentidos al arte y la cultura, fue reconocida por Lenin de alguna forma con aquella famosa frase muy difundida: “Todo es ilusión menos el poder”. Nosotros en el libro tomamos como límite el año 1930, fecha de la muerte de Maiacovski, por lo que implicó su compromiso revolucionario, el propio libro está atravesado por la poética de Maiacovski. Después de 1930 comienzan paulatinamente a aplicarse otras lógicas culturales. La idea del realismo socialista como estética oficial generó cierta parálisis de los movimientos estéticos transformadores que adherían totalmente a la Revolución. Con el estalinismo se impusieron líneas muy estrechas en lo artístico que consideraban al arte en su sentido más pedagógico y que había solo una estética políticamente correcta y que debía ser dominante: la del realismo. Pero como te decía al principio de la charla, el “asalto del cielo” ya se había cumplido, ya era muy difícil desconocer esa enorme experiencia vanguardista que se expandía por el mundo. Aquella experiencia poética transformadora sigue dando vueltas desde el fondo de la historia.
APU: ¿Cómo se piensa y se pensó desde la Argentina aquella propuesta político estética?
JV: Yo creo que el primer movimiento transformador de las vanguardias internacionales en la Argentina, como en todo el mundo, se localizan a principios del siglo XX. Hay que partir que América Latina venía de una experiencia fabulosa con el movimiento modernista donde todo el continente se reapropiaba poéticamente de las palabras impuestas por el colonizador. Esa condición fue un campo muy propicio para las corrientes transformadoras que venían de Europa, experiencia que se había dado antes con el simbolismo en el propio desarrollo modernista. Por lo tanto, desde los movimientos literarios y culturales en Argentina como Boedo y Florida en adelante, hay una gran receptividad hacia la renovación cultural que irradiaban las vanguardias. Porque hay que pensar que lo que se reconocía desde aquella experiencia revolucionaria era justamente la diversidad de movimientos vanguardistas. Como hay que pensar en nuestro país desde el realismo, hay que pensar en el ultraísmo, en el creacionismo o en el surrealismo. Lo particular que quizás no todas las vanguardias artísticas en nuestro país empataron sincrónicamente necesariamente con las vanguardias políticas. Pero alcanza con leer el lucido texto “La acción subversiva de la poesía” del poeta Aldo Pellegrini introductor en 1922 del surrealismo en nuestro país, para comprender que en general todas las vanguardias artísticas de una u otra forma apostaban también a cambiar el mundo. Esta condición vanguardista y transformadora será parte de la profunda influencia que tuvo en nuestro país la Revolución Rusa. Yo creo que hay que pensar más que un programa o una propuesta estética, en la dinámica cultural que se generaba al reconocerse que era posible transformar la sociedad capitalista. Esa dinámica sigue estando presente en la izquierda, en el nacionalismo popular, en el progresismo, más allá de las diferencias que puedan existir. Como te decía: hay que seguir reivindicando las conquistas de las vanguardias y saber relocalizar aquellas conquistas dentro de los nuevos contextos. Se trata de pensar como seguimos inventando un nuevo mundo, sin copia no calco como pedía Mariátegui. En ese acto de inventar debe radicarse la energía transformadora. El conflicto sigue siendo moderno, la propia transformación es un conflicto moderno. La Revolución Rusa nos demostró que la modernidad se podía conquistar también por otros caminos.