Calzadilla: trans de la época colonial
Por Pablo Vázquez
Y allí aparece Santiago Calzadilla: Conversador nato y alma de las fiestas del Buenos Aires de siglo XIX. Su pluma describió como nadie a varones y mujeres de su ciudad, al tiempo que fue el canal para confesar el secreto sobre su identidad de género.
Militar, unitario, hombre de mundo y miembro del patriciado. Pigmalión en búsqueda eterna de la perfecta dama de sociedad. Amigo de “Bartolito” Mitre y Adolfo Saldías. Retratado por Prilidiano Pueyrredón en la “Quinta Calzadilla”, su casa veraniega del Tigre, donde recalaron la mayoría de los personajes de la alta sociedad porteña, encontrándose su cuadro en la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.
Nacido en 1806, de abuelo y padre funcionarios de la aduana, ambos tanto en Montevideo como en Buenos Aires, el primero en época virreinal y el segundo en época de Rivadavia, continuando hasta la caída de Rosas. Casado con Elvira Lavalleja, hija del general Juan Antonio Lavalleja, impulsor de la gesta de los 33 Orientales, de 1825, para liberar a la Banda Oriental del dominio brasileño y reintegrarla a las Provincias Unidas, subvencionados en su época por estancieros bonaerenses, destacándose el aporte y adhesión de Juan Manuel de Rosas.
Declarado unitario, se exilió en Montevideo y luego en Lima, donde actuó como ayudante del Mariscal Ramón Castilla. Participó en varias batallas, siendo sargento mayor, para luego recalar en Chile y posteriormente en Buenos Aires, tras la caída de Rosas y el sitio de Hilario Lago. Se sumó a la separación del Buenos Aires del resto de la Confederación Argentina, enrolándose en las Guardias Nacionales y en la Legión Italiana contra los malones del sur bonaerense, siendo su segundo jefe. Revistió en el Ejército hasta 1880, dándosele de baja por los hechos de armas de ese año. A los dos años se lo reincorporó, revistiendo con el grado de teniente coronel, y desempeñándose para tareas protocolares en el exterior y en la sección de Historia del Estado Mayor General, falleciendo en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1896.
Vicente Cutolo en su Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1969) afirmó de él: “Siendo joven tuvo entusiasmo musical… se dedicó seriamente a la música; fue compositor y crítico lírico, acaso el primero… Frecuentó los salones porteños asistiendo a los bailes, y admirando a las bellezas de entonces… Fue un distinguido hombre de mundo… Ingenioso en la conversación, hombres como Sarmiento y Eduardo Costa, cultivaron su amistad y se entretenían con su charla espontánea. Algunos amigos lo indujeron en 1891, a publicar sus memorias… y que reunidas, constituyeron el libro Las beldades de mi tiempo, célebre en la época de su aparición. De puro sabor porteño, era chacotón, alegre, optimista… Contiene informaciones curiosas y se hallan impregnadas de cierto humorismo involuntario. Es uno de los pocos libros que traen un hálito fresco del pasado argentino, y la palpitación de la antigua ciudad porteña.”
Aunque declarado anti federal, paradójicamente, su padre siguió trabajando en la Aduana hasta los sucesos de Caseros en 1852, sin ver afectado su empleo. Y en el caso de la madre, Manuela Gómez, según Daniel Balmaceda en su libro Espadas y corazones. Pequeñas delicias de héroes y villanos de la historia argentina ((2004): “Era amiga de Mariquita Sánchez de Thompson y una de las principales animadoras de las reuniones sociales. Con el tiempo Manuela presidiría durante dos temporadas la sociedad de beneficencia, el cargo más importante de la elite femenina”.
Y vale la cita de Balmaceda, pues en su libro tituló su capítulo sobre Calzadilla como: El teniente coronel travesti. En Las beldades de mi tiempo, de 1891, Calzadilla se confesó:
“Yo no tuve hermanos, y la autora de mis días, que en sus maternales sentimientos no se conformaba con no haber tenido una hija, viendo la inocencia de mis juegos y de mis procederes, me solía vestir de mujer a los 13 años y aún me acuerdo como si fuera ahora del contento con que salía a la calle a lucir un vestido claro, y un sombrero blanco de paja de Italia adornado con una pluma colorada, que decían me sentaba muy bien.
Me enseñaron a leer en escuela de mujeres, o cuando más en alguna de ambos sexos, que frecuenté hasta grandazo como era, y aprovechando de mi traje, estuve cerca de un mes en la escuela de las de Ituño, y en la de la señora Cabezón, en donde me comenzaron a enseñar a bordar, pues llevaba el bastidor junto con los libros; hasta que las maestras maliciaron, y mi madre declaró que nada tenía de extraño este traje, vista la inocencia de mis gustos y de mis propensiones, pues mis juegos eran siempre con las niñitas más chicas y con las muñecas, de que teníamos reunidas una gran colección que conservé por mucho tiempo, hasta que ¡desperté!...
Después ¡quantum mutantur ab illo! (sic)”
Presupongo que habrá querido decir: quantum mutantur ab illo, siguiendo a La Eneida. Algo así como: “cuanto cambié de como soy ahora” o “que diferente soy de como era antes”.
Según Balmaceda: “El hombre pudo haber mantenido sus costumbres femeninas. Sin embargo, luego del “despertar”, se convirtió en un donjuán que intentó conquistar a toda mujer que se le cruzara, fuese soltera, comprometida o casada. No desaprovechó la ventaja que significaba haberlas conocido en profundidad…”.
Pienso distinto: ¿No sería una compulsión hacia los demás para demostrar que no había dudas de su hombría? ¿Fue, en realidad, una niña o pre-adolescente trans en nuestra colonia que no pudo o no la dejaron ser? ¿Sintió, a sus 14 años, que había un límite que no podía trasponer, aún con la anuencia de la madre y la cobertura de pertenecer al patriciado porteño? ¿Esa alta sociedad porteña, lo vivió como una imposición materna, una travesura de Calzadilla o una trasgresión a la moral de la época que debía tener fin?
Dichas memorias fueron publicadas previamente en La Nación a instancias de Argos, seudónimo de Bartolito Mitre, el hijo del ex presidente, y reeditadas posteriormente, sin que nadie reparase en la cuestión de género.
En sus memorias, de invalorables recuerdos de las mujeres de la colonia y de su época, expresó (y se expresó) mucho más de lo “permitido”, y recién hoy, en un marco de comprensión e inclusión, podemos dimensionar lo que sus contemporáneos no pudieron, o no quisieron, entender.