Campaña Antiargentina y la bufonería posmo
Por Nuria Silva
La primera vez que supe de la existencia de esta película fue en el marco de la 5° Edición del Festival de Cine Nacional Leonardo Favio de Bolívar, que me encontraba cubriendo para otro medio. Ese mismo día y unas horas antes de la proyección de la película, mientas tomaba un café en el bar de uno de los hoteles que hospedaban a los invitados, me crucé con Pablo Marchetti. Todavía no estaba al tanto de su participación como guionista del largometraje por lo que su presencia me resultó llamativa y tanto más por el “natural” despliegue histriónico que lo caracteriza. Vestido como rockstar y con tremendo vozarrón se imponía por sobre la figura de Alejandro Parysow, director de la película, que permaneció sentado y hablando en un tono medio hasta que pagaron la cuenta y se retiraron.
Una situación similar se dio durante la presentación de la película esa misma noche. Parysow fue el primero en hablar y lo hizo con calma; mucho agradecimiento, poca explicación sobre el material y listo. Cuando Marchetti tomó el micrófono la cosa se desbarrancó. A modo de espectáculo de stand up, intentó establecer la premisa de la película que, según sus palabras, se trata de una reflexión humorística sobre la argentinidad, sobre nuestras contradicciones históricas y políticas y sobre la construcción de nuestros mitos. Pero fue su impronta antes que su planteo lo que resultó chocante, como si el personaje se hubiera comido a la persona hasta volverla incapaz de contextualizarse. Un comentario obligado sobre Leonardo Favio sobrevoló en el medio de la verborragia (digamos que) irónica y la consecuencia de tanto ruido fue la ausencia total de aplausos.
Marchetti es reconocible y le gusta hacerse ver: es un showman. Su figura pública se ha edificado sobre las bases del humor y la política/del humor político/de la incorrección política y del bardo. Fundador y ex director de la Revista Barcelona, marido de la diputada Victoria Donda, actual columnista de Perfil, se ha visto envuelto en más de un escándalo con otras personalidades del ámbito periodístico, político y mediático. El de mayor trascendencia fue el protagonizado junto a la filomilitares Cecilia Pando, enfrentamiento “resuelto” mediante la puesta en escena (de nuevo digamos que) irónica de una declaración de amor en el programa Nosotros a la mañana, en Canal 13. ¿Cinismo? Ni de lejos, como tampoco lo hay en la película, por el simple hecho de que el flirteo con el medio excede el marco de la citada entrevista o invitación al mediatismo mañanero de Fabián Doman.
¿Quién es Alejandro Parysow, esa especie de Jekyll silencioso y correcto que acompaña al involuntariamente autoparódico Hyde? Campaña Antiargentina es su debut como director cinematográfico, pero Parysow cuenta con una trayectoria como editor en varias series televisivas de Pol-Ka (Epitafios, El puntero, Vulnerables…) y como montajista para varias producciones cinematográficas (Alma mía, Apariencias, El día que me amen, Adiós, querida Luna, Derecho de familia, Aballay, el hombre sin miedo y otras) desde hace aproximadamente veinte años. La aparición casi inmediata de Adrián Suar en escena (haciendo de él mismo) vuelve evidente la concepción de un producto deliberadamente desideologizado con tufillo a clarinetismo.
La sátira política que se propone desde el título (que referencia al slogan creado por la junta militar durante el Mundial del 78 para tergiversar el reclamo efectuado por distintas organizaciones de DDHH aprovechando la visibilidad que daba el evento) y que se presenta como axioma principal de la historia, no alcanza en ningún momento tensión dialéctica alguna como podríamos decir de El ciudadano ilustre que, con todo lo criticable a nivel estético y discursivo, promovió la producción de una serie de textos analíticos y extensas discusiones, diría que más interesantes que la película en sí. La esencia de Campaña Antiargentina es la de la bufonería posmoderna adolescente que elude cualquier forma de compromiso.
En oposición al paradigma cultural (y elitista) planteado por el cine de los Duprat/Cohn, la dupla Parysow/Marchetti se ubica en un espacio medio desde el que (aparentemente) se ríen de todo y de todos, pero sin la pretendida altura intelectual de aquellos. Si de El ciudadano ilustre dije que era una película cobarde porque sistemática repara los breves atisbos de incorrección política, de Campaña Antiargentina debo decir que es inmadura o infantil porque no se corre nunca del boludeo sin siquiera llegar a rozarla.
Así como a Marchetti, durante su presentación en Bolívar (desconozco cómo le ha ido en el marco de otros festivales), le jugó en contra su acting, su manera de hacerse ver, la impresión que empañó un monólogo de todas formas vago e impreciso, con la película sucede algo similar. Lo que falla no es tanto la propuesta sino lo pésimamente ejecutada que está, vale decir, su estética, su imagen, su carta de presentación. Me corrijo: la propuesta no deja de ser simplona, pero de haberse filmado de otra manera tal vez, y sólo tal vez, zafaría. El resultado final es el de un amateurismo insostenible. Como si se tratara de una paradoja, la ópera prima del experimentado montajista Parysow adolece de ritmo y el humor del guión del ex Barcelona resulta demasiado pueril.
Sinopsis: la estrella pop nacional e internacional Leo J. (Juan Gil Navarro), un frugívoro ecologista, egocentrista y superficial, hereda una propiedad familiar mientras se encuentra filmando un documental sobre su vida. Allí descubre una serie de objetos y documentos que dan cuenta de la existencia de la Logia Cisneros, una sociedad masónica que viene desarrollando la Campaña Antiargentina desde el germen mismo de la nación. Esta mockumentary propone un recorrido por la historia y la idiosincrasia argentina, mixturando material de archivo intervenido con otros creados especialmente para la película, personajes y hechos apócrifos e imágenes filmadas a cámara en mano sobre el día a día del protagonista, que entra en un estado cada vez más paranoico y obsesivo.
En su recorrido histórico prácticamente (y significativamente) elude referenciar al movimiento peronista, Evita es elevada como ícono antes que como actora principal de los hechos que la que atravesaron y, curiosamente, no se menciona la palabra “cáncer” al hablar de su muerte (tampoco hay referencias a las pintadas que la celebraron) y la mención a los años de la dictadura carece de ferocidad siquiera humorística. Todo da igual. Todos son/somos lo mismo .Nada se dice sobre el rol de los medios en la campaña descubierta. Esta clase de omisiones, la tergiversación tendenciosa de algunos hechos y el huidizo compromiso discursivo amparado en el humor, dejan en evidencia los intereses que de fondo se juegan, y mucho más cuando sobre el final aparece la voz en off de Jorge Lanata haciendo su gracia.