Carta a la juventud acusada del rebrote de la peste y de tantos otros males
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Severi
Solo te pido que te tomes unos minutos para leer estas palabras y reflexionarlas, antes de que te carguen con la culpa y las consecuencias del mundo que te diseñaron.
Mi madre tenía 18 años en la década del 60 cuando ya era maestra y ejercía la docencia, incluso con alumnas y alumnos más grandes que ella.
Darío tenía 18 años en 1982 cuando la mandaron a la guerra de Malvinas. Naufragó durante dos días en el mar argentino después de que dos torpedos ingleses hundieran al Crucero ARA Belgrano en el que navegaba. Más de trescientos compañeros, en su mayoría adolescentes, murieron con el barco y en el mar. Otros encontraron la muerte combatiendo en las islas; o luego, en sus casas o en un hospital, por las heridas o por alguna enfermedad; o se suicidaron porque no soportaron las secuelas psicológicas que deja una guerra.
Lisa tenía 18 años el 30 de diciembre del 2004 cuando la bengala encendió el techo de Cromañón y la música y las luces se apagaron, y llegaron los gritos, el humo, la desesperación por escapar, y el ahogo final. Con ella murieron cerca de doscientos adolescentes.
¿Dónde comienza y dónde concluye la etapa adolescente? Esa respuesta depende del momento histórico, de lo socio-político. Si te necesitan para la guerra o para ejercer la docencia, a los 18 ya no serás adolescente. Pero hoy, bajo el reinado del capitalismo más feroz, te necesitan joven durante muchos años. Por eso tantas ofertas de grado, posgrado, especializaciones, magister, master. Más títulos, más herramientas para competir, o quedar debajo de la línea de pobreza. No te necesitan para trabajar, te necesitan para consumir.
Los adultos, los que manejan el poder, los que deciden las guerras, los que debieron supervisar las medidas de seguridad en Cromañón y ahora en las playas o fiestas clandestinas, determinan las etapas de la vida, construyen y destruyen subjetividades. Y si tienen que encontrar culpables para explicar las fallas de su sistema, te culparán, le encontrarán el pelo al huevo, la quinta pata al gato, y serás responsable de todos los males, de la violencia, de la circulación de drogas, o de la nueva ola de contagios, olvidando que recién estás saliendo al mundo que esos adultos diseñaron.
Pero esta vez, la mierda que apesta se desparrama veloz, y mata por sobre todo a los más viejos. Y si bien hay muchos adultos irresponsables que trasgreden, que hacen fiestas privadas, que boicotean cuarentenas y vacunas, será más fácil culparte a vos porque ya está puesto el foco allí, en esos recortes de esas juntadas, en esos besos y abrazos libres de barbijos. Lo que muestran ciertos medios de comunicación no es más que una parte de la juventud que naturalmente va más allá de lo impuesto y que se exhibe sin filtros. Pero hay adolescentes que aprendieron a practicar el arte del cuidado, y que si salen, y no se cuidaron, se “encuarentenan” ante el eventual contagio. Hay adolescentes que resisten, que están dentro de sus casas, que trabajan, que socorren, que son solidarios. Y sin lugar a dudas también hay una parte de la población más joven que relativiza las consecuencias, que se caga en los demás. Es la diversidad del mundo, para el bien y para el mal.
No sos culpable del mundo enfermo y de sus miserias. Esta vez difícilmente mueras en esta guerra viral, en este boliche que apesta. Pero tenés que cuidarte, no solo del coronavirus y sus consecuencias, sino de los miles de males que te querrán vender, porque el futuro que se acerca será de tu generación o no será de nadie.