Con la cámara al hombro: Daniel Roitenburd

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Con la cámara al hombro: Daniel Roitenburd

08 Noviembre 2020

Por Sergio Kisielewsky

Cuando se afirma en los manuales de periodismo que una buena crónica es la que resulta de lo que no es noticia; algo semejante puede observarse en la búsqueda de un fotógrafo que además de médico cardiólogo lleva adelante su pasión por el oficio de la imagen, el revelado y la disposición para encontrar el momento justo de la foto. El gusto y la vocación por los amantes de los daguerrotipos la descubrió hace no más de 20 años cuando en el Centro Cultural Lola Mora de Caballito conoció a Gustavo Grandinetti que le dio las primeras herramientas teóricas para adquirir un rigor, una técnica y una base teórica en su aventura por la selvas urbanas que posee el planeta.

Todo empezó con una máquina Canon A1, un equipo profesional que hace 30 años era furor. Se sabe que sacar buenas fotos de los hijos no es fácil, en especial enfocarlos en plena diversión o aventuras, pero allí se dio cuenta que deseaba sacar fotos sino "hacer o posar para las fotos", es decir cómo componer la escena y elegir qué se pone en el centro de la imagen. Pero fue en Celulares la última muestra en el Centro Cultural Borges donde lo masivo de la concurrencia lo sorprendió sobre todo por lo que pudo hablar y observar de los visitantes: el que pasó por allí y se detuvo ante la exposición y se encontró con un retrato que lo representaba o que simplemente le evocó algo o alguien. Fueron cientos las personas que desfilaron por la muestra y también notable fue lo que dejaron escritos en el cuaderno de notas que como una fotografía velada un día fue esfumado por los amigos de lo ajeno. 

El teléfono portátil fue el tema elegido como una suerte de nueva adicción en pleno siglo XXI tanto aquí como con los llamados móviles en España, en Italia, Israel, Grecia y México. “La verdad tiene estructura de ficción” escribió Jaques Lacan, pero en este caso se puede advertir como un aparato tiene la estructura de lo ficcional para el lente de un fotógrafo que busca, bucea, sin dejar de encontrar apego, a un aparato que en muchas ocasiones poco comunica. En Salzburgo, por nombrar un caso, ocurrió que sobre un fondo de arquitectura antigua hay un hombre dormido en un mateo abrazado a su móvil, se ve una puerta derruida de color azul que se asemeja más a un pintura que a una foto y una chica hablando con un amor tal vez correspondido, todo eso lo indica la imagen, como la pareja de ancianos que leen un mismo libro en Cuba. Las fotos en las ciudades, la expresión de la gente, la dinámica de lo que no se puede atrapar pero al fin y al cabo se advierte en las fotos, los desafíos y las sorpresas que da la calle, éste es el punto de partida de este médico trashumante que con una buena dosis de sentido del humor y paciencia pone todo su empeño en construir una obra. “En fotografía está casi todo hecho, algunos periódicos echan mano a chicos que hacen el reparto por la calle y utilizan las fotos de sus celulares, se empieza a perder la magia de la foto a causa de la inmediatez” explica Roitenburd. Tema que se profundiza en el libro La furia de las imágenes: Notas sobre la Postfotografía de Joan Fontcuberta donde la urgencia por la primicia y el ir al compás de lo vertiginoso de los acontecimientos da como resultado que se empieza a perder el punto de vista de lo artístico y compositivo.

Roitenburd evoca los tiempos en que se quedaba sin dormir y copiaba en blanco y negro en el laboratorio repleto de cubetas llenas de ácidos junto a la ampliadora, el trabajo artesanal de apantalar las fotos y colgarlas de un broche en una soga y siempre estar atento a que nadie abra la puerta del estudio pues un hilo de luz acababa con la imagen para siempre. “Las secaba y empezaba a verla en el papel, el momento en que aparece la imagen es algo mágico, maravilloso”, explica.

Los viajes resultan un capítulo esencial en su vida, tomar el tren llamado “La Trochita” que une Buenos Aires con Esquel le permitió sacar fotos a los vecinos y chicos de Leleque y cuando años después regresó al lugar vio que esas fotos estaban en los portarretratos de las casas. Su trabajo como fotógrafo quizás sea una excusa para establecer una relación con las personas y después encarar el registro de imágenes. “Una vez a orillas del Sena de un día lluvioso había una modelo vestida de época en plena sesión de fotos, intento sacar la mía y uno de los asistentes me tapa con un paraguas en el momento de disparar, quedó como una foto prohibida, robada al azar”, sostiene entre risas. Las fotos de París en blanco y negro fueron expuestas en la sede de Buenos Aires de la Alianza Francesa y también se exhibieron en Mendoza, San Juan y Jujuy. En este caso se repite la historia pero con otro final. Volvió a la ciudad de Baudelaire  y se propuso obsequiarle la foto a uno de sus personajes. Era un señor que leía el diario en un kiosco donde vendía pinturas y acuarelas hechas por él. “La hice sin pedirle permiso y vuelvo luego de cuatro años y el señor se enoja mucho. Me muestra un cartel que decía: ‘Prohibido sacar fotos’ pero le gusta y me pregunta cuánto es, cuando le dije que era un regalo me regaló una de sus pinturas”.

En sus recorridos ciudadanos vio gente que se aferra al celular como generaciones anteriores se aferraban a un libro de Julio Cortázar donde personajes como La Maga y Oliveira se encuentran sin buscarse por callejuelas y puentes en la Ciudad Luz. Hombres en una calesita, gente leyendo en el Central Park y el paisaje desolador de años precarizados con gente durmiendo en las calles conforman más de un catálogo en su haber. Matices, formas de ver el mundo, de tomar por las astas el corazón de las ciudades que nunca duermen pero que no dan respiro. La curadora de la Exposición en el Centro Cultural Borges Blanca María Monzón escribió que “se muestra el celular como una prolongación de la persona, retratos que nos hablan de mecanismos de representación que operan alrededor de esta temática, nos hablan no sólo del espectáculo de la sociedad de consumo sino que nos llevan hacia su intimidad y lo hacen a través de una búsqueda estética, narrativa. Pareciera que cada uno de los relatos hubiera algún tipo de tentación de hacer cine, en el corazón de la fotografía”.

Por cierto que, para el autor de estas aventuras, no es lo mismo que entrar y trabajar en un quirófano, pero se asemeja en los latidos, derrumbes, nacimientos que le devuelven al fotógrafo y al espectador un mundo en disputa, un amor correspondido o sólo un atardecer, que no es poco. Con la necesidad de siempre aprender algo más profundizó sus estudios con Norberto Gullari y Alberto Rodríguez su maestro de hoy en día. La literatura que duda cabe siempre tiene reservada una sorpresa como es el caso de Los puentes de Madison de Robert James Waller, llevada al cine en 1995 con las actuaciones de Clint Eastwood y Meryl Streep. También alude a la temática El amor esa droga dura de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, novelas que lo estimularon para que su obra posea el fluir de los detalles que como en toda gran obra, junto con la épica de lo que se narra, es lo que perdura.

Más información: www.danielroitenburd.com.ar