Cuento: "Cosa de brujos", de Norman Petrich
Lo único que interrumpía el ritmo cansino de la vida rutinaria del “Gringo” Balmaceda eran los esporádicos viajes que realizaba al pueblo. Hacía ya un mes que no lo pisaba, metido de lleno en el trabajo del campo. Por suerte, la cosecha había sido buena y el pago aun mejor. Según el contador Romero, la caída de varios mercados produjo la inesperada suba del precio del maíz, generando buenos réditos a los granos argentinos.
Los cálculos se los dejaba al notario, el sólo quería la platita para comprar provisiones, tomarse algún trago en el bar y regresar para su casa. Tanteó el bolsillo izquierdo de su sacón y el roce del fajo de billetes le arrancó una sonrisa.
Ver las calles vacías no le llamó la atención: al “Gringo” nadie le sacaba de la cabeza de que éste era un pueblo de vagos, borrachos y atorrantes y eso lo condenaba a no crecer nunca. Enfiló la camioneta hacia el bolichón del “Grillo” y aceleró.
Al cruzar la puerta vio que nadie prestó mucha atención a su llegada, atrapados por las imágenes del televisor. El “Moncho” Medina fue el primero que se percató de la figura erguida de Balmaceda y con un grito lo invitó a sentarse en la mesa que compartía con el “Feo” Navarro y el “Largo” Jiménez.
Fuertes apretones de manos fueron los austeros gestos con que estos hombres manifestaron la alegría de volver a encontrarse. El “Gringo” lo miró al dueño del bar y mientras lo saludaba con una mano con la otra hacía una seña que el “Grillo” sabía de memoria: una vuelta de grapa. Sin que mediara conversaciones, Balmaceda se concentró en el partido que la pantalla de veintinueve pulgadas (única en el pueblo) mostraba.
Corrían los primeros minutos de Argentina vs. Perú y el equipo incaico se veía mejor parado en la cancha. Tras una jugada rápida y bien ejecutada, un delantero peruano estrella el balón en el travesaño ante la mirada suplicante de un vencido Ubaldo Matildo Fillol.
-Entraron mejor los negritos- conjeturó Balmaceda, como quien busca conversación.
-No les va a durar mucho- le contestó Navarro y fue la única respuesta.
Volvieron a prestarle atención al televisor para observar cómo el equipo peruano se perdía otro gol desviando el esférico a escasos centímetros del palo izquierdo del arquero. El “Gringo”, quien siempre había criticado a Menotti, el director técnico de la selección argentina, dejó escapar una mueca de satisfacción.
-Me gustan los negritos, me gustan los negritos; sí, señor, me gustan los negritos.
Los compañeros de mesa lo miraron extrañados por la muestra de simpatía del recién llegado hacia la selección del vecino país, cómo tratando de entender qué cuernos le pasaba.
Otra jugada extraordinaria de la delantera roja y blanca hizo vibrar de emoción a Balmaceda quien volvió a repetir:-Ya no me quedan dudas, me gustan los negritos; si, señor, me gustan los negritos.
El “Moncho”, ofuscado, amagó a explicar algo, pero se detuvo en seco. Guardó silencio unos segundos y luego, con el rostro totalmente cambiado, le preguntó:-¿Tanto le agradan los peruanos, compañero, como para disfrutar de sus jugadas cuando están enfrentando a la Argentina?
-Sí, señor, ya le dije, me gustan los negritos.
-Y si tanto le gustan, ¿por qué no apostamos algo?
Las cabezas de los habitúes del bolichón giraron, divertidos, hacia donde había partido la pregunta inquisidora. El “Gringo” miró el televisor como buscando apoyo en lo que veía. Y lo que vio debe haber sido bueno porque se paró ahí nomás y retrucó:-Voy por los negritos, si, señor, una botella de grapa a que ganan los negritos.
-Acepto. Y soy tan generoso que le doy el empate.
-Hecho, entonces. “Grillo”, traé esa grapa que seguro después la paga Medina.
-Yo le juego un chivito asado a que gana Argentina- se anotó el “Feo”.
-Hecho, entonces, prepárese para hacerlo porque a mi me gustan los negritos y cuando a mí me gustan los negritos…
-Esas no son apuestas, puras pavadas. Vamos a jugar por algo serio: cincuenta pesos- terció Jiménez.
-Quinientos si quiere.
-Cincuenta, no más. Prefiero tenerlo como amigo y no como deudor.
-Hecho, entonces, pero le aviso que el que va a desembolsillar es usted.
La gente en las otras mesas los miraban entre risas socarronas, pero nadie abrió la boca.
-Vea, como nosotros somos tres y usted uno sólo, le vamos a dar tres goles de ventaja- le dijo el “Feo” Navarro.
-Chica le va a quedar la camisa si se sigue agrandando. Se los voy a aceptar por jetón. Hecho, entonces, me gustan los negritos, carajo, no me van a defraudar.
No había terminado de cerrar la apuesta cuando Mario Alberto Kempes penetró la defensa y la cruzó ante el esfuerzo estéril del arquero Quiroga. Argentina se ponía arriba uno a cero.
-Pura casualidad, no están jugando mejor. Me gustan los negritos, sé que van a ganar- dejó escapar como para que los demás sepan de la fe que tenía en el resultado favorable.
Casi sobre el final de la primera etapa, en un tiro de esquina a favor de la blanquiceleste, Alberto Tarantini cabeceó un centro y marcó el dos a cero.
Otra vez no hubo gritos de festejos y el “Gringo” lo asoció a que todavía le faltaba hacer dos goles a la selección nacional para acceder a la final y sólo restaban cuarenta y cinco minutos. Igual ya no se sentía tan seguro.
El “Gringo” miró el televisor como buscando apoyo en lo que veía. Y lo que vio debe haber sido bueno porque se paró ahí nomás y retrucó:-Voy por los negritos, si, señor, una botella de grapa a que ganan los negritos.
-¿Y, Don Balmaceda, qué opina ahora?- un convidado se atrevió a preguntar.
-Pura suerte, hasta ahora. Pará que los negros emboquen una y ya van a caer.
-Se nos acabó la grapa, “Gringo”, ¿qué tal si apostamos otra? Para esta te doy cuatro goles de ventaja, así no sentís que vas a perder mucho- retrucó Medina.
A esa altura del partido Balmaceda estaba totalmente jugado, además de chupado y no se achicó. –Hecho, entonces, me gustan los negritos y cuando a mi me gustan los negritos…
Al poco rato de comenzado el segundo tiempo llegó el tercero. Hubo quienes lo gritaron entre carcajadas. El “Gringo” pensaba que el estar a un gol de la hazaña los hacía emocionarse hasta las risas. Sentía que lo imposible estaba apunto de realizarse, sin embargo tenía la esperanza de que un gol de los peruanos le devolviera la apuesta a sus manos.
El cuarto gol lo hundió en la silla. Al quinto le dieron ganas de desaparecer. Cuando llegó el sexto el bar entero gritó y festejó con una algarabía que excedía los límites imaginables. Decidió que ya era mucho y como apenas faltaban segundos para que finalizara el encuentro le hizo una seña al “Grillo” para que viniera.
-Tomá, esto es por las grapas. Acá están tus cincuenta, Jiménez. “Feo”, cuando le quede cómodo tiene el chivito asado- terminó de pagar y salió del local. Un coro de carcajadas lo despidió al traspasar la puerta. Poco le importaban los festejos.
-Cosa de brujos- refunfuñó en voz alta mientras buscaba la llave para abrir la camioneta-cosa de brujos.
Pereyra, quien justo llegaba, lo vio retirarse en dicha actitud y no pudo comprender a qué se refería ni la algarabía que reinaba en el bar. -¿Por qué tantas risas?- preguntó después de saludar. -Es por el “Gringo” Balmaceda- contestó uno.
-Justamente lo acabo de cruzar protestando por cierta brujería. ¿De qué estaba hablando?
Navarro fue quien primero pudo contener el risoteo para explicarle a un desorientado Pereyra:- Es que el “Gringo” sigue sin electricidad en el campo y parece que se quedó sin pilas para la radio.
-¿Y eso que tiene que ver?
-Que vino con su aire de antimenottista y su mala onda contra la selección. Y se agrandó al ver que los peruanos empezaron bien y si lo dejábamos apostaba hasta los calzoncillos contra la Argentina.
-Ah, voy entendiendo, hubo una apuesta. Sáquenme una duda ¿el partido no se jugó ayer?
-Eso es lo gracioso, ya que él nunca se enteró de que lo que estaba viendo en la tele era una repetición del juego de anoche. Pero no te preocupés, no le sacamos demasiado, apenas unas grapas y unos pesos. ¿podés creer que hasta el final se mantuvo firme?¿Y me decís que jamás se dio cuenta de la joda? Pensaba que se había avivado y para que no lo cargaran más se la había tragado. Eso le pasa por pesado. ¿Así que se fue pensando que era magia? Es gracioso, realmente gracioso…