"Distancia Cero": microficciones de Susana Szwarc
Por Miguel Martinez Naón
Susana Szwarc nació en Quitilipi, provincia del Chaco en el año 1952. Es escritora, poeta, dramaturga, traductora, editora y docente. Sus padres llegaron a la Argentina desde Polonia y Uzbekistán en el año 1947. Atrás quedaron sus abuelos: los paternos, que eran judíos, fueron asesinados probablemente en algún campo de concentración. Los maternos murieron en Bujará, asolados por las epidemias.
Cuando alguien le preguntó en una entrevista cuándo empezó a escribir, desde una mesa de un bar de Quitilipi ella respondió: “Creo que nacemos escritos. Que hay quienes modificamos esa escritura y quienes la continúan. El que la modifica (traiciona fielmente o traduce errante), podría “llamarse” escritor/a. O poeta” y recuerda pasajes de su niñez, las mañanas de su pueblo, muy temprano “amaneciente, me alejaba (hacia el patio, hacia la vereda). Les inventaba frases a los pájaros que, me pregunto y les pregunto, ¿escuchaban? También, en la larga siesta, comía sandía; cada carozo negro entre tanto rojo era una letra. Escribía en ese juego que (nos) interviene en el mundo”*
Es autora de los libros de poesía Bailen las estepas (1999) y El ojo de Celán (2014), entre otros. Las novelas Trenzas y La muertita o la novela que. Cinco libros de cuentos y muchas obras de teatro.
Distancia Cero
El microrrelato proviene de una tradición literaria de lenguaje preciso y conciso que elabora desde su elipsis una pequeña historia cargada de intensidad y asombro.
Tal como señala Fernando Valls en el prólogo de este libro la autora retoma esta fértil herencia que se ha gestado en la literatura hispanoamericana, de autores tan presentes como Macedonio Fernández, Enrique Anderson Imbert, Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso, Ana María Shua, y muchos otros; como así también la de algunos grupos de experimentación como OuLiPo (acrónimo de Ouvroir de littérature potentielle, en castellano Taller de literatura potencial) formado por escritores y matemáticos, que en la década del 60 buscaban crear obras utilizando técnicas de escritura breve (Littérature à contraintes).
En Distancia Cero la narradora explora y expone relatos de distinto tenor. En diversos pasajes habitan en primera persona las intermitencias de una ensoñación; en otros actúan personas y personajes dibujados en una efímera realidad donde a veces transitan una vida tan pequeña como el mismo relato. A veces alguien viaja de una ciudad a otra en un mismo día y en un solo transporte, un metro puede unir la Estación de Tirso de Molina con la de Callao en Buenos Aires, a través de un niño rumano que viaja tocando su acordeón. Hay una trasposición constante entre el humor y la tragedia, el absurdo y la miseria, la ternura y la inclemencia. Milagros como el de un fulano que se agacha para atarse los cordones y se salva de las ráfagas de la ametralladora. Aparece Mozart en clima de prosa poética, y se citan algunos libros clásicos como Ana Karenina y el Ulises, de James Joyce (curiosamente son dos obras que en el contexto de estos relatos quedan abandonados, uno en un andén, otro bajo el agua).
Leer cada uno de estas microficciones es como transitar por una feria donde en cada esquina hay alguien que necesita contarte lo que ha sucedido antes de caerse del mundo, y detrás está siempre ella, la autora, moviendo sus piezas de ajedrez o dando el martillazo final, para que sólo quede para el lector silencio e inquietud.
Hay animales también presentes en esta travesía: un burro volador; las vacas yéndose (“con largavistas, las vimos atravesar la frontera. Disolverse, suicidarse en una tierra de nadie”); un diálogo entre un guacamayo y un gallo; y el tan anhelado regreso entre los pastos del escarabajo Samsa y su autor: Franz Kafka (“No me pises – dijo una vocecita en la plaza de Quitilipi”).
No le he preguntado a la autora todavía por qué el título de tan preciado libro ¿Por qué Distancia Cero? ¿Será por ese clima feriante que describía antes, donde sentimos que estamos rodeados de seres mágicos que se desprenden de estas páginas? ¿Será que no hay distancia posible entre esas pequeñas ficciones y esta mirada que vuelve una y otra vez sobre sus páginas? Tal vez aquel distanciamiento brechtiano que siempre nos permitía mirar desde afuera e indagar en el pensamiento esta vez ya no sea útil. No lo sé.
Además es un libro publicado este año (por Editorial Desde La Gente, DLG) y no hay palabra con mayor peso este año que esa, la distancia. Distancia social. Distanciamiento preventivo y obligatorio.
En fin, sólo son indagaciones. Lo que aparece después de ese título es todo caudal de experiencia y delirio. Un sinfín de palpitaciones breves. Disparos en la noche, canciones de cuna, almas inmortales que no saben de distancias.
Tempo.
Salió el sol.
Es de día y parece de día.
Nos sentamos sobre el mostrador, balanceamos las piernas.
Atardece, la luna es blanca, después amarilla fuerte, casi como la naranja que chupamos entre todos.
Se nota que es de noche.
Destierros
Como si fueran de otro planeta o de ciencia ficción, las vacas parecían trotar, veloces y borrarse entre las contracciones del paisaje.
Con largavistas, las vimos atravesar la frontera. Disolverse, suicidarse en una tierra de nadie.
Comunidad
-Aquí no hay agua- dice Sisa, despacio.
-¿Qué querés que sean tus hijos de grandes?-insiste el entrevistador.
- Pero si van siendo.
-Digo, ¿qué querés que hagan de grandes?
-Que vivan.
El entrevistador comienza a irse. Le gustaría correr pero la sed lo retiene.
*Revista digital ómnibus n. 63, entrevista a Susana Swarc por Mario Buchbinder y Daniel Calmels