Susana Szwarc y ese paladeo de las letras jugosas

  • Imagen
    Susana Szwarc
Poesía argentina

Susana Szwarc y ese paladeo de las letras jugosas

25 Septiembre 2022

Susana Szwarc nació en Quitilipi, Argentina, en1954. Es integrante del Club argentino de kamishibai (teatro portátil). Ha pertenecido al plan de lectura fundado por Hebe Clementi, coordinando talleres literarios en Argentina y otros países. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Bailen las estepas (1999), En lo separado (1988), Bárbara dice (2004), Aves de paso (2009), El ojo de Celan (2013,2019), Una piedra en el aire (2019), Caracú (Pixel ediciones, 2021) y Decir la suerte (poesía reunida, Ed. Contexto, 2021), todos de poesía. En narrativa, Trenzas (1991, 2016), La muertita o la novela que (2016), El artista del sueño y otros cuentos. (1981), El azar cruje (2006), Una felicidad liviana (2007) y sus cuentos reunidos en 2018 con el nombre de La resolana.

El músico Cristian Varela ha compuesto en 2010 una ópera con su cuento «No camines en el barro». Varios de sus libros han sido traducidos: Bárbara dice al francés como Bárbara dit y con colaboración del programa Sur en el 2013, tradujo Cristina Madero.; en el 2016 se tradujo al italiano El ojo de Celan / L´occhi di Celan, por Alessio Brandolini. En 2019 al alemán la novela Trenzas / Zöpfe, tradujo Erna Pfeiffer.

Lidia Rocha y Gerardo Curiá conversaron con ella en su programa de radio Moebius y AGENCIA PACO URONDO tiene la suerte de compartirlo con ustedes

Pregunta: ¿Cómo surgió Caracú?

Susana Szwarc: Estaba en Madrid con un amigo, de nombre Félix. Yo le pregunté: “¿Caracú comen acá?”. Él me dijo que no, que no existe. Yo decía: “No puede ser”. Discutimos, porque tenemos por costumbre discutir sobre las palabras, con “esa avaricia del lenguaje”. Y busqué que “caracú” es una palabra de origen guaraní.

P: Hablaste de “la avaricia del lenguaje” citando a Inés Manzano.

S.S.: “Avaricia” suena en el poema de Inés precioso, amoroso. Pero “avaricia” significa también deseo de guardar algo, de quedárselo. Y tanto a Inés como a nosotros nos gusta sacar las palabras, darlas. Suena bien y más lo de “yo tengo la avaricia del lenguaje” en el poema de Inés. Estaba leyendo algo de Emmanuel Levinas. El lenguaje es la casa, el refugio, lo que nos ampara; por eso usarla como información, como comunicación, es un contrasentido que nos aleja de la poesía. Se dan otras avaricias que no son precisamente las del lenguaje.

P: Podemos hablar de un placer del lenguaje, de una donación.

S.S.: De un saboreo, de un disfrute, de una degustación.

Imagen
Caracú tapa

P: Y una necesidad, también de compartirlo, de regalarlo.

S.S.: En los talleres me sucede muchas veces que los cuerpos, las voces, están muy cercanos. A veces, al leer un poema, sucede que nos toca. Cuando leemos y compartimos ese lenguaje poético se produce un verdadero encuentro, que no se podría explicar, porque no se trata de un entendimiento sino de un encuentro. ¿La poesía es para leer con la vista por qué nos gusta tanto leer y escuchar un poema en voz alta? Quizás sea por eso, porque nos toca.

P: Laura Prelooker dice sobre Caracú: “El significante que puede degustarse, devorarse, comerse, chuparse. La ineludible transposición erótica: lo que nos trae en sí misma, sonora, la palabra que bautiza este libro, el acto de comer vuelto erotismo, deseo, hambre sexual, literatura”. Tu poesía tiene mucha materialidad. Uno de tus poemas, creo que se llama “Delivery” que habla de “llevarse las palabras a la boca”. En este libro, Caracú, lo que se come, lo que se saborea, está muy en primer plano.

S.S.: No sé si era esa la intención. Porque hay a veces un dictado mientras escribimos, que era usar los múltiples significados de caracú. Significados que quizás se fueron olvidando, o quizás son usos más de pueblo: “me duele hasta el caracú”, “me gusta hasta el caracú”. Sería como el alma.

P: Es un libro que tiene mucho que ver con el erotismo del paladear.

S.S.: Con el paladeo de las palabras también.

P: Un libro festivo: la comida, las palabras comestibles. Muchos poemas tienen como subtítulo “Divertimento”.

S.S.: Disfruté mucho de escribir este libro. En algunos, muy pocos, aparece también lo terrible, que están como golpeando, pero, por lo general, no sucede esto. Tenía el cuerpo totalmente dolorido e igual me aparecían poemas.

P: Uno de esos poemas es “Raíces de amargura” y está justo después de un poema que se llama “Sobremesa”, que está (cómo decirlo) en las antípodas. Dice cosas como “le duelen las costillas de reír”, “está a punto de caramelo”. Y a continuación aparece otro de los poemas titulado “divertimento”.

S.S.: “Raíces de amargura” parece que no debería estar ahí, pero sin embargo no pude sacarlo.

P: Vos jugás con el lenguaje, es algo muy propio de tu literatura.

S.S.: Es que el lenguaje nos ofrece esa posibilidad, con sus aliteraciones, los sonidos repitiéndose. Y cómo uno puede ir de una palabra a otra. A mí me divierte mucho eso. Los sonidos, no los sentidos, aunque el sentido siempre lo envuelve, es inevitable. Siempre estoy jugando con las palabras. Incluso en los momentos dramáticos está la otra cara, la cara de la risa. Y eso que sucede en mí, sucede en los poemas. O viceversa.

P: Ese juego también se vuelve serio.

S.S.: Eso viene de distintos lugares. Uno, de la cuestión más wichí, que es un lenguaje con un sentido del humor muy grande. Lo serio también se puede decir de una manera que suaviza el horror. En el idish, del cual Alberto Szpunberg decía que cada uno hablaba cómo le salía, hay también un gusto por cada palabra. Bashevis Singer, al recibir el premio Nobel de Literatura en 1978, comentaba que el idish no tiene palabras para designar cosas como armas, munición, ejercicios militares o tácticas de guerra. En mi casa siempre jugábamos mucho con las palabras.

P: ¡No sólo con las palabras! En tu libro también jugás con las letras: la jota, la che. “Una che me lastima el oído”.

S.S.: Sí, eso me encanta. Una “che” podría ser una otra, también, si seguimos abriendo el juego.

“Siempre estoy jugando con las palabras. Incluso en los momentos dramáticos está la otra cara, la cara de la risa. Y eso que sucede en mí, sucede en los poemas. O viceversa”.

Pulpa, a qué sabe.

Decir:

¿es una cuestión de idiomas?

 

Todavía tu tuétano no es mi caracú

(aunque les digan: sinónimos)

 

Como nuez cremosa,

como fruta carnosa,

como letra jugosa.

 

Hablamos, gesticulamos, rimamos

ridículamente, hermosamente.

 

Y mientras crecen los huesos,

los pastos, las letras, las risas

creemos paladear

*

El caracú

Para comer un caracú, hay que tener

el honor de recibir ese huesito redondo,

agarrarlo con la mano y hacer un sorbido un sonido

que sólo sucede en el momento del encuentro

del hueso con la boca.

 

Pero tampoco tu hueso es mi hueso.

 

Nombro

y me asombro:

¿hasta dónde llega el carozo de la aceituna

que, bajo mi lengua durante todo el viaje,

recién escupí? Cruzó la frontera,

el muro, de un patio a otro.

 

Gesticulás como si yo dijera

algo extraño. Te escucho

murmurar: llegó el tercer mundo.

 

Hace cosquillas

tu pronunciación

aunque no sé qué

estás diciendo.

 

Mi caracú

resbala sobre la vereda,

deja su grasa sobre el oro que,

todavía, algunos

festejan hasta el tuétano.

*

Blow up o o Ñembopacu

                                                     (Divertimento)

                            

                                                      Para Eugenia San Miguel

La luna está hermosa, dice

y mira

con terquedad de sombra.

 

Abre la ventanilla del bondi,

saca una foto, y otra.

 

Lo grave

-como en el cuento -

es que la cámara se trasciende

y la foto primera de la luna

muestra

lejos

cuerpos jadeantes

sudados.

 

La foto se expande y se ve

creciente

la ampolla de una mano

a punto

de explotar.

 

¿Antojo o contagio

la lengua ampollada

de una pasajera? Se dilata,

acciona su defensa. 

 

Los pasajeros no dejan

de mirar la luna, las fotografías,

las lejanías hasta que tocan,

lentísimos,

sus propias llagas. Los pies.

 

¿Quién no se descalza?

¿Quién no se tapa los ojos con las vendas?

 

Benditos. Benditas,

murmura el colectivero

y el bondi se vuelve una fiesta, una sola piel.

 

(Se besarían la herida

pero esa palabra -herida-

me desanima.)

 

En general, las ampollas se curan por sí solas.

*

Circo en Avia Terai

Primera función

en la playa del tren

y los clowns que no logran

concentrarse.

Tanto ensayar para que el tiempo

no los ayude. Solo transpiran

recuerdos de flores venenosas.

 

Nada tuvo gracia, más bien

todo el número fue una desgracia.

Por suerte entra el mago, certero.

Sus flechas, dieciocho tiradas a un tiempo,

vuelan por el espacio,

retornan, y él las sujeta, una por una. A veces

se diluyen en el espacio.

 

El mago, ahora, las arroja y la trapecista

confiada

ve, ante todo,

ese vuelo. Después,

¿no ve más?

 

Gira, aletargada ¿Se sorprendió?

¿Alcanzó a pensar que las cosas

también 

son así?

 

Las flechas toman una sola dirección: el cuerpo

de la mujer

y caen 

sobre su frente, los brazos, las piernas, la ingle, la pelvis.

 

Desaparecen, flechas en el cuerpo. Desaparece el cuerpo.

 

Nos queda la reacción del público. ¿Cómo saber

si fue un acto perfecto de magia o hubo algún error?

No tienen idea de si reír o llorar.

Aplauden.