Domingo del ‘94
Por Diego Kenis
Hace días, incluso antes de la dolorosa eliminación, que me persigue el recuerdo de una tarde que nació melancólica. A diferencia de lo que ocurre con el grueso de los sentimientos, difusos en el calendario perdido, a ése puedo, pelota mediante, ponerle fecha precisa.
Aquel 3 de julio de 1994 fue domingo. Argentina jugaba frente a Rumania, y me llama la atención no recordar el frío del invierno de Saavedra. Eran los Octavos de Final, la primera estación a cara o cruz en la era posmaradona, inaugurada días antes con el corte de piernas del 10 y la posterior derrota con Bulgaria.
Yo estaba en lo de mis abuelos, donde veíamos los partidos del Mundial yanqui. Pero mi Viejo me pasó a buscar, y en vez de seguir el juego salimos a caminar. Lo que nunca: sin rumbo fijo, mientras el sol se perdía y de las calles de tierra comenzaba a quedar sólo el susurro bajo los pies. El partido transcurría en una realidad paralela, ausente. Su resultado no importaba. O, más bien, no admitía incógnita: flotaba en el aire una desazón colectiva de cosa juzgada que nunca olvidaré. A nadie, podría asegurar, se le ocurría imaginar una victoria. Sensación amarga y pesada, sobre los hombros y el alma, anticipaba los años que vendrían.
Supongo que al Viejo también se le jugarían cosas, el cierre de una época que había comenzado cuando conoció a la Vieja, que iba a retirar encomiendas del laburo al bar donde él miraba los partidos del joven Pelusa boquense del '81.
Quizá pesaba también el ocaso de la última felicidad, el asomar irremediable de la realidad cotidiana. El fin de la primaverita ficticia que había logrado crear el vendepatria en turno. A partir de allí, vendrían las épocas peores de la mesa familiar, con la heladera por testigo.
El Viejo dejó pronto de permitirse el lujo esporádico del Gancia y ya ni Maradona le quedó. Yo nunca vi aquel partido, cuando lo repiten en tevé cambio de canal y recién hace un par de años me le atreví a un compacto.
Estos días, triste de que ni con Messi se nos dé y ya sin el Viejo para compartir la senda de conjuro a la amargura, anduve caminando mucho aquellos pasos.