Dune, un universo singular
Por Andrés García
Siempre nos quedará la duda de si los escritores de ciencia ficción son precursores o visionarios del mundo por venir. Futuros distópicos como Un mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell, que prevén diversas formas de control social y político. La saga Fundación o Yo Robot de Isaac Asimov, que se adelanta de alguna manera a la revolución tecnológica de la robótica y la informática. También tendríamos que nombrar a Julio Verne, que predijo o empujó a la ciencia a los desafíos de los viajes espaciales y submarinos, entre otras cosas. Sin embargo, hay autores que se sustraen a estas especulaciones cientificistas o distópicas para crear universos y personajes maravillosos en donde la tecnología queda al margen para poner en relieve la materia prima de los procesos históricos: la política, la religión, la ciencia y las intrigas palaciegas que fundan o destruyen dinastías de poder.
El exponente de este género superlativo es Frank Herbert, con su saga Dune. Este escritor estadounidense ha creado un universo fantásticamente realista, lógicamente posible. Una especie de Imperio Galáctico, 200 siglos en el futuro, en donde se disputan el poder dinastías que bien podrían ser romanas, griegas y árabes, todas ellas sometidas a una especie de inquisición religiosa que experimenta genéticamente con la humanidad en busca de un nuevo mesías. Si a esto le agregamos la Especia o Melange, una poderosa y adictiva droga que potencia las facultades cognitivas e incluso predictivas, que es necesaria para los viajes interestelares, y que solo es producida en un planeta desértico por los gusanos de arena, la trama escapa a las trilladas historias de imperios galácticos tipo Star Wars.
Con una prosa impecable, Frank Herbert nos hunde de entrada en un mundo complicado, lleno de personajes extraños, sin explicarnos nada, dejando que el desarrollo de la historia vaya desnudando la trama y los conflictos. Con una maestría y un genio pocas veces visto en este género, el autor despliega en nuestra imaginación un universo que quisiéramos conocer, vidas dignas de ser protagonizadas. Los Atreides, los Harkonnen, los Corrino, las Bene Gesserit, los Ixianos, los médicos Suk, los Mentat, los Fremen, la Cofradía Espacial, aparecen y se entrelazan en intrigas políticas que vamos hilando y comprendiendo a medida que la historia se desarrolla. Y en ese desvelamiento se nos vuelve imposible cerrar el libro.
Se podría decir que Herbert explora y lleva al límite las posibilidades de la evolución de la mente y el cuerpo humano como nunca otro autor lo ha hecho. Con la profundidad de un sabio que parece haber experimentado lo que escribe, el autor nos deja en una especie de extrañamiento. Nos llenamos de preguntas y pensamientos inusitados, y hasta de un inevitable deseo de consumir Melange. Cruzando el umbral de la ficción, se nos encarna como una alucinación en los indómitos desiertos de Arrakis.
Siempre nos quedará la duda de si los escritores de ciencia ficción son precursores o visionarios del mundo por venir. De lo que no dudo es de que Frank Herbert ha creado un universo singular, y por qué no confesarlo, me gusta pensar que fue un visionario.