El descenso y ascenso de Antonio Di Benedetto a través del Mal Radical

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El descenso y ascenso de Antonio Di Benedetto a través del Mal Radical

10 Octubre 2016

 

Por Esteban Galarza

Hay una imagen constante que atraviesa los ojos de Antonio Di Benedetto, algo que no puede terminar de formar del todo. Se puede pensar en su tiempo en prisión clandestina durante el período de 1976 y 1977, en cómo buscó una forma creativa de algún modo. No puede configurarla del todo bien y solo atina a repetirla una y otra vez en palabras, frases, párrafos, textos varios. Sus dedos están agrietados, su boca tiene llagas, le destrozaron los anteojos y la buena salud. Nunca tuvo una buena estrella y pasó por tres simulacros de fusilamiento (Dostoievsky tuvo uno solo y nunca quedó del todo cuerdo después de eso). Puede bisbisear en las largas noches el conjuro del Mal radical que penetra en sus huesos, pero no sabe cómo plasmar su experiencia para poder o bien dejar testimonio o bien crear algo que responda al porqué de la crueldad. Noche tras noche escribe en papelitos y con letra microscópica sus visiones, las variaciones sobre lo indecible y lo inenarrable. Esas configuraciones del autor plasmados en un papel sucio son la génesis de lo que más adelante se editará como la colección de cuentos Absurdos. El título lejos está de ser azaroso ya que detrás del concepto de absurdo se encuentra la clave para ingresar a la espiral descendente que es el mal, o lo que el autor entiende por mal. Ese término, a su vez, es el que encierra la clave para salir a la luz de ese destierro forzoso.

La búsqueda obsesiva del origen del puro mal, el inicio de las desdichas del hombre es una constante en la narrativa de Antonio Di Benedetto, y se agudizó en sus relatos escritos en prisión. Hay sin embargo una variante en la colección de cuentos Absurdos que invierte la búsqueda. Di Benedetto en Absurdos continúa con la búsqueda, pero ya no desde el comienzo de la decadencia de sus personajes, sino cuando ellos ya están imbuidos dentro del mal. Dentro de ese estado de mal absoluto los personajes buscan restablecer el orden del mundo aunque no siempre lo consigan. La espiral entonces no es descendente, sino ascendente.

Orfeo desciende hacia el Mal radical

Hay algunos parámetros sobre qué es el Mal Radical en Di Benedetto que se deben tener en cuenta antes de seguir avanzando. El Mal es ante todo un problema de límites y de libertad, es una negación que debe ser trastocada en afirmación: no comerás del fruto prohibido del Paraíso terrenal, no desobedecerás la Ley Sagrada. Violar la ley y traspasar el límite es caer en el mal, en lo indecible. Según Agustín de Hipona, en cambio, no se relaciona tanto con el violar normas sino con la ausencia de ser. Entonces cuanto más cerca del Mal se esté significará que más cerca de ser nada será. Y la nada es ausencia y silencio. Antonio Di Benedetto se posiciona en los límites dentro de estos parámetros de lo maligno: la frontera del lenguaje, el filo entre el decir y el silencio, la ausencia, el otro lado de la razón. Su trilogía de novelas, Zama, El Silenciero y Los Suicidas, son prueba de su voluntad de alienarse de todo, una opción hacia el vacío: la espera, el silencio, la nada.

Dentro de toda la configuración del autor y su obra aparece un par radical de Di Benedetto: el Marqués de Sade, el hacedor de males. Ambos aparecen como figuras paralelas porque ambos crean desde prisión universos ficcionales en los que ellos actúan como soberanos omnipresentes. Pero mientras el Marqués de Sade, mediante reglas muy estrictas, destruye todo concepto de humanidad y se hunde en una furia inédita hasta entonces, Di Benedetto bucea en sus ficciones buscando una salida al Mal.
Por otro lado entra un último autor en el universo dibenedettiano, que termina de cerrar toda búsqueda y respuesta sobre el Mal Radical: Albert Camus y su teoría del hombre absurdo como síntoma del siglo XX. Entender que vivimos en un absurdo en el que la razón lleva al genocidio es la opción para huir del suicidio.

Esa lección será vital para entender gran parte de las mejores cosas que escribió Di Benedetto. Sus personajes sufren males muchas veces insoportables, como la mujer que queda atrapada bajo el cadáver de su marido en el cuento Pez, o Aballay y su promesa de jamás tocar tierra. Es notable que nunca se presente el suicidio como opción. Tal vez se deba a que el suicidio en Di Benedetto pertenece a una otredad que hay que huir porque es muy real ya que el mendocino fue hijo y nieto de suicidas. El suicidio es la herencia paterna terrible y su rebelión contra ese mundo heredado tiene aires kafkianos.

Una opción hacia la desintegración

En esos textos de prisión escribe sueños en forma de cuentos o a la inversa. En ellos describe escenarios imposibles, inmensos aunque no siempre la inmensidad esté relacionada con el espacio, sino con el vacío. Si bien es recordado por Zama, la mejor novela escrita en castellano desde el Quijote, Di Benedetto no se siente cómodo con el formato. Su laboratorio son los cuentos, el discurso fragmentario, conciso y concentrado. Si sus manos están ajadas, su escritura hace surcos en el pensamiento. La plenitud de su escritura es armar vacío en el espacio. La inmensidad que genera ese vacío produce la angustiante presencia del mal, de algo que no es, pero que incide negativamente en todo el ser.

Antonio Di Benedetto es un extranjero aun antes del exilio forzoso. En sus orígenes se aísla de la literatura regionalista cuyana en boga cuando esboza sus primeros escritos. La forma que elige para ingresar la literatura es el cuento, la temática es kafkiana: elabora un bestiario que se edita bajo el título Mundo animal. Esa colección de cuentos es una condensación de todas sus obsesiones: el silencio, el suicidio, la deshumanización, la animalización, el desarraigo, la fragmentación y la inclinación hacia la nada. Es extranjero también de sus pares porque no se encauza dentro del llamado boom latinoamericano y si bien sus textos de la década del 60 tienen aires europeos, su escritura no logra ser encasillada.

Durante toda su carrera previa a su arresto el 24 de marzo de 1976 el mendocino escribió varias colecciones de cuentos en los que ensayó obsesivamente variantes formales sobre temáticas afines. Tras su primera época de estética fantástica borgeana / kafkiana, progresivamente fue dejando de lado por improntas más vanguardistas. Supo adelantarse a la corriente francesa del Nouveau Roman que supo tener como mayores exponentes a Robbe Grillet y a Marguerite Duras, aunque tal vez como una ironía de su estrella negra nadie le reconoció ese mérito hasta mucho más tarde.

Si el sujeto se reinventa a través de la escritura, Di Benedetto se oculta en ella. El desarrollo de estos temas se da en un espacio metafísico, amplio e infinito y a la vez mutilado. Los cuentos son una opción hacia la desintegración final. Todo se conjuga en una agudización del sentimiento de extrañeza, que inclusive se ve en lo inestable de la publicación de sus libros. Los nombres son volátiles: lo que hoy se conoce como Cuentos claros había sido editado antes como Grot; la novela El Silenciero tuvo una edición en España llamada El hacedor de silencio. Pareciera que Di Benedetto busca no quedar en medio de un movimiento, una tendencia, una nomenclatura.

Alienado de todo y de todos, elige la progresiva desintegración en vez de la construcción. Baste recordar que poco tiempo antes de morir planeaba una edición con todos sus cuentos compilados en el que incluiría de modo completamente diluido todos los fragmentos de ese inclasificable libro que es El Pentágono, novela en forma de cuentos, geometrización de los sentimientos que tanta envidia literaria le generó a Julio Cortázar.

Y entonces llega el año 1976, el momento de quiebre en el que después de buscar durante décadas el origen del mal ese mal le llegó anónimo, burocrático y brutal. En este punto surge una paradoja: el mal en los personajes dibenedettianos es arbitrario, les llega sin que lo busquen; pero por otro lado el autor busca el origen del mal. Ante esta perspectiva el choque resulta inminente. Sus cuentos escritos en prisión muestran una variante radical en su producción: Di Benedetto ya no busca la desintegración y los márgenes, sino que quiere huir del mal radical. Tras haberlo buscado tanto tiempo, cuando lo padece ya no quiere saber nada con él, pero no puede huir.

Los cuentos escritos en prisión se desarrollan con personajes humanos y animales, en llanuras infinitas, catres mínimos o selvas precolombinas. El mundo de estos personajes es desolado y sin embargo los personajes no están solos. Es un mundo poblado de individualidades que actúan todo el tiempo aunque de forma estéril. De entre todos esos cuentos hay uno que es bisagra: Onagros, hombres y renos en el que un padre y su hijo son víctimas de un atentado y tras haber sido dados por muertos deben reconfigurar su esencia en un mundo nuevo, primitivo y lleno de seres hostiles a su condición de caídos. En él por primera vez los personajes logran reconfigurarse desde el mal y renacer a la luz solo en solidaridad entre ambos, formando una manada nueva. Tras décadas de desintegraciones logró encontrar una suerte de reintegración. Ya en el último cuento de la colección, Italo en Italia, la temática es otra, el lugar se vuelve claro y tangible, el autor pudo haberlo escrito inclusive desde el exilio.

Lo que quedó de él tras la prisión fue una sombra de toda la intensidad acumulada, un exiliado que inclusive cuando volvió en 1984 era mirado con recelo. Tal vez su prisión fue un castigo por su silencio. Esta actitud no era apatía, sino un manifiesto: el silencio también es una convicción política en Di Benedetto, es elegir no ser. Tal como le ocurrió al personaje de Albert Camus del cuento El Invitado, Di Benedetto atrajo la catástrofe histórica sin quererlo, pero cuando llegó el momento supo dar testimonio sin traicionar su arte.