El limonero real: una mirada poética al universo saeriano
Por Analía Ávila
Amanece y ya está con los ojos abiertos;
repetidamente vuelve a recordar
un chasquido de agua y un cuerpo moreno
y esa vuelta oscura desde la ciudad.
Y silencioso el Layo va clavando el remo,
de un nombre ladeado suena esa otra voz;
el tiempo se tuerce, redondo y eterno
como agolpa el árbol, el fruto y la flor.
Jorge Fandermole
En una de las escenas más poderosas y poéticas del film de Gustavo Fontán, el protagonista de la historia, Wenceslao (Layo), se zambulle en el río y hay una tensión entre el deseo de quedarse inmóvil debajo del agua y la necesidad de regresar a la superficie; de pronto emerge con una bocanada urgente y así condensa la tensión muerte, vida, duelo que vive el personaje y que mueve al relato. La película se rodó en Colastiné, provincia de Santa Fe, cerca de donde Juan José Saer tenía su casa. Cierra “el ciclo del río”, iniciado con La orilla que se abisma, sobre el universo del poeta Juan L. Ortiz (2008) y El rostro (2013). Fontán señala que eligió este paisaje porque le interesa mucho la idea de territorio y el modo en que el arte se apropia de un espacio de la realidad y lo reinventa: “Para mí fue siempre un desafío poner las películas en sistema, a dialogar entre sí.”
La novela de Saer El limonero real narra una historia mínima; una familia de pobladores de la costa santafecina se reúne desde la mañana para la celebración del 31 de diciembre, que termina por la noche en la comida de un cordero asado. Aunque Wenceslao intenta convencerla, su mujer se niega a participar del festejo alegando el duelo por su único hijo; para el protagonista todo está atravesado por estas dos ausencias, la de su esposa y la de su hijo. Lo que vuelve compleja a la novela es su circularidad, con numerosas repeticiones de escenas, flashbacks y un eterno recomenzar. Sin embargo el cineasta optó por un tiempo lineal, transforma la obra en algo nuevo: “Al principio pensamos que esa circularidad del tiempo podíamos considerarla en la estructura. Escribimos el guión con esta posibilidad pero luego la desestimamos, decidimos dejarlo, de alguna manera, en el nivel de la percepción.”
El director reflexiona: “El principal desafío cuando uno toma una novela para llevarla al cine es ver si se puede apropiar del texto de alguna manera. La historia, o los personajes o la concepción del tiempo, algo del texto debe transformarse en sueño propio, desplegar en vos un universo de imágenes que brotan del texto pero que son tuyas. El nuevo sistema en el que se despliegan debe ser necesariamente una nueva creación, con sus reglas, cerrada en sí misma.” El gesto de Fontán fue tomar textualmente diálogos de la novela y elegir algunas escenas a las que dio vuelo poético, gracias a la impecable fotografía de Diego Poleri, la dirección de arte de Alejandro Mateo y al sonido logrado por Abel Tortorelli. El zumbido de las cigarras, el golpe rítmico de los remos, la lluvia sobre el río, el crepitar del fuego, las variaciones de luz, el reflejo de la luna llena, crean atmósferas de profundo lirismo. La escena del baile nocturno que cierra el film, sin sonido, sintetiza el deseo de los protagonistas de celebrar, a pesar de todo.
Saer dijo en una entrevista que para él la escritura estaba precedida por una especie de extrañamiento del que derivaban las palabras iniciales de un poema. Tenía una forma de trabajo más propia del poeta que del escritor, tomaba notas y observaciones. Escribió buena parte de su obra desde la poesía, decía que era su horizonte estético; antes de empezar un relato hacía un ejercicio con algún poema. Del mismo modo el director lleva cuadernos de filmación: “Una película empieza en una libreta, casi como objeto fetiche. Las notas son muy variadas, algo que leí, alguna frase que dijo alguien, un recuerdo. Por ejemplo, para El limonero real tomé muchas notas del propio Saer sobre el arte, la cultura, el tiempo. Y siempre hay poetas y poemas”
El elenco se formó con actores y no actores, una combinación que le suma realismo al film. “Hicimos una búsqueda muy grande para elegir a cada uno, los que tienen experiencia actoral, como los que no. Buscábamos un realismo donde estuviese ausente la idea de representación para que apareciera algo de lo real y lo humano”, comenta el cineasta. Los actores protagonistas son Germán de Silva (Wenceslao), Patricia Sánchez (Ella), Eva Bianco (Rosa) y Rocío Acosta (La Negra); entre los que no tienen formación actoral se destacan Rosendo Ruiz (Rogelio) y Gastón Ceballos (Ladeado, el niño) que emociona sólo con su rostro. “Creo que el cine puede capturar algo de las personas que le es propio: una forma de estar en el mundo, una mirada, un cuerpo, una energía. Pienso en esto siempre como primer factor”, agrega el director.
Fontán cuenta sus proyectos: “Muy pronto se conocerá un documental, El día nuevo, con quien fue nuestro guía en El Rostro, don Héctor Maldonado. El próximo año podrán ver una trilogía que es la respuesta de un trabajo y una inquietud que nació hace tres años: una mirada sobre el mundo de manera más directa. Y además estamos preparando para rodar a fines del año próximo, la transcripción de una novela hermosa: Miramar, de Gloria Peirano”