El origen de la virtualización: Videodrome
Por Daniel Mundo / Ilustración: Nora Patrich, Itzel Bazerque Patrich, Gato Nieva, Juan Manuel Sanches y Alex Waterhouse -Hayward
Dicen que cuando se terminó de filmar, el mismo Cronenberg farfullaba que iba a ser un fracaso. Transcurría el muy remoto año de 1982, en el Imperio gobernaba Ronald Reagan. En la Argentina militar que le declaró la guerra a Inglaterra, una casa con teléfono salía el doble que una sin teléfono. Teníamos cinco canales de aire. Marshall McLuhan hacía un par de años que estaba muerto. Duró dos semanas en cartel. Habían invertido 6 millones de dólares y recaudaron 2. Lo querían matar. Pero la sorpresa y las ganancias llegaron al poco tiempo, cuando se editó en VHS. El cambio de medio la convirtió en una película de culto. Aún sigue siéndolo. Se trata de Cuerpos invadidos: Videodrome.
Vale la pena contar un par de detalles. Recién se estrenó al año siguiente, en febrero de 1983, porque hubo que filmar nuevas escenas debido a que los espectadores a los que se les había mostrado el preestreno no la entendieron, y porque debieron recortar otras cuya calificación era X, es decir, pornográfica. Los efectos especiales todavía hoy causan impresión.
Muchos críticos terminaron considerándola profética, pues no hay que hacer un gran esfuerzo imaginativo para trasladar lo que Cronenberg planteaba sobre la televisión a lo que, desde hace unos años, se llama Realidad Virtual. Algunos mensajes se profundizaron. La autonomía de la información con respecto a la manipulación humana se agrandó. Dos temáticas clásicas en Cronenberg, que en esta película desplegó con maestría, constituyen excelentes fundamentos para reflexionar sobre la virtualización: 1) el acoplamiento entre el ser humano y la técnica, en particular la tecnología mediática; 2) la con-fusión entre lo que se llama realidad y la fantasía. En 2005, en una exhibición privada del film, Cronenberg confesó que el poder profético que algunos fans le habían adjudicado a la película provenía básicamente de los postulados del controvertido McLuhan. Principalmente de una de sus fórmulas más exitosas y crípticas: “El medio es el mensaje”.
Cronenberg se propuso ubicar en ese status a la trama, que es un nivel de elaboración muy complejo, porque consciente o inconscientemente solemos resistirnos: el nivel del mensaje del medio, que es diferente al nivel del contenido que el medio transmite y exhibe. En la película lo comprobamos cuando advertimos que las imágenes de Videodrome a las que se expone el personaje principal, Max Renn (James Wood), no muestran otra cosa que las proyecciones de los deseos del telespectador, que a su vez habían sido ya condicionados por los mensajes mediáticos, en un círculo vicioso del que, para bien y para mal, hay una única salida.
Este desdoblamiento indefinido entre forma y contenido, entre realidad y fantasía, entre lo que el personaje sueña y lo que vive, dificulta precisar el sentido de lo que se está viendo. Cuando una fuerza irresistible lo obliga a Max a introducirse un cassette de video en un agujero que se le abre en el estómago, sintomáticamente semejante a una vagina, la primera de una serie de alucinaciones cada vez más realistas, el espectador no puede distinguir si lo que está sucediendo enfrente de sus narices ocurre realmente o es una alucinación del personaje. El personaje tampoco es capaz de distinguirlo. He aquí el secreto por el que Cuerpos invadidos resulta tan actual y todavía perturbadora: Cronenberg decide no dar ningún indicio claro y distinto de la realidad a la que se refiere, tratando a ambas, la “realidad real” y la “realidad alucinada”, con el mismo principio de representación. Es precisamente ahí donde actúan los efectos mediáticos.
Primera toma. Se enciende la pantalla de un aparato retro de televisión que puede pertenecer a los años cincuenta o a los ochenta. Un monstruo gigantesco que a la largo de la película va metamorfoseándose en otra cosa, con otro tipo de existencia. Ahora, al comienzo, los títulos se van exhibiendo sobre un primer plano del rostro de una mujer que cumple funciones de secretaria. Está tratando de despertar a su jefe, Max Renn. Renn es el dueño de un pequeño y marginal canal de televisión, Civic-TV. Mientras lo despierta, le ordena la cargada agenda del día y, por las dudas, le advierte que ese mensaje que está escuchando no es un sueño. Hay que despertarse de verdad, Max. Le habla de modo cool. Le pregunta jocosamente si no puede arreglar una cita en un horario normal, no a las 6 am. Esa escena y la siguiente en la cocina, con Max haciéndose café, nos proporcionan el perfil del antihéroe cronenbergiano. Es desde su punto de vista que iremos avanzando en la historia. El desorden de la casa, el desaliño en la ropa y el hábito de fumar mientras desayuna hacen que su perfil oscile entre un empresario border y un cuasi artista bohemio.
La trama es intrincada y difícil de resumir. Empezando porque los tres personajes masculinos principales tienen su referente en la vida real. El excéntrico filósofo mediático que solo aparece en televisión, Brian O’Blivion (Peter Dvorsky), está inspirado sin duda en McLuhan. Toda la película, en verdad, pareciera ser un despliegue contradictorio de los postulados del filósofo canadiense. Max Renn, por su parte, está supuestamente basado en el conductor de un programa por cable de los años 70, Moses Znaimer, que todos los viernes a las 22 hs transmitía películas eróticas. El personaje de Convex (Leslie Carlson) —jefe de Programas Especiales de Spectacular Optical— remite al televangelista Jim Bakker, que en la década de 1970 dirigía un programa de televisión muy exitoso llamado PTL Club (Praice the Lord, Alabado sea el Señor). Es decir, los intertextos con los que dialoga Cuerpos invadidos son bastante claros. Es la televisión real. O el mundo real.
Civic-tv es un canal con una audiencia muy minoritaria, se queja Max. Suelen exhibir porno soft. Entre los apremios económicos y cierta ansiedad, Max trata de incrementar su audiencia. Al fin de cuentas, Max no es otra cosa que un emprendedor mediático. Para lograr aumentar su público, se pregunta si no será hora de pasar a mostrar cosas más crudas y violentas. La gente ya no quiere ver un sexo intelectual. Tiene que haber algo sucio, bastardo, profano y sinsentido puesto en juego. Una de sus proveedoras de films, Masha, y un distribuidor oriental, con los que se entrevista, le ofrecen películas para su programación. Tanto a Max como a sus socios estas historias los aburren. Max lo dice expresamente: “Busco algo que rompa barreras … Algo ¡fuerte!”. Los empresarios y los artistas de pronto persiguen el mismo objetivo.
Ahí aparece en la historia su técnico “pirata”, Harlan, que desde hace un tiempo viene tratando de sintonizar una transmisión de películas violentas que aparentemente provienen de Malasia. Esa onda de transmisión que quiere capturar se llama Videodrome. En un principio solo capta unos pocos segundos. En la película de Cronenberg no pronuncian la palabra snuff, pero de eso se trata. Lo que se proyecta es una imagen sin decorado, con los personajes vestidos con mamelucos y encapuchados, teniendo una sesión de tortura en la que, al final, se asesina de “verdad” a las víctimas. Cronenberg no creía que hubiera films snuffs, y en aquella época ofreció 20.000 dólares de premio al que le proporcionara una película de este tipo. Nadie lo hizo. En algún momento de la película, incluso Max se burla de esta posibilidad. Más o menos dice: ¿Qué sentido tendría correr esos riesgos si igualmente el espectador nunca podrá estar seguro de si lo que ve es auténtico o no? Es una interpelación directa sobre lo que estamos viendo. Toda una pregunta para el hiperrealismo mediático y la puesta en suspenso de los principios de realidad.
Harlan, en un momento, consigue desencriptar los mensajes y accede a la señal ilegal. El evento de la tortura, repetitivo y monótono, perturba a Max, que le pregunta a Harlan qué más hay aparte de esa violencia desapasionada y burocrática. Nada, le responde. Lo perturba, pero también lo fascina. Le ordena a su jáquer que empiece a rastrear y bajar la señal sin licencia.
Una noche lo convocan a un programa de chimentos en la tele para que conteste si no le parece demasiado violento lo que está transmitiendo su canal. ¿Cómo va a influir esa violencia en la gente que lo mira? ¿Qué efectos tiene? Éste fue durante mucho tiempo un tópico clásico para denunciar a la televisión, exacerbado hasta lo maníaco en la era de Ronald Reagan. Encarnaba y encarna todavía un sentido común bienpensante y unos prejuicios intelectuales que suelen aparecer ni bien se interrogan fenómenos mediáticos y masivos que atañen al sexo y la violencia. Renn responde que lo que él proyecta sirve para que la gente descargue la violencia reprimida y satisfaga, de una manera catártica, deseos sexuales que no pueden concretarse de otro modo. Sublimación. Una síntesis muy graciosa de un largo debate sobre si la tele produce deseos (sexuales, violentos, estupidizantes) o si la tele canaliza deseos (sexuales, violentos, estupidizantes). Comparte este programa con dos “personas”. Una es Nicki Brand (Debbie Harry), una psicóloga que tiene un programa de radio en el que gente muy angustiada llama para recibir consejo y acompañamiento. Brand le discute a Renn que el exceso de estímulos puede ocasionar daños psíquicos y nuevos deseos de concretar, en la realidad, las acciones violentas que consumió por la pantalla. Entonces Renn le hace una observación demoledora, le pregunta por qué ella se vistió con ese vestido rojo para concurrir al programa, sosteniendo que el vestido rojo transmite un mensaje muy claro de lo que ella está buscando: excitar. El vestido rojo es un medio de comunicación muy eficaz. El medio es el mensaje. Nicki lo acepta, sí, quería llamar la atención.
La otra “persona” que participa en el programa televisivo es el filósofo y analista de los medios Brian O’Blivion (Olvido), que solo aparece en la televisión si su imagen se proyecta desde otro televisor, es decir, sin concurrir en persona. Una televisión dentro de la televisión. El desdoblamiento de los medios. Cuando habla (mientras Max encara a Nicki y la invita descaradamente y en vivo a cenar), O’Blivion profetiza que la televisión terminará suplantando a la vida real. La televisión se volverá más real que la realidad y todos nos elegiremos un nombre de fantasía con el cual apareceremos en la pantalla o realidad virtual.
Una noche, Max va a la radio para buscar a Nicki. Van a cenar y luego a la casa de él. Ella le pregunta si tiene algo porno y él le muestra Videodrome. Nicki se excita. Le pide a Max que le clave unas agujas. Max primero rechaza el pedido, pero rápidamente se entusiasma y le pincha la oreja con gran detenimiento. Luego de cada insición, chupa el alfiler con la sangre. El SIDA aún no había aparecido en la escena global del mundo real. El espectador se queda con la intriga de la realidad o irrealidad de lo sucedido (Max también, pareciera) Parece un sueño, pero nada lo indica. La confusión entre la fantasía y la realidad se confirma, un poco más adelante, cuando en pleno acto sexual los personajes de pronto se encuentran inmersos en el ambiente sórdido de los videos de Videodrome. Ese día, ella misma se quema el pecho con un cigarrillo. A estas prácticas, el sentido común las suele llamar masoquistas.
Max se entera que la señal que pensaban que venía de Malasia en verdad proviene de Pittsburg. Le cuesta creerlo. Le interesa entrar en contacto con la gente que lo produce. Nicki, cuando se entera que esos programas se producen tan cerca, viaja para participar en uno. Nunca regresa.
Max se desespera y logra que Masha, que conoce a los productores, le proporcione el contacto. Le cuenta, además, que las imágenes de Videodrome no son falsas, la gente muere. Representan algo así como la cara visible de un movimiento político que está en contra de la virtualización o mediatización de la experiencia que vive la sociedad norteamericana, que la está ablandando y estupidizando. Masha le advierte: “Cuidado, porque ellos son más peligrosos que vos. Ellos tienen detrás una filosofía”. Es, obviamente, la filosofía de O’Blivion.
Luego de rastrear dónde ubicar a O’Blivion llega a lo que parece ser una de esas típicas iglesias de credos religiosos minoritarios o un refugio para personas sin hogar. Se llama Misión de Rayos Catódicos. Desarrapados y hambrientos, los que hacen cola para ingresar al establecimiento se pelean por la colilla del cigarrillo que alguien tira a la vereda. El local está dividido por paredes de cartón, enclenques y garrapateadas con graffitis. Lo dirige la hija de O’Blivion, Bianca. Lo que pretende es llevar adelante los principios que su padre asentó sobre el reinado de la televisión. Esta gente indigente lo único que tiene que hacer es estar durante horas enfrente del televisor recibiendo el influjo de los rayos catódicos. McLuhan aseguraba que la televisión aplacaba a la gente. Con el tiempo aprendimos que también la enerva. A cambio de exponerse a la pantalla, a estos homeless les dan abrigo y comida. A Max todo le parece ridículo y quiere entrevistarse con O’Blivion en persona. Bianca lo disuade y le pide que primero se lleve un video para ver en su casa.
En el video O’Blivion está sentado en un sillón y le explica, llamándolo por su nombre, Max, que en realidad Videodrome es un campo de batalla psico-político. Se combate por el control de las mentes de los individuos. En la cinta, O’Blivion es ahorcado con un cable por Nicki.
Ahí Max sufre otra alucinación importante en la que se introduce por el estómago un revolver. Max le exige a Bianca que le explique lo que sucede y ella le aclara que lo que está sufriendo son efectos colaterales por haber visto Videodrome. A partir de una señal de transmisión singular, Videodrome provoca que en los cerebros de sus telespectadores se desarrolle un nuevo órgano que termina siendo un cáncer maligno: “Videodrome primero controla tu mente, después destruye tu cuerpo”. Resulta una extraña coincidencia que a fines de la década de 1960 a McLuhan le hayan extirpado del cerebro un ganglio benigno. O’Blivion había inventado esta señal como una manera de concretar sus ideas sobre los medios, sobre el auténtico mensaje de los medios, que no es ideológico sino perceptual y anímico. Cuando descubrió que sus socios iban a utilizarlo para fines espúreos, intentó detener el proyecto. Sus socios utilizaron su propio invento para asesinarlo. O’Blivion hacía un año que había muerto. Lo que se proyectaba en televisión y lo que se veía de él no eran más que alguna de las miles de cintas que había dejado grabadas y que ahora su hija administraba.
Las alucinaciones continúan. En una, tiene un sueño con Nicki que va subiendo en violencia. Nicki le habla desde el televisor. La pantalla late y avanza sobre Max, que hunde su cabeza en ella. Nicki le pide que la golpee con un látigo. Max obedece y empieza a darle latigazos al aparato. Al final, con furia, a la que golpea es a Sacha, pero él no lo sabe, pues no ve la pantalla. Cuando se despierta trastornado descubre a su lado en la cama el cuerpo de Sasha. Está sin vida. Telefonea desesperado a Harlan para que venga a ayudarlo, y cuando éste va a fotografiar el cuerpo muerto, éste había desaparecido.
En un momento Max logra entrar en contacto con el productor de Videodrome, Barry Convex, y lo va a visitar. Es una óptica común y corriente que vende anteojos. Se llama “Spectacular Optical Corporation”. El local sirve de fachada para su verdadero oficio: fabricar y comerciar armas. Luego de sufrir un juego siniestro de intrigas, Max se entera por boca de Convex que Harlan lo había estado manipulando para exponerlo a la señal de Videodrome. De esa manera iban a lograr difundir por aire el programa y la señal. Convex y Harlan lo que buscan es provocar tumores cerebrales mortales en las personas obsesionadas con el sexo y la violencia, que estaban arrastrando a América a la ruina moral y económica. Convex le ordena a Max que asesine a sus dos socios de Civic-TV, y luego a la hija de O’Blivion. Max, casi como un autómata, obedece. Mata a sus socios y cuando intenta asesinar a Bianca, ésta le muestra un video en el que Nicki es estrangulada hasta que muere. Aprovechando el estado de shock de Max, Bianca lo 'reprograma' para que combata contra Videodrome. Influenciado por sus órdenes, Renn asesina a Harlan y Convex.
El estado de ánimo de Renn no parece perturbado por los asesinatos que cometió. Deambula por el puerto y se esconde en un barco herrumbroso. El paisaje es desolador. El ambiente, sórdido. En el interior hay un colchón roñoso sobre el que se acuesta. En el final, como al comienzo, aparece una televisión y en la pantalla una mujer que le ordena lo que debe hacer. Ahora es Nicki. Ella le argumenta que si bien dio un paso importante en el trabajo de desalienarse de Videodrome, todavía le falta otro paso más si quiere vencerlo por completo. Debe subir un nivel y abandonar la vieja carne. Nicki lo tranquiliza y le dice que le va a mostrar cómo hacerlo. A esta altura, el espectador ya no sabe si las escenas con Nicki son reales o más bien alucinaciones del propio Max Renn (dicho entre paréntesis, Rennmax era una marca de chasis para autos de carrera patentada en 1962). En la televisión se muestra, entonces, una imagen de Max disparándose en la cabeza con el arma que se había introducido en el estómago. Ya había utilizado ese revolver antes. El revolver se había vuelto orgánico y, literalmente, se había incorporado al cuerpo de Max, concretando de esta manera otra de las consignas más famosas de McLuhan que sostenía que los medios y la técnica eran extensiones del cuerpo humano. La mano de Max y el revolver se habían fusionado carnalmente. Cuando Max se dispara en la tele, la pantalla explota y salen de su interior cosas como órganos o piezas ensangrentadas. Repitiendo exactamente lo que acaba de ver en la pantalla, Max se dispara un balazo mientras vocifera "Viva la nueva carne”. Cuando suena el gatillo, la pantalla se pone en negro.
Este fundido a negro de la pantalla representa una de las herencias más inquietantes y siniestras de esta película, aún irresuelta: cuánto y de qué forma la realidad virtual es el proyecto de nuestros deseos y fantasías, y cuánto y de qué forma es el proyecto de unos trusts informáticos que nos quieren robar el alma, o lo que es lo mismo: nuestros datos.