"El padre", de Mariana Arruti, en CINE.AR
Por Salvador “Lole” García |Esta nota contiene lenguaje inclusivo por decisión de la entrevistada.
En 2016, la antropóloga y directora de cine Mariana Arruti, estrenó la película El padre. En el film, Mariana explora la vida de su papá y las circunstancias en las que muere. Establece un diálogo con sus propios recuerdos en una búsqueda con emociones personales, pero con contenidos universales que nos interpelan: la familia, el tiempo, los silencios. Técnicamente creativa, la película combina sus propias preguntas, los testimonios y la recreación de escenas del pasado. Ficciones verdaderas puestas de manera poética, al servicio de la memoria y la historia.
Agencia Paco Urondo: ¿Qué implica para una familia desestabilizar las versiones que hay sobre el pasado, explorar los silencios y olvidos?
Mariana Arruti: En el caso de la experiencia personal con respecto a la escena de la muerte de mi papá y también a las escenas de su biografía, explorar aquello no dicho y también lo que prefirió olvidarse, implicó hacerse cargo –cada unx en su medida–, de las corazas que se fueron construyendo a lo largo de los años, a veces por temores, otras por comodidad, y también, en algunos casos, como gesto de pequeñas complicidades frente a aquello ligado al “horror”. Mostrar donde hubo oscuridad, poner palabras donde hubo silencio, colocar preguntas donde hubo negación, implicaba poner en cuestión muchos lazos afectivos construidos a lo largo de los años. Algo del orden de lo siniestro apareció en una mirada –en este caso la mía– que derribó en el orden familiar aquello que estaba justamente en “orden”. Todos los lazos familiares y sociales se pusieron en tensión. Fue un proceso largo y doloroso, que implicó demandas, enojos, y mucho dolor, pero que en lo personal trabajé amorosamente como un camino que pudiera sembrar algo del orden de la verdad y de la belleza, dupla necesaria, por cierto, porque no vale una sin la otra. Necesariamente ese proceso derivó en una nueva construcción de la afectividad, en la que pudieran inscribirse los límites subjetivos de cada unx para construir vínculos respetando la divergencia en la mirada. Y fundamentalmente a mí, en lo personal, me abrió a un mundo familiar –el de mi papá–, en el que encontré nuevos afectos para caminar amorosamente hacia adelante.
APU: Como directora de la película usás la ficción –gente que actúa– para reponer escenas del pasado, ¿de qué manera aparecen luego esas escenas en tu propia memoria?
M.A.: El padre tuvo dos apuestas centrales. Por un lado, mi propósito era hacer foco en la construcción de una historia singular, personal, familiar, que aunque dialogara necesariamente con la historia social y política del país en los años 70, pusiera el acento en el recorrido más subjetivo personal y familiar. En ese sentido muy tempranamente elegí no trabajar con imágenes de archivo, porque sentía que de alguna manera se habían transformado en iconográficas de los relatos audiovisuales sobre los años 60 y 70, y temía que llenaran un vacío y un silencio que era centralmente lo que yo quería narrar. En ese sentido se acotó el material a lo estrictamente personal para contar la historia: un puñado de fotos, cartas personales de mis padres, archivos de inteligencia sobre los seguimientos a mi papá, y un sólo documento público: la solicitada de las 62 organizaciones, como clara amenaza a los sectores de las militancias más radicalizadas en aquel momento. Ese texto, que además había sido publicado en todos los diarios justamente al día siguiente de la muerte de mi papá, me permitía conectar lo personal con lo político. Mi historia y la historia de mi papá con la historia social y política más amplia. La segunda apuesta, ligada a esta decisión, fue construir un archivo personal grabado en súper 8, formato que se utilizaba en aquel momento. Construir las escenas de mi niñez y con otro formato en blanco y negro las de la infancia de mi papá –para que funcionaran de algún modo como la base de su recorrido biográfico–, fue un ejercicio creativo hermoso que dio como resultado un material que permitía ponerle imágenes a aquello que había sido negado y silenciado en el relato familiar. Esas imágenes son de algún modo hoy, parte de mi propio archivo de memoria, funcionando como recuerdo y memoria de un proceso de trabajo creativo para la realización de una película, pero también de un proceso de duelo, de un trabajo psíquico, de un recorrido afectivo absolutamente necesario. Esas imágenes concebidas como un tejido en el tiempo, tuvieron el rol de objetivar lo subjetivo, de visibilizar lo olvidado, de traer como un grito aquello que se había silenciado. Hoy forman parte de mi historia también, así como lo lazos construidos en este proceso personal.
APU: ¿Cómo sentís que se inscribe tu ejercicio de memoria, en una memoria colectiva más general?
M.A.: Lo dicho está siempre atravesado por los silencios, las memorias inscriptas en el olvido. Cualquier obra aparece en un momento determinado, en un contexto histórico donde pueden aparecer ciertas preguntas, expandirse ciertas miradas, cuestionar lo establecido, subvertir algún orden de cosas. En este sentido creo que El padre forma parte de un momento en el que la generación de los hijos de las víctimas de la violencia y del horror del Estado, pudieron comenzar a preguntarse cómo había sido ese proceso personal en torno a las pérdidas, a las búsquedas, y a las ausencias. En relación a El padre, a mí me interesaba justamente abordar el lugar de lo familiar, de lo íntimo, y hacerlo como parte del problema, no solamente desde su inscripción en el espacio de las víctimas. Es decir, complejizar esas pequeñas complicidades, esos silencios, esos olvidos. A veces como parte de un gesto de preservación, y otras como gesto de cobardía o complicidad, abordando así el lugar de la sociedad civil en relación a las experiencias de pérdida en aquel tiempo. Algo que también me proponía era, que si bien la historia iba a estar inscripta en el contexto social y político de nuestro país, funcionara como espejo de los silencios familiares de modo más general. Que la historia pudiera interpelar con ciertos límites, a otrxs en este proceso personal, cuestionando olvidos y silencios. En este sentido, me ha conmovido mucho el modo en que la película logra inscribirse tan cercanamente en algunos espectadores. Algunas veces, en historias que no tienen que ver estrictamente con lo político. Otras, como en el caso de los procesos de violencia en Colombia, en las que se produce una identificación en relación con la memoria, los procesos del duelo, y las identidades personales y políticas.