Estética colonial: los monoblocks de Nordelta
Por Santiago Gómez
Circuló por teléfonos y redes sociales el audio de una cirujana, “una mujer normal”, indignada por sus nuevos vecinos. “Gente que no se ve mala, se ve buena, pero se ve una gente de barrios visualmente no muy buenos”, y a ella no le divierte estar en Nordelta mirando el lago y viendo gente que en una reposera de Mar del Plata va al muelle y toma mate. Dice que esas cosas en Punta del Este o San Ignacio no se ven. La mujer aclara que no tiene problemas de dinero, es consciente de que no es millonaria, pero reconoce que le va bien en la profesión. Es fácil que ese tipo de audio genere rechazo en quienes no viven ahí ni tiene una estética “visualmente bien”, por lo que creemos que corresponde analizar alguna de las afirmaciones de la mujer, no por su genialidad, sino porque simplemente no hay originalidad alguna en las afirmaciones que repite y circulan en este continente desde hace más de 500 años.
La primera cosa a considerar es que la médica en cuestión es una pobre mujer. Sin dudas que la mujer está dentro del 10% más rico de la población, pero esa mujer en Nordelta es de la que vive en un departamento de un ambiente, por el que pagó 200 mil dólares, y sabemos que en el country no faltan quienes dicen que “vive en los monoblocks”. Quien tenga un poco de consideración puede llegar a sentir pena por la alienación de una mujer que tiene uno de los trabajos más estresantes y exigentes que hay, como el de quienes hacen cirugía, que conforman la población con más altos índices de suicidio a nivel mundial; los cirujanos y las cirujanas no tienen permitido errar, y aún así no consigue disfrutar. Una mujer que, con uno de los salarios más altos que hay, se desvive por comprar un departamento de un ambiente, por lo que en otro lugar podría comprar una casa con pileta solo para ella. Pero claro, no podría decir “tengo casa en Nordelta”. Y qué injusticia siente si al comprar una propiedad ahí tienen que soporta,r cuando se mete a la pileta, quedar cerca de “las bestias que toman mate en reposeras de Mar del Plata” y tienen un perro que “grita”, por lo que no la dejan descansar visualmente.
La mirada que no deja la descansar no es la propia, es la mirada ajena, la mirada colonialista, la mirada que la atormenta, la mirada que teme que la confunda a ella con las bestias por tenerlas cercas. No cabe la menor duda que para la mayoría de la población esa cirujana está más cerca de la familia Anchorena que de alguna de las García, pero en el hipotético caso de que esa mujer comenzara un noviazgo con un Anchorena, va a padecer los domingos los comentarios de la suegra lamentando que el nene no se casó con una Álzaga o Fortabat. Pensemos que si el PRO le encargó a Laura Di Marco que escriba un libro para hacer del presidente una víctima del “bullying” de sus compañeros del Newman por no formar parte de las familias tradicionales, siendo el hijo de un millonario, no es muy difícil imaginar cómo pueden llegar a mirar a esta esforzada cirujana entre las familias patricias argentinas.
“Bestias” llama la mujer a las personas que viven en el mismo edificio que ella. Término semejante utilizó Fray Bartolomé de las Casas, en Historia de las Indias, libro del siglo XVI, en el que clasificó cuatro tipos de bestias y lo que caracterizaba a una de ellas era que se trataba de bestias “muy alejadas de razón, no viviendo ni pudiendo vivir según las reglas de ella, o por falta de su entendimiento, o por sobra de su malicia y costumbres”. Cualquier parecido con las afirmaciones de la doctora no es coincidencia, simplemente responde a la lógica colonial. ¿De qué se trata esta lógica?
Lo propio del colonialismo es la negación del otro, es decir, es afirmar que el otro no es un igual, no es un semejante, y es más, se trata también de un ser inferior, hecho que constituye al racismo. El racismo no se trata de una cuestión de color de piel, sino simplemente de considerar a otra persona inferior a nosotros. Así lo hicieron los españoles cuando llegaron a este continente, españoles que habiendo conocido el baño gracias a los árabes consideraron que su cultura era superior a la de los incas, aztecas o mayas, algunas de las cuales también ya contaban con sistemas de higiene en sus construcciones. Pero así fue, los blancos llegaron, impusieron por la fuerza sus formas. De eso se trata el imperialismo, del impero de una misma forma en una gran extensión territorial.
500 años después la cirujana, que 300 años atrás sería “el médico”, ocupa el lugar de la criolla que vende sus servicios a los terratenientes, jugando el papel de vigilante de la moral de los patrones, oponiéndose a que esté permitido que las bestias tomen mate alrededor de la pileta, o piscina, que es el término que utiliza cuando es ella la que la usa. La mujer se indigna, cómo es posible que tomen mate como si estuvieran en Mar del Plata, cosa que supone, sabrá Dios por qué, que no pasan ni en Punta del Este ni en la selecta playa uruguaya de San Ignacio, por lo que uno solo puede preguntarse: ¿hay algún lugar en Uruguay donde no se tome mate? ¿Será que esta señora estuvo alguna vez en la pileta de alguna propiedad de millonarios en la que no se tomara mate a su alrededor? La prohibición a tomar mate a “las bestias” es orden del patrón que ve en la cebada una pérdida de tiempo. Quien haya trabajado en empresas se habrá encontrado alguna vez con que esa estúpida prohibición se mantenga en un país en el que se toma más mate que agua sola.
Que no me vayan a confundir con ellos es lo que atormenta a la cirujana. Qué injusticia haberme gastado 200 mil dólares por un ambiente y que de lejos alguno de alpargatas de carpincho, bermuda clara y camisa celeste pueda creer que tengo algo que ver con esta grasa que sobre un deck usa reposeras como las de la Bristol, piensa y se aterra.
Sinceramente, aunque la mayoría de nuestros lectores seguramente no pueda entenderme, siento pena por esa mujer. Ni estando en uno de los lugares más selectos del país puede disfrutar. Ni teniendo la posibilidad de nadar en una pileta puede descansar de la mirada colonial que le dice que se diferencie de los propios, que en ese caso son los propios más cercanos que tiene, porque le guste o no, son sus vecinos y aunque ella mucho lo lamente, en tierra de mansiones, ella vive en los monoblocks.