Eva Perón y la poesía

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Eva Perón y la poesía

26 Julio 2020

Por Gito Minore | Ilustración: Nora Patrich

Eva Perón sintetiza, en su nombre, una pluralidad de personalidades. En su figura conviven la abanderada de los pobres, la primera dama, la actriz, la luchadora por los derechos de los más débiles, la impulsora del voto femenino, la defensora de la niñez desamparada, el mito, el hada buena, etcétera. Entre esa diversidad, existe una faceta suya poco conocida, en la cual resulta fascinante adentrarse: su vínculo con la poesía.

Durante la segunda mitad del año 1950, tuvo lugar la denominada “Peña Eva Perón”. La misma fue un encuentro semanal que se realizaba los días viernes por la noche, en el Hogar de la Empleada. En dicho recinto, sito en Avenida de Mayo 869 de la capital porteña, un nutrido grupo de poetas y artistas se reunían a recitar y comentar sus poemas, acompañados por Eva. Entre ellos se codeaban autores por demás reconocidos en el ambiente como Claudio Martínez Payva, dueño de extensa trayectoria en el estilo gauchesco, autor de piezas teatrales que luego fueron llevadas al cine como Ya tiene comisario el pueblo y Joven, viuda y estanciera; junto a otros más jóvenes como ser José María Castañeira de Dios, el cual había recibido el Primer Premio de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires en 1942 por su libro Del ímpetu dicho, y a quien se le atribuye la paternidad de la famosa frase “Volveré y seré millones”, o Fermín Chávez un muchacho que con el correr del tiempo se convertirá en uno de los grandes historiadores del peronismo.

Otro de los rasgos distintivos del grupo era la gran participación femenina. Entre ellas María Granata, poeta que luego se desarrollará como autora de literatura infantil, entre cuyos libros se destacan: El ángel que perdió un ala y El cazador de zorros azules, ambos editados en la colección Robin Hood en la década del 80; y Julia Prilutsky Farny, cuyo libro Antología del amor llegó a vender 190.000 ejemplares entre 1977 fecha de su primera edición y 1983 cuando se lanzó la reimpresión número dieciocho.

En ese lugar cálido compartían sus noches de viernes estos poetas, con una pata en el arte y otra en la militancia, y la inquieta Eva, quien tan sólo dos años después pasaría a la inmortalidad.

Posteriormente, a fines de ese mismo 1950, denominado “Año del Libertador General San Martín”, salieron editadas 15 plaquettes en una tirada limitada de 100 ejemplares. Las mismas fueron impresas en un papel de espeso gramaje, en un formato de 26 x 32 centímetros, y estaban ornamentadas con letras iniciales doradas. Todo un lujo.

La lista de las plaquettes incluye: "Alabanza y El conductor", de José María Castañeira de Dios; "Dos elogios y dos comentarios", de Fermín Chávez; "Canto pleno ", de Julio Ellena de la Sota; "Canción elemental", de José M. Fernández Unsain; "Sumada llama", de María Granata; "Cifra suprema" y "Nuestra Señora del Bien Hacer", de Claudio Martínez Payva; "A una mujer de Mario", Mende Brun; "Nuestra Señora del Batallar", de Enrique Olmedo; "Poema fiel", de Juan O. Ponferrada; "Canción para las Madres de mi Tierra", de Julia Prilutsky Farny; "El Ángel", de Gregorio Santos Hernando; "El regreso de la Diosa Caa-Yarí", de Luis H. Velásquez y "La llama", de Héctor Villanueva.

La mayoría de estos poemas están recogidos en el libro Poetas depuestos. Antología de poetas peronistas de la primera hora, publicado en el año 2011 por el sello Punto de encuentro.

Como homenaje a Eva Perón, la conmemoramos con dos obras de la colección que seleccionamos para compartir en APU: "Canción para las madres de mi Tierra", de Julia Prilutzky Farny y "El regreso de la Diosa Caa-Yarí" de Luis Horacio Velásquez.

 

JULIA PRILUTZKY FARNY DE ZINNY

CANCIÓN PARA LAS MADRES DE MI TIERRA

Por la muchacha de ámbar y de trigo,

por el misterio que su voz encierra,

quiero decir, Señor, un canto amigo

para todas las madres de mi tierra.

 

Para decir su gracia inapelable,

muchacha de la patria mía y nueva,

voz visionaria, voz inexorable,

voz de todo el dolor: María Eva.

Para decir su látigo de fuego

sobre la torva piel de la injusticia,

su mensaje que es orden y que es ruego,

su palabra que duele y acaricia.

 

Su voz... Su voz en todo el horizonte,

sobre cualquier paisaje amanecido

-desierto o roquedal, llanura o monte-,

fuente sellada y cántico encendido.

 

Por los caminos de la patria mía

va ese clamor en plenitud lograda,

campana del alerta y la alegría,

de la esencia perdida y recobrada,

 

del ardiente tañir que no abandona,

del rescoldo escondido en la ceniza,

del acento que marca y que perdona:

voz que más hiere mientras cicatriza.

 

Contra el vértigo impune que se esfuma

gira y se pierde en graves remolinos

y desde el fondo mismo de la bruma

vuelve a partir, por todos los caminos.

 

Su voz en el silencio y el gemido,

murmullo en el ayer y en la distancia,

en el recuerdo fiel de nuestro olvido:

voz del ángel que guarda toda infancia.

 

En esa voz, bravía de ternura,

te descubrimos, madre temblorosa.

En esa voz, segando la espesura

para abrir el esquema de la rosa.

 

Clara amiga que aún no ha conocido

al hijo impar que el corazón encierra,

pero ahueca las manos como un nido

para todos los niños de mi tierra.

 

No brota ya la flora del espanto

al pie de los dolidos crucifijos:

sobre la patria indómita del canto

estallan las sonrisas de los hijos.

 

Con tu grito, tu estar, tu desafío,

aclaraste la víspera siniestra,

muchacha de topacio y de rocío.

Y te decimos madre, niña nuestra,

 

porque en tu voz, definitivamente,

descansa ya el más alto mediodía,

la esperanza y el sueño y la simiente.

Y te decimos madre, Eva María.

 

LUIS HORACIO VELÁSQUEZ

EL REGRESO DE LA DIOSA CAA-YARI

Misterios en la selva. Es la jornada.

Se olvida el llanto del mensú y del indio.

Hacia el infierno de la barbacana,

doblado el esternón, bajo el “rairo”

cruza como una sombra derrotada.

 

Más allá del yerbal, no hay horizontes.

Del alba a la oración, mudo trabaja.

Diez arrobas por vez, desgaja el monte

hacia la tierra ardida y enconada.

 

Rendido de fatiga: “si pudiera fugarme”

piensa al sesgo en la selva enmarañada;

pero al final, la angustia inenarrable

la da el mäuser que acecha andanzas.

 

–¡Ven, Caa-Yarí, oh madrecita mía!

...se me acaban las fuerzas y me falta

el aliento, que el “rairo” es la agonía,

minero soy, la mi mujer me aguarda...”

 

EL indio y el mensú culto le ofrecen

en la fe aborigen de la raza,

y ella, diosa nativa, los protege,

la virgen de la selva, rubia y blanca,

 

Y ella Caa-Yarí, toma el atado

y el vegetal del indio solivianta

y así le ayuda a transportar el fardo

y a compartir su pena solitaria.

Por la selva intrincada y tenebrosa

la virgen india, sin temor, le guía,

y ahuyenta los jaguares, la anaconda,

y en la balanza su jornal duplica.

 

Después al indio, al fin de la jornada

como una madre con amor lo cuida,

Enjúgale el sudor, y lo levanta

si enfermo está, restaña sus heridas.

 

HAY en ella que creer con juramento.

La fe es lámpara viva entre sus manos.

Se olvida el odio y yace el escarmiento

al convertir cada hombre en un hermano.

 

 

 

                        II

 

Llegó del hondo pueblo una mujer

como perla sellada en su corteza

la unión entre los pobres a traer:

fanal de luz y mirra de belleza.

 

El caudillo le dio fuego y breviario.

Verdad en su voz y gracia en la ternura.

Es bandera su anhelo solidario

en frenesí de ríos y llanuras.

 

Eva Perón: que ungida en luz y espuma

grita su voz hasta la lontananza

¿Su amargura cuál es? ¿Qué mal le abruma?

¡Solo el dolor de la sufrida patria!

 

Defensora civil, dio su cariño

al obrero, los pobres y los parias.

A las madres humildes, a los niños.

Es decir, a la grey descamisada.

 

Y bajó al corazón de los más tristes,

quiso ver el secreto de sus dramas.

La caridad de Dios le dijo: ¡insiste!

fue el ángel tutelar de la esperanza.

 

Fue su modelo San Francisco el Santo

–hermano lobo y la serpiente hermana–,

y nada pudo conmoverla tanto,

como un rostro bañado por las lágrimas.

 

Vio al desalmado y frío explotador

–el amo con su oro y su violencia–

con su ley del rebenque y del Talión

sin sentido de patria y sin clemencia.

 

Y fue posible, entonces, lo imposible:

que Caa-Yarí, la diosa legendaria,

tomó la forma frágil y sensible

de una joven mujer de nuestra raza.

 

Su evangelio de pan, agua y semilla

traspone el mar y horada la montaña.

Y se aposenta su verdad sencilla

en toda la extensión americana.

 

Y como es Caa-Yarí, al trabajador

le tiende las dos manos como alas,

calma su sed y limpia su sudor

y alivia el peso inmenso de la carga.

 

Y encuentra la medida equitativa,

que recompensa la faena diaria

y pone en la conciencia colectiva

el aleluya de la nueva causa...

 

Luego acude a los niños desvalidos,

ajenos siempre a la piedad cristiana

y por ser elegidos del Caudillo

les brinda una ciudad de cuento de Hadas.

 

Y por fin al anciano, cuya lumbre

se apaga lenta, triste y olvidada

le dio un retiro en paz sin pesadumbres

con armonioso pájaro y campanas.

 

Y fue posible entonces el milagro

–alguna vez los sueños se realizan–

la diosa vive y cuida del salario

y aparta el mal con su mejor sonrisa.

 

Su vigilia, perenne centinela

custodia su evangelio y nuestro escudo.

Eva Perón, es Caa-Yarí despierta.

Ya es realidad, lo que en leyenda estuvo.