Exilios #5: Graffiti
Descubrí a esos grafiteros cuando el vértigo de la creación todavía era un enchastre de risas, gritos, porros y birras. Cada tanto, desde algún balcón, alguien molesto chistaba: los vecinos sabían que, esa noche, dormir sería una causa perdida. A un costado del Carrer Verdi, los grafiteros habían trabajado toda la noche. Cuando empezó a clarear, en el paredón se fueron imponiendo el rojo y el negro, los colores de la sangre y la tierra, que iban dibujando un corazón inmenso.
– Una pintureta... – quise felicitarlos en un catalán macarrónico, pero no me entendieron: un diminutivo, por minúsculo que sea, no es lo mismo en Barcelona que en Buenos Aires.
De todos modos, en ese paredón, el corazón de los chicos latía y, al definirse en sus formas, se agitaba. La diástole era esa línea negra que se disparaba hacia la izquierda y se contraía, y la sístole, un torrente rojo que, a borbotones, inundaba las arterias... Y la vereda también.
En el centro del corazón, una grafitera escribió: President Lluis Companys, y una leyenda en catalán. Me hizo una seña para que me acercase y leyese, pero, esta vez, el que no entendió fui yo.
– El corazón es una agitador nato, Montse... – le dije por decirle algo, lo más cerca posible de su oído.
– Montse no, Rut... soc Rut... monosilábica... ¿Creïs que és necessària una síl-laba més?
No, ¿para qué una sílaba más? Su protesta era tan justa, como sus ojos, clarísimos. Pero, entre los exiliados porteños, algunos más porteños que exiliados, todas las catalanas se llamaban Montse, por lo de Montserrat, la virgen negra, patrona de Cataluña.
– La Moreneta... – le dije –, y si es "moreneta", es peronista...
– I el general, el vostre Joan Diumenge ¿què, dimonis, és? – me desafió Rut, algo que yo no podía admitir: antes que nada, al General se lo respetaba, y segundo, ¿para qué esforzarse si no hay catalán que entienda el peronismo? Ni muchos argentinos, tampoco...
Desde uno de los ventrículos, salpicándose toda, Montse trazó, perdón, Rut, trazó una línea negra y otra roja que remataban en un nudo intrincado de arterias y venas, esas que marcan los límites, siempre crueles, entre la vida y la muerte. Y sonriente, a un costado del corazón rojinegro, Rut añadió "Mort a Videla", y me guiñó un ojo.
– ¿Ara estàs content? – La verdad es que la Rut tonta no era, y a mí empezó a gustarme estar exiliado en sus manos.
Rut no me dio tiempo para aclararle nada, porque lo sabía todo: en la Argentina, la gente comía alfajores de dulce de leche, la pizza era estupenda y eran todos Maradona; en cambio, en Montevideo, los uruguayos, más modestos, digamos que más provincianos, iban con un termo y tomaban mate por la calle...
– Els meus avis han estat exiliats a Uruguai...
Y todavía no sé por qué, con la historia de los abuelos exiliados en Uruguay, los dos nos fuimos alejando del grupo, no mucho, sólo lo necesario para que, yendo hacia Plaça Revolució, Rut me contase quién era Companys. Mejor dicho, quién había sido.
– Ho van afusellar en el Montjuic... el 15 d'octubre de 1940...
En el café de Plaça Revolució la tomé de la mano y quedamos pegoteados, yo diría que para siempre. De ahí en más, Rut fue siempre Rut, la Rut, la monosilábica. Estudiaba Letras, no le hacía asco al mate de los argentinos, pero, en este sentido, no hay como los uruguayos, lo que hasta los mismos argentinos reconocen cuando son sinceros, y ella sabía que era un imposible, al menos por ahora, pero soñaba con la independencia de "Catalunya", no de Cataluña, sino de "Catalunya", y sí, "per descomptat", le gustaría conocer Buenos Aires, allá al croissant lo llaman medialuna y a la nevera, heladera...
Lo que se me quedó dando vueltas no fueron los croissant y las medialunas, y mucho menos la heladera y la nevera, sino ese allá, ese "allà" tan suyo que, pese a un océano de por medio, cada tanto se vuelve "nostre"... Nuestro.
Los otros días, Rut me mandó un mail en el que me cuenta que el corazón aún resiste a la intemperie, la humedad, los maltratos. Hasta las meadas de los perros y los borrachos no han podido con él. Me escribe que sí, que "els veïns" aún protestan por las salpicaduras, los ruidos de la noche, las risas, los gritos, los porros y las birras, aunque últimamente los vecinos protestan más de día, y lo hacen por los desahucios, la desidia municipal, la pestilencia de los contenedores, la brutalidad policial, los negociados inmobiliarios, las estafas bancarias. Los vecinos protestan, siempre protestan, protestan por todo, "i bé que fan", sostiene Rut.
¬– Y claro que hacen bien... – le digo.
– "Una abraçada" –, pone al final de su mail, y siento el abrazo.
Recuerdo que aquella noche, bajo el nombre del President Companys, en el centro de ese gran corazón rojinegro, Rut había escrito una de sus frases: "Tornarem a sofrir, tornarem a lluitar i tornarem a vèncer". Me lo tradujo luego, en el café de Plaça Revolució, y me lo anotó en una servilletita que aún conservo.
– ¿Tornarem?
– Volveremos, sí, volveremos a sufrir, Rut, volveremos a luchar y volveremos a vencer...
Porteño como soy, a veces pienso que volví a Buenos Aires para añorar.