Fantasías, fetichismos y erotismos prohibidos
Por María Carolina Pavlovsky | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
La capacidad humana de fantasear, de producir FANTASÍA, ese mundo de espacios-tiempos sumamente diversos, pululantes, mutantes, distópicos y utópicos, infinitos,- sea como proyección, memoria, reconstrucción de recuerdos, invención, etc- tiene su propio plano consistente, su propio plano de expresión.
La fantasía, como experiencia y potencia in situ, es una temática que sigue siendo inexplorada por la psicología en general; se “desconfía” de estas creaciones humanas tan singulares, porque no se deja de tomarlas como una “tendencia a lo irreal”, no racional, infantil; en todo caso aquello que sólo puede “confesarse” en privado, sea ante un sacerdote o un médico.
Pues sucede que no hay fantasías correctas o incorrectas.
Por otro lado sabemos que el fetichismo como experiencia erótica, ha quedado reducido desde la psiquiatría de fines del siglo XIX y principios del XX (Kraft Ebbing, Havelock Ellis, Freud, etc) a una “desviación”, “anormalidad” del deseo sexual.
El carácter religioso del fetiche también es atribuido a una mentalidad inferior, prehistórica, (no occidental), infantil, “inculta”.
Aún la consideración marxista del fetiche sólo se circunscribe a su materialidad significativa como valor de mercancía. Pero la creatividad de la imaginación humana en la construcción de fantasías, sigue quedando por fuera de toda consideración.
Lo que no podemos negar es que la relación del sujeto con los fetiches está plagado de un mundo fantástico, que no sólo le da sentido, sino que crea asimismo su propio cosmos de afectos. Toda fantasía juega en nuestra psiquis el papel de fetiche, falo, objeto transicional, juguete de ensoñación, mater de toda creación.
Reivindico el sentido POSITIVO de dicho término (¡como si hubiera una sexualidad humana que NO tenga carácter fetichista!), no como desviación, anormalidad de vaya a saber qué normalidad sexual humana.
La relación con el fetiche se basa en la condición LÚDICA y simbólica del ser humano.
Fantasía: ¿fetiche “femenine”? A tantos años de academicismo psicoanalítico, aún hoy las fantasías sexuales de las mujeres -seres catalogados por la sociedad occidental de emocionalidad “lábil” (A.M. Fernández, La mujer de la ilusión), siguen siendo tratadas en su “negatividad”: superfluas, infantiles, cursis, de señora aspirante a “Susanita”. Descartables.
Las fantasías de las femeneidades (de la que no carecen también los varones cis-héteros, padres de familia), son percibidas así como una “caja de Pandora” cuyos secretos, en caso de mostrarse a la luz, serán censurados por el entorno social, o capturadas en el tamiz reduccionista de tantas prácticas psicológicas.
El mito de Pandora es sumamente sugerente: Pan-dora, la “que da todo” deviene así mujer demonio, que trae los males al mundo (de los cuales el varón NO se hace ningún cargo).
Así, el inacabado universo de la fantasía femenina nos revela otro modos de afección: censurados, acallados, que horadan desde los bordes, fisurando las certezas definidas por el consenso científico y moral establecido.
Las mujeres también tenemos nuestra singular cualidad de fantasear, mucho más variada que la que toma al “príncipe azul” como objeto de deseo: somos transexuales y fetichistas en nuestras íntimas creaciones fantásticas.
Las mujeres disfrutamos maquillándonos para nosotras mismas; a pesar de la incomodidad, nos gusta usar tacos; a pesar de la edad, amamos exaltarnos en minifaldas y escotes: somos siempre las reinas del fetichismo. Sabemos gozar, Lacan acertó. No porque nuestra satisfacción dependa de un objeto necesariamente (como “metonimia de vaya a saber qué falo “faltante”): nosotras mismas devenimos gozosas en nuestros propios fetiches.
Devenir “mujer”: el sistema heterosexual patriarcal del capitalismo, persigue y reprime todo un cosmos de afecciones temidas, no habilitadas como “normales”, por ende “oscuras”, denegadas. (Sarah Ahmed: La promesa de la felicidad).
Lo que se define como una feminidad exaltada de la mujer como construcción social, es un aspecto evadido tanto desde los “purismos” feministas como de los vetustos machismos.
La figura de la mujer como “objeto” de deseo, la mujer “soltera”, autónoma de su goce, conciente de sus atractivos físicos, la mujer que seduce por su propia potencia deseante, no está bien vista ni por unos ni por otros.
La hiperfeminidad de travestis y transexuales es considerada por la sociedad heteronormativa como una “tendencia” perversamente exhibicionista.
Pero acaso: ¿hay algún cuerpo que pudiera quedar por fuera de sistema, que a su vez exalta y promueve el exhibicionismo diario en función de metas consumistas y elitistas?
Itzar Zaiga (Devenir perra) en un grito de reivindicación de afectos por fuera de las categorías sociales de normativización subjetiva, dice: “Soy la aguafiestas de las feministas, mi deseo no se ajusta a ningún parámetro. Y si por eso dispongo mi sexualidad como objeto de uso de alguien, cuál es el problema, mujeres? Quiero ser excesivamente mujeril. Sólo se puede ser puta zorra o santa si otro lo dice, no si uno se autonombra”.
Las mujeres, les trans, les bi, sabemos JUGAR. Algo que al varón heteronormal le cuesta mucho, porque en el sistema patriarcal, el juego es un área IMPRODUCTIVA, y por ende, desechable.
Quizás las ciencias de la salud mental también tengan que llevar a cabo su propia independencia de los paradigmas patriarcales.