La práctica del psicodrama en tiempos de virtualidad
Por María Carolina Pavlovsky | Foto: Andrea Artaza
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
En tiempos de distancia social como consecuencia de la pandemia, en cuyo contexto las actividades grupales (teatrales, recreativas, clínicas, comunitarias) se vieron suspendidas, la práctica del psicodrama grupal en forma virtual hoy nos plantea todo un desafío. Esta experiencia asume un nuevo aprendizaje.
El plano de conexión en psicodrama virtual es bidimensional , casi cinematográfico, no es tridimensional, como sí lo es el teatro y otras las artes corporales. Sus únicos soportes vinculares son la visión y el oído, por lo cual parece inevitable la “atracción” que la pantalla produce.
Esta nueva forma de psicodramatizar asume un primer principio deleuziano: desterritorializar la práctica tal cual la veníamos conociendo. Es decir, efectivamente, se trata de otro territorio, otro plano, otras potencialidades, otros obstáculos que se ven enmarcados en el modo pantalla de la escena.
De esta manera, cambia el plano de consistencia: los cuerpos miniaturizados, casi inmóviles, reflejados en la pantalla, planos, cada unx en su entorno aislado, hay que imaginarlos como cuerpos reales en acción. El espacio como “escenario psicodramático”, sólo se contruye en el “contagio” de afectos en el juego. Que la pantalla no nos confunda.
Pero, ¿cómo podemos reconstruir en psicodrama grupal en forma virtual, ese instante donde el movimiento es tan esencial e inmanente al contenido de una escena, como encuentro de cuerpos y afectos? La respuesta es: experimentando un recorrido físico por nuestro entorno con sus objetos, sus sombras, sus luces, su geografía. Un momento de conciencia de nuestra respiración, nuestras tensiones, nuestras risas, nos independiza de la pantalla, y nos guía la presencia material y necesaria de la voz del coordinador.
Implicando al cuerpo fisiológico, desde el caldeamiento: (recurso de preparación psicofísica que predispone al juego), guiarlo a salir del lugar “cómodo- incómodo” del estar sentado, que produce un esfuerzo de concentración en un foco inmóvil. Olvidarnos de la pantalla para “salir” del espacio real y entrar en el ficcional, es la cuestión. Tal cual como lo viven los actores que deben “olvidar” al público para concentrarse en la acción. Asimismo, en la distancia, se producen verdaderos encuentros corporales, moleculares, de pausas y velocidades, de ritmos. De “contagio” de creatividad.
El riesgo consiste en usar la pantalla como medio de expresión y conexión máximas posibles, no como captura de rostros. Hablemos entonces de dos fenómenos específicos se dan en una reunión de Zoom, a diferencia de una reunión presencial de psicodrama: por un lado, los cuerpos miniaturizados en pantalla nos muestran a cada une en su entorno aislado e íntimo; por otro, nuestra imagen en espejo es parte de ese colectivo visual. Fragmentos visuales.
A su vez, cuando nos comunicamos vía Zoom, sin darnos bien cuenta, explicamos lo que estamos diciendo. Nos extendemos en definiciones y palabras que explica, que interpretan. Los invito a imaginar cómo sería el mismo encuentro psicodramático en presencial. No sería lo mismo, y éste carácter de sobre-codificación sería más evidente.
La palabra deviene captura de flujos expresivos, cuando por fuera de la dramatización, vemos “ralentarse” el tiempo en una secuencia ininterrumpida de palabras que explican acciones sin cuerpos, intentos de hallar sentido o causas a un afecto que aún no se efectúa. Somos grandes consumidores de palabras y vomitamos proposiciones como certezas, dejando en un segundo plano los sentidos producidos desde la conexión e los cuerpos afectándose entre sí en el clímax de una escena.
Podríamos decir, como Francis Bacon, pintor, citado por Gilles Deleuze: “¿Por qué no quiero contar una historia? No es que no quiera contarla, pero deseo profundamente hacer lo que dijo Valéry: transmitir la sensación sin el aburrimiento de la transmisión. Y en cuanto aparece la historia y su explicación, aparece el aburrimiento.”
Se da un modo de intercambio subjetivo donde se dicen demasiadas palabras. Todo debe ser re- interpretado, re-codificado. Las palabras pululan. El rostro, foco de emisión en la comunicación verbal, delimita un campo que neutraliza de anteman0 las expresiones y conexiones rebeldes a las significaciones dominantes.
La palabra como cita, recitación, enunciados, es tan sólo el “cadáver” de la palabra psíquica. La palabra debe tornarse nuevamente gesto. (Jacques Derrida: El Teatro de la Crueldad y la clausura de la representación). Lograr que la palabra sólo sea parte de un guion encarnado.
En nuestro marco conceptual operativo, las dramatizaciones vienen a “cortar” el flujo ininterrumpido de la palabra como goce. Todo lo que se tengas que decir se transformará en una escena (fractal), un gesto. De la “reflexión”, de la racionalización grupal, al escenario, espacio necesariamente afirmativo, donde las acciones entre cuerpos no mienten.
Pero cuando el movimiento expresa todo un gesto del cuerpo, no se puede apenas expresar en la pantalla. Como en la modalidad presencial de psicodrama, los cuerpos en acción exceden la palabra explicada.
Hoy seguimos experimentando con esta plataforma que nos ha posibilitado extender las fronteras de nuestra praxis, que nos ha permitido descubrir nuevas intensidades, nuevos modos de “hacer cuerpo” con lxs otrxs.
Con humildad, aprendiendo siempre de nuestrxs pacientes, nuestrxs alumnxs, destacando una vez más, en que toda técnica implementada desde la salud mental física, integral, requiere siempre de un compromiso empático, humano. Como agentes de salud, somos testigos de la capacidad de eficacia que el psicodrama grupal tiene hoy como dispositivo de prevención, de transformación individual y colectiva, productor de nuevas subjetividades.