Ficciones: "Quién te enseño a ser", de Matías Rosas
Por Matías Rosas
“Porque cuando tengo que cantar verdades
las canto derecho nomás a lo macho
aunque esas verdades amuestren vichera
ande naides creiba que hubiera gusano”
El orejano, Jorge Cafrune
Es mediodía, él sigue acostado con las persianas bajas. Suena el timbre y se encoge en las sábanas. Vuelve a sonar.
—¡Hola!, soy el plomero —grita una sombra detrás de la persiana. Ya se va a ir, piensa él.
—¿Hay alguien? —vuelve a gritar.
Baja los pies de la cama y patea un Campari ¿Cómo terminé tomando esto?, se pregunta. Camina por el pasillo hasta la puerta de entrada.
—Buen día, quedé con su mujer que venía hoy —le dice el plomero. Tendrá sesenta años, lleva una caja de herramientas.
—Ella no está, ¿puede venir en otro momento?
—Es que ando con mucho trabajo, una pérdida en el baño me dijo.
—… pase, está al final del pasillo, avíseme cuando termine, voy a estar en la pieza.
El plomero entra y mira hacia el living.
—¿Es un tocadiscos? —pregunta y va hacia el aparato. Levanta la tapa de la bandeja y se queda mirándolo.
—Es raro que usted tenga uno de estos, tiene unos cuantos años —dice el plomero.
—Era de mi padre —responde él desde el pasillo.
—¿Sabe que mi hermano usaba uno igual? Cuando hizo la colimba en Arana. Era de un sumbo. Su casa estaba pegada al regimiento y lo mandaba a llamar, él le hacía mantenimiento.
—¿Ejército, Arana La Plata?
—Sí, regimiento infantería mecanizada número 7.
—¿En qué año?
—74.
No es posible la coincidencia, piensa. Traga un eructo. Se presiona la unión de los ojos con sus dedos y los cierra. —Llámeme si hace falta —le dice y vuelve a su pieza.
Se va durmiendo. Su madre le dijo que lo que no se llevara, lo regalaba. Que no quería quedarse con nada. Ropa, uniformes, zapatos, la poltrona, el tocadiscos. Su padre murió la semana pasada. No hubo velorio, solamente los visitó el coronel. Les comentó que había publicado un aviso fúnebre y que lo hizo porque su padre tenía muchos amigos en el ejército que debían enterarse. Su madre agarró del codo al coronel y se lo llevó a un costado: —No podemos correr riesgos —le escuchó decir. Él sabía bien de lo que hablaba porque ellos pasaron los últimos treinta años en anonimato.
¡Fusilen a todo pájaro! Una voz fuerte viene de los parlantes, él se despierta sobresaltado. ¿Una canción?, piensa. Va hacia el living a los tumbos y ve al plomero frente al aparato.
—¿Qué hace? —le pregunta. El plomero se corre y él levanta el brazo metálico del tocadiscos.
—Nunca escuché uno de estos.
—¡Pero trato de dormir! ¿Y la pérdida?
El plomero levanta la caja de herramientas y sale caminando hacia el baño pero se detiene:
—¿Usted conoce ese regimiento?
—¡A quién le importa! —grita él, baja apresurado la tapa del aparato y cae al suelo la caja de un disco, no recuerda que fuera de su padre. Decide volver a su pieza y pasa cerca del plomero sin mirarlo, entra y cierra de un portazo. Sigue a oscuras y se acuesta. 74. Mi padre era Teniente Coronel ese año.
¡Al poco rato le traen un pajarillo aterrado! ¿Qué le pasa a este hombre?, se dice. Se levanta y sale de la pieza, choca contra el marco de la puerta. Llega al living y va directo a apagar el aparato pero el plomero se interpone y le grita:
—¡Déjelo! ¡Déjelo que se escuche!
Él lo topetea, el plomero golpea contra el tocadiscos, salta la púa. Y envenenao de rencor, sangre pido pa mi lanza. Él se le tira encima y lo da vuelta, le pega la cara contra el granito del piso y le clava la rodilla en la sien cruzándole sus brazos por atrás. Están agitados, inmóviles. El plomero gime, ya no se resiste, le habla:
—¿Quién te enseñó a ser bruto?
Cuando él escucha eso, sus manos se derriten, lo suelta. Se sienta en el piso con un vómito a media garganta. Esas mismas palabras las había escuchado de su padre.
—La primera vez le dijo eso a mi hermano fue el día que le pidió que apagara este tocadiscos— Tu padre le negó la libreta, mi hermano tuvo que servir hasta el 77, no contó más, pero se mató a los pocos días de haber vuelto a casa.
El hombre camina hacia su caja de herramientas, la abre y saca una pistola. Él se queda sentado y no intenta levantarse.
Dispara.
El hombre va hacia el tocadiscos ranchos vacíos va dejando el invasor y mueve una palanquita hacia arriba con un dedo, el brazo metálico con la púa sube y con su mano corre ese brazo y lo presiona en su encastre. Saca el disco y lo guarda en su caja. Baja la tapa de la bandeja. Gira el volumen hasra apagarlo.